viernes, 14 de junio de 2019

El bien esquivo


Los protagonistas toman de modelo levemente al Inca Garcilaso y a Sor Juana Inés de la Cruz, como a El carbunclo del diablo, de Tradiciones peruanas, de Ricardo Palma. Jerónimo de Ávila (Diego Bertie) es un mestizo que en el siglo XVII quiere ser reconocido por los ascendentes de su padre español para obtener derechos, ya que ser mestizo no los tiene. Inés Vargas de Carvajal (Jimena Lindo) es una monja que escribe poemas sensuales a escondidas, es una mujer muy sensorial, lo cual le puede costar la vida por sacrílega frente a la inquisición.

El filme pone a la inquisición como el malvado de la película, tratando de extirpar las idolatrías. El líder de las persecuciones en ésta propuesta es Ignacio de Araujo (Orlando Sacha). Ávila se meterá en problemas con la ley española buscando el acta de matrimonio de su padres, prácticamente es una persona torpe para ir de error en error criminal. Peleará con un notario corrupto, matará a un hombre tras unas apuestas, será acusado de idolatría por las relaciones con su madre india (Delfina Paredes). Inés aunque parece dócil esconde cierta rebeldía, pero inocua, solo que la inquisición será implacable con ella.

Ésta es una película de muchas aventuras, hay un romance llamativo entre la monja y el mestizo que es un espadachín. Es una trama que habla de las raíces incaicas frente a las españolas, habla de identidad nacional, pone al culto místico inca contra la religión católica, que recorre todo el filme. Es una película que contiene a los actores más populares del medio, muchos en pequeños papeles. Es un filme competente, aunque no una obra de arte. El bien esquivo (2001) es el filme más reconocido de Augusto Tamayo.

La película tiene buenas actuaciones, inclusive de los que hacen de actores muy secundarios, como indígenas, aunque también tiene momentos muy ligeros, demasiado austeros en lo visual, como con el disparo de la ballesta y el final, a lo película de fantasía, con un Gianfranco Brero bien maquillado como salido de El señor de los anillos. La huida por el desierto pasa por lo mismo, a lo paisaje de Lawrence of Arabia, sin casi presupuesto. Pero en los claroscuros –en especial de sus pasadizos coloniales, de su infraestructura- esconde cierta magia, cierta esencia de misterio, aunque ésta obra se presta bastante transparente.

El bien esquivo es pasional, con la monja literata delicada y expresiva en sus gestos, y el mestizo bravo y llano pero no chacra, prestos al romance más altisonante, aunque breve. Araujo es un gran personaje, que recuerda a alguien como al Senador Palpatine, poseedor de un lado fantasioso aunque identificable en la realidad con su sencilla sotana y su crucifijo brilloso, pero se le percibe con un aire oscuro, secretamente perverso, una fuerza subyugadora, manipuladora, castigadora, un sujeto bien letrado, con excelentes diálogos, una mente inteligente, pero un tipo calculador, firme en su deseos, en imponer el catolicismo a los pueblos conquistados que buscan mantener sus raíces y conceptos propios, creándose un poderoso contraste con los héroes.