domingo, 23 de septiembre de 2018

La puerta del diablo (Devil's Doorway)


Un indio, Lance Poole (Robert Taylor), vuelve de la guerra de secesión condecorado por el Congreso y pronto se hace de un gran terreno, lo trabaja y lo hace muy próspero. Éste indio se ha acogido a la vida de hombre blanco, pero en su rancho da hospicio a otros indios y sigue las costumbres de sus orígenes. Es un hombre que une dos mundos, pero pronto la discriminación, la envidia, el resentimiento y el odio se harán presentes en el cuerpo de un abogado, Verne Coolan (Louis Calhern), que manipulará la situación y enfrentará a éste indio intachable con la población americana blanca.

En ésta propuesta Anthony Mann mezcla capitalismo y lucha de clases con discriminación. Vaqueros blancos requieren de tierra, pasto fresco y agua, y no tienen recursos para que sus animales subsistan -su alimento, y fuente de ingreso- mientras Lance Poole los tiene. Poole no es del todo individualista, es decir, un terrateniente adinerado, en confrontación con un gran número de personas necesitadas, porque él ayuda a su comunidad y esa tampoco es la imagen que Mann fabrica, pero su orgullo hace que le hierva de ira que se le obligue a que los vaqueros blancos utilicen sus terreros, su esfuerzo y beneficios personales.

Esto que en otros casos puede verse como una repartición justa –aunque Poole ha trabajado su tierra, no es gratuita-, y se trate de la necesidad de que se beneficien muchos, tiene la injerencia en realidad de que los indios no pueden tener tierras a su nombre y son tratados de menos. El panorama cambia entonces, y aunque pareciera que fuera una defensa del capitalismo y no de un socialismo que ya está en práctica con la propia comunidad india que asila el protagonista –como si fuera una cierta ayuda social de derecha- el asunto que maneja el filme es la discriminación y el odio a los indios.

Se tiene que sopesar que el indio que representa Poole es uno que se ha adaptado al hombre blanco, a sus reglas, reglas que terminan pagándole mal, y queda un abuso, una mala práctica de los ideales americanos, con los que juega Mann para que el espectador se identifique, mezclando los elementos propios del western y del heroísmo.

Pero el filme además pone en circulación otro elemento en favor de Poole, la mística con la pertenencia a la tierra, la unión trascendente del hombre con la naturaleza. Como dice el padre moribundo del protagonista: Un hombre –un indio, en especial- no es nada sin tierra; y ahí anida otra lectura, una lucha capitalista, el conseguir propiedades, tener dinero. Poole es un personaje al que se le hace fiero, provocando hermosos combates de ver, entre los vaqueros blancos y los indios; busca defender su tierra, lo que le quieren arrebatar. Ya las razones quedan en segundo plano dando pie a la acción.

Más tarde con la abogada Orrie Masters (Paula Raymond) entrará a colación la compasión, hacia el outsider. Para todo esto Louis Calhern es perfecto como el demonio azuzador. También no faltan grandes escenas como la pelea a puño limpio en el bar entre Poole y un vaquero. No obstante el filme va más allá de dos enemigos puntuales, enfrenta a toda la población con sus propias leyes, aunque la pone más difícil éticamente, ya que el hambre suele matar la razón; hace un pequeño sucedáneo de esa guerra de la que vuelve Poole y no se menciona nombre, que se sobreentiende.