La segunda película del director peruano Javier Fuentes-León,
después de una de las mejores películas nacionales de los últimos tiempos, Contracorriente (2009), es un buen
rompecabezas, como la imagen que debe reconstruir nuestro protagonista, Edo Celeste (Salvador del Solar), en sus pesquisas
tras la desaparición del amor de su vida perdida hace 7 años. El filme salvando ciertas distancias recuerda a Mulholland Drive (2001), en la mezcla de realidad con ficción, a la
vera del surrealismo, siendo un filme de meta-ficción, donde en constante
circulo se fusionan las identidades de un escritor y el personaje de su libro (hasta
lo inimaginable y sorpresivo), al compartir la pérdida de una mujer importante en
sus vidas, en donde la línea divisora se llega a aclarar coherentemente pasado
el metraje, siendo todo entendible, en qué pertenece a la novela del detective
Felipe Aranda y lo que aguanta la narrativa literaria de su relato de fantasía,
a su vez independiente y vivo en sí mismo, y lo que consume de la vida personal
de su autor, en donde el juego de espejos permite el misterio e intrincamiento
que presenta ésta honesta propuesta, que posee una saludable manipulación de sus piezas. Da forma a dos historias paralelas unidas por un
mismo sentimiento de abandono, o de proceso inacabado, en que una alimenta a
la otra. Parte por igual de la imaginación de unas letras como de un
deseo de superación; el personaje del libro no sólo es un álter ego,
o un doble, sino el retrato tanto de alguien querido, como el que expurga la
oscuridad de un causante, y viceversa. No deja de ser una eterna combinación y sólo si unimos unos pedazos hacia un lado y
los otros en su complemento, coloquemos un soporte externo a las leyes naturales, en una
repuesta ficcional ante el dolor, que entenderemos el conjunto.
Es una propuesta que tiene una filmación austera pero de buena
calidad, con técnicas puntuales y actuaciones efectivas, como las del dúo
Salvador del Solar y Lucho Cáceres, éste último como Rafael Pineda, dos buenos actores nacionales, teniendo Cáceres potencial para
seguir superándose (en mi caso no deja de sorprenderme), y un Salvador del Solar
cuajado y cómodo. Con ellos la bella Angie Cepeda, que hace un papel
chico, en todo sentido, pero cumplidor; Vanessa Saba, que sirve de musa, cumple igualmente; Tatiana Astengo, que es una fiscal y el supuesto
enemigo, implica mesura en la apariencia, pero al mismo tiempo es incisiva y con carácter en la
profesión judicial, exhibiendo además una breve, intima, fresca y típica sensualidad,
en una actriz que no es todo lo imponente como se pudiera creer pero logra hacer
un trabajo decente; Magdyel Ugaz, como una amante, papel minúsculo,
casi invisible aunque bueno (de quien recordarla del arranque de Mariposa
negra, 2006, en un auto teniendo sexo con dos tipos dentro de una puesta
artística más no vulgar, uno diría que impactaba muchísimo, pero el tiempo se llevó en cierta forma esa ilusión); Toño Vega, que
ha sido popular en el cine y en la televisión peruana y no lo hace mal,
esperaba menos de él, la verdad, o nos tenía acostumbrados a un estilo y lugar
de confort, ni terrible ni luminaria, en la presente
luce suficientemente creíble en el rol de agente literario; y Carlos Carlín,
que como sabemos no siempre es un tipo cómico, puede ser serio también en
pantalla, demostrando que con él hacer reír es un acto de elegir el momento, y
qué bien por ello.
Javier
Fuentes-León además escribe el guion, uno que debería de fomentar más que
una rascada de cabeza. Éste tiene su ingenio y personalidad, como en las viñetas del detective. Se ve alguna escena de la magnifica El tercer hombre (1949), un pequeño homenaje al cine negro, género que se esconde detrás de un thriller pensante y un poco más reposado de lo habitual. Éste filme bien se define
en su metalenguaje, en una alusión a un lugar en la playa Mendieta, en Paracas, sobre
un gigantesco elefante de roca que implica al arte natural y luego al contemporáneo. También está presente la simbolización de los perdidos en Ica en el terremoto del 2007.