Whisky (2004), de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, es una película importante en mi cinefilia, una película que me fascinó cuando la vi en el cine Arenales hace como 15 años atrás. Esa vez me pareció una película triste, con esa frase símbolo tan en ese sentir, hasta mañana si Dios quiere. Vista nuevamente, he notado que tiene mucho de comedia, como que también busca poner momentos ridículos en pantalla. No obstante creo que la mayoría de las personas temen dar lastima a los demás, por ello prefieren lo ligero, el relajo, la broma, la ironía, para tapar el dolor íntimo. De esa manera veo Whisky, me sigue pareciendo una película triste, pero encubierta de cierta manera con la broma. Tampoco es un filme propenso al chiste fácil ni a ser una comedia notoria, tiene momentos serios. Es una tragicomedia, y una película aunque entendible compleja de cierta manera, especialmente por su tono. Es un filme que no es como esos filmes que no dicen absolutamente nada, ésta película se halla llena de momentos. Es una película con la que te puedes reír un poco, y a la vez sentir pena. Jacobo Koller (Andrés Pazos) es un hombre seco, aburrido, metódico, también mediocre y un poco tonto, está tranquilo con su rutina, aun cuando es muy solitaria. Su hermano, Herman (Jorge Bolani), es distinto a él, es astuto, despierto, algo pícaro, medio aprovechado, pero buena onda, conversador, entrador. Mientras Jacobo es sumamente correcto y al mismo tiempo cuadriculado, Herman busca sacarle jugo a la vida, aun cuando más allá de cierta apariencia de progreso y éxito están en situaciones similares con sus empresas (monotonía, poco tiempo de libertad). Como están por poner la lápida de su madre después de 1 año de espera, Herman vuela de Brasil a Uruguay a ver a Jacobo y hacer el trámite. Jacobo le tiene resentimiento a su hermano, pero trata de disimular un poco, aunque se le nota. Jacobo también se da cuenta que luce medio loser frente a su hermano, y le pide a una trabajadora, a Marta (Mirella Pascual), que se haga pasar por su esposa. Marta yace en soledad y yace en el mismo engranaje de Jacobo, pero a ella el aburrimiento crónico le fastidia, quiere una relación con su jefe, con Jacobo, pero éste anda enfrascado en su rutina y en sus modales apáticos. Sin embargo Marta acepta con fe. En todo esto Stoll y Rebella ponen cinematográficamente en juego una rutina, cosas que se repiten pero se vuelven a actuar, abrir el portón, saludarse, dejar el portón medio abierto, prender las máquinas, que Marta lleve un té a su jefe, que una persiana siga cayéndose a pedazos. Todo esto no fastidia, por el contrario te mete en el filme. Jacobo, Herman y Marta viajan al balneario de Piriápolis. Stoll y Rebella hacen puestas de escena sugerentes, así vemos a los hermanos frente a frente jugando hockey de máquina de mesa con Marta en medio, los tres comiendo churros mirando el patinaje con una inscripción que señala no levantar a los caídos (a los maltratados por la vida), alguien llama del cementerio a Jacobo (un muerto en vida, nos parecen decir), así surgen pequeños momentos bien ubicados, bastante pensados, pero que se sienten frescos. En el balneario, Herman se pone mosca con Marta, aun estando casado y creyéndola su cuñada; Jacobo que la tiene fácil prefiere dormir en el sillón y salir por un vaso de agua y volver tarde. Esto deja en claro que Jacobo solito deja pasar sus oportunidades, quiere estar igualito. Marta pues fuma como chino en quiebra, sugiere estar harta de ir sola en el ómnibus oyendo música triste. Jacobo, aunque bobo, le tiene aprecio a Marta, como se nota con el regalo que le entrega al final del viaje. Es un filme que tiene ratos ridículos a propósito, como ver a una niña cantarle a tres viejos, fuera de lugar; o cuando Marta recita las palabras al revés, emparentado con un medio de conquista. Pero también hay momentos que duelen, sobre todo si leemos todo en conjunto, aun cuando Jacobo ponga a Marta a empujar su carro viejo que no arranca. Es una película notable, muy buena realmente, y además muy entretenida.