Parecía que no la iba a ver nunca, en la gran pantalla,
estando bien avanzada en la cartelera, luego de presentarse en el 18 festival
de cine de Lima, pero finalmente lo he hecho. He podido apreciar una de las películas más
taquilleras de la historia del cine argentino. Y se trata sobre todo de una
comedia, con tintes sociales y hasta políticos, pero que se acoplan a la
predominancia de hacer reír, y disfrutar del contundente entretenimiento que
nos ofrece, uno que no es realmente demasiado original, es cierto, pero sí suficientemente
creativo, audaz, elocuente –a pesar de ciertos bajones narrativos, aunque
breves- y coherente consigo mismo. Se trata de 6 episodios de justamente
violencia, lo salvaje, en que alguien se harta de alguna fuerte presión, sea emocional,
vivencial, accidental, psicológica, social, económica, de poder, o del futuro
que se nos viene, y reacciona de manera radical.
En tres de los relatos se retrata lo político. En uno invoca
la corrupción del sistema judicial y penal ante un atropello que se lleva dos
vidas humanas, con la muerte de una mujer embarazada, en el padre –interpretado
por Oscar Martínez- de un muchacho que debe lidiar con negociar pagarles exorbitantes sumas de dinero a abogados, peritos, intermediarios, falsos acusados y fiscales
que quieren desfalcarlo y aprovechar el pánico a las represalias del accidente,
para que su imberbe y lacrimógeno vástago salga indemne de ir a la cárcel. Lo
mejor, que es la base, de este episodio es como se van articulando las salidas
y los consiguientes conflictos dramáticos que avanzan y retiran la antiética
salida producto de la desmedida ambición y la desesperada necesidad. Puede ser éste
relato producto de un argumento bastante sencillo, pero la disposición de cómo
se nos cuenta, cómo lo vemos, lo engrandece. Tiene un especie de despliegue matemático,
calculado. Yace en un espacio reducido tanto como simbólico, en medio de lo claustrofóbico
pero secamente refinado. A esto se suma la constante de la vitalidad y
espontaneidad latina (marca y plus del conjunto, de la mano de la violencia),
propias de nuestras tierras cargadas de intensidad, frescura y soltura, que generan
en la estrategia de la historia un continuo toque de interrupción a razón del
vulgar criollismo, que no solo es peruano. Éste hace lugar en
varias oportunidades sin ser dominante u omnipotente, ya que los protagonistas
no saben cómo manejar ciertos asuntos peliagudos, de hartazgo y abuso, y sus
elecciones son más bien dadas en un fuera de sí. Vemos por ello que el filme puede ser a
ratos grotesco e impiadoso con las formas de la civilidad y la educación. A la
vera de poder sacar más de la cuenta hacen que termine siendo una opción
envolvente y cautivante que sitúo al medio de los logros conjuntos, en el
tercer lugar de una supuesta clasificación y nota, en el equilibrio. No obstante el
final aunque no falla es abrupto, siendo una puerta a una continuidad elíptica
de la esencia corrupta y negativa que se esconde a flor de la inconciencia y
que tan bien está descrita. En ello no le falta lo salvaje como anuncia el
idóneo y precio título del filme, bajo un colofón formal, más que todo, que
expresa la representación de lo sugerentemente caótico e imprevisto en nuestras
vidas, el límite (si bien todo está diáfana, fácil y espléndidamente narrado), como
suele ser el meollo del asunto que implica una solución potente, extrema y
exagerada, siendo en general un roce con la caída secuencial de cada trama, del
que sale indemne y muestra su audacia e inteligencia como propuesta, redituada
en el éxito de su totalidad episódica.
Otro relato, a un punto político, enfatizando que lo importante es
gozar de una comedia que destila ciertas verdades o las toca con desparpajo
pero sin evitar la lógica, es el de una joven mesera, interpretada por Julieta Zylberberg, con
la predominancia de un rostro compungido, uno que acierta plenamente, siendo empujada
al descarrilamiento. Ella se encuentra, en el restaurante en que trabaja, con un
tipo que hizo que su progenitor se suicide. Esto sucede a razón del abuso absoluto y
una dureza implacable. El hombre despreciable yace sentado a la mesa de
un lugar como perdido en algún episodio de The Twilight zone, esto porque como que no hay nadie
más que ese espacio mental y posible mortal ajuste de cuentas, tal como en un
desierto. Mientras suena un especie de ubicuo western de fondo, tanto como el
uso de melodías sarcásticas a la hora de la verdad o la explosión interna. Es un aspirante a un hueco en un
cargo público, símbolo de la idea común de que el mundo está gobernado por
estos hijos de puta, como dice la cocinera –interpretada por Rita Cortese en
una representación muy bien lograda de lo ordinario y lo fríamente bestia-. Ella expresa además que quiere hacerle un favor a la sociedad. Si bien no es el
episodio más destacado, yo lo sitúo al final de los 6, funciona y entretiene lo
suyo, se pliega al resto, aunque chirria un poco en el trayecto. De todas
formas, recalco que ninguno es despreciable, y suma alguna novedad o afirmación del argumento conjunto.
El tercero y último de orden político lo actúa el
reconocido, onmipresente en el séptimo arte de su país, y hasta internacionalmente,
merecido ante su talento como aquí lo demuestra, y muy popular Ricardo Darín,
viendo que en los episodios siempre está algún famoso actor argentino. Deja un
relato salvaje que se acomoda a él, en algo más pensante que visualmente
imponente en su crudeza (que los hay, si bien a su vez el tono escogido aplaca
la brutalidad y lo explicito que se desarrolla, véase las múltiples cuchilladas
en una espalda y un charco feroz de sangre, bajo lo estético; o una
incineración que deja dos cadáveres abrazados en una ironía final). De todas formas igual su intervención es un ajuste de cuentas y
un despliegue de furia, que deja en el recuerdo uno de los sobrenombres que el
cine argentino seguro recordará, “Bombita”. En éste episodio la crítica es
hacia el sistema y los cobros desorbitados, como en una bola de nieve, tantas
veces injustificados, o no del todo justos; es la dificultad de sobrevivir en una
economía capitalista o taxativa. Ésta vez se defiende el derecho de la persona de
a pie, aunque se indique a un ingeniero demoledor de edificios como
protagonista, a diferencia de que antes “sutilmente” se hablaba del hombre
adinerado puesto a manos de unos buitres que quieren saquear una condición
social de alta burguesía para sacar un provecho de clase media ramplona. Darín
no se exalta demasiado como para apabullar, pero se enoja. No obstante muestra un gran cálculo y premeditación que genera hilaridad y aplausos,
literalmente, y a través de la pantalla. Es un buen episodio, pero la promoción
de éste es un poco desmedida. Puesto 4.
Pasamos a los tres restantes, que son más de orden social. Uno es cómo nos ven los clichés de la sociedad en la infidelidad masculina y el
machismo; otro es cómo se fomenta nuestra personalidad de cara al resto, que nos
vean como perdedores o nos hagan la vida miserable con la falta de
consideración; y el tercero es el segundo mejor de todos los 6, el de la lucha de
clases y la supuesta diferencia cultural. Éste tercer relato es un despliegue fenómeno que no
mide consecuencias, en dos hombres, entre un bruto y poco agraciado pobretón –no
digo, respetuosamente, humilde porque no tiene nada de ello en su comportamiento- dentro de un carro viejo que no quiere que lo rebasen en la carretera, contra un guapo
y elegante acomodado respingado profesional en un vehículo último modelo. En
dicha viñeta, se enfrentaran estos dos personajes en una guerra campal de suma
violencia, siendo de los más intensos y descarnados del grupo. Se harán daño hasta lo
criminal, mismos gladiadores en la arena, y como acontece todo, a partir de
algo que parece minúsculo, casual o cotidiano. Habrá mal gusto y extremismo de
por medio, como ver al tipo corpulento haciendo deposiciones sobre el auto del enemigo eterno. Se hace gala de los lugares
comunes (en sí todo el trabajo total se mueve en ello, pero provocando su toque
novedoso en su narración), pero luego se rompen, y se humanizan
ambos, como si en realidad la clase fuera más un lugar ilusorio, es decir, son
dos locos sin pedigrí, dos seres humanos demostrando lo bestias que pueden ser,
llevados por la revancha y la supremacía de la ley de la selva. Éste episodio es harto cómico y
audazmente corrosivo en su sarcasmo, siendo zafio, pero al fin y al cabo digno
por su calidad de cuenta cuentos, aunque suene increíble decirlo. Tenemos al
actor Leonardo Sbaraglia como el tipo privilegiado, que con su performance brilla
entre los primeros de todos, junto a Érica Rivas, superando a sus compañeros de
reparto, incluyendo a Darín. Sbaraglia tiene una transformación verosímil, del miedo a no
soportar la humillación dibujada en el cuerpo de nuestro peor monstruo. Puesto
2.
El mejor sketch llega al final del grupo, con la actriz
Érica Rivas como una novia engañada que se vuelve loca, pierde los
papeles, al saberlo en plena celebración
del agasajo de su boda. Ésta mujer decide destruir, castigar, amenazar e
intimidar a su marido tras la infidelidad, el dolor y la vergüenza de ver a la
amante invitada y notar que se está burlando de su persona. Éste supera al de Sbaraglia,
es más rocambolesco, apreciando como en pocos minutos todo resulta un
desenfreno tras otro (preciso en el baile, a poco de tocar el punto de partida
al copular con un cocinero). Pudo irse el relato a pique –se vislumbra solamente- pero
no lo hace, tomando coherencia, en un clímax perfecto, valorando a nuestra pareja en toda magnitud. Tenemos un lugar común que triunfa, como toda la obra presente del director Damián
Szifrón, que ya con El fondo del mar (2003), demostraba su cualidad y talento de
autor (mezclado con la amabilidad y simpatía de Tiempo de valientes, 2005), sacando mucha ventaja a pequeñas anécdotas, que desproporciona hasta lo descabellado,
lo obsesivo y la redención a prueba de todo, venciendo cualquier limitación clásica.
Por su lado la viñeta con el actor Darío Grandinetti es como
la entrada al gran espectáculo que es ésta película. Simple, pero contundente, una vez exhibida la sorpresa macabra del avión y la
risa “fácil” pero agradecida. Y ese es el modelo del filme, reírse, pasarla bien,
con buenas historias, en medio de la enajenación de la violencia y su acidez social/política.
Estuvo en el festival de cine de Cannes 2014 compitiendo por la afamada palma de oro (fue
premio del público en el festival de San Sebastián del mismo año), y aunque no es de las que ganan serios
premios artísticos si son de las que alimentan la cinefilia pura y dura con
sostenimiento, en su rotura de prejuicios, su humanidad primaria y la libertad
revolucionaria creativa eficiente que mira al espectador con ojos enamorados.