La nueva película de Alonso tiene una profundidad de campo
que es todo un elogio de virtud, en la fotografía de Timo Salminen (quien suele
trabajar con Aki Kaurismäki), con unos paisajes hermosos y seductores. En éste
filme tenemos de protagonista a un padre, un capitán danés, llamado Gunnar Dinesen, interpretado por el talentoso y famoso Viggo
Mortensen, presencia que se presenta como una concesión en el cine de éste realizador, pero
que resulta plenamente justificada, ya que devuelve la confianza puesta en sí, se
acopla al autor, con escenas donde Mortensen hace dinámico lo que suele ser
lento, tanto como luce una poderosa emocionalidad sin caer en lo planamente
explicito. Gunnar va en busca de su hija, Ingeborg (Viilbjørk Malling Agger), que se ha
escapado con un soldado. Pronto la sobreprotección de Dinesen hace pie y éste
sale a recuperarla. Es una trama mínima como acostumbra Alonso, pero más amplia
a lo que suele hacer, tiene un discurrir más claro, siendo una narrativa más convencional
a su uso, pero no desprovista de su cualidad de autor que tanto lo precede y le
predomina. El viaje es una aventura por el desierto donde indígenas llamados por
los lugareños como cabezas de coco surgen como seres casi invisibles pero de perenne
sentido de su presencia. El periplo llega a convertirse en una calma lucha donde
el director argentino nos enseña como el capitán domina el territorio
aun siendo extranjero, o se deja arrastrar por el anhelo que lo subyuga y lo
hace subsistir y hacerse cargo de su ardua trayectoria. Alonso hace del background
de su personaje un salvoconducto que lo dibuja como un ente conocedor dentro de
esa dura faena que debe acometer. El viaje llega hasta el misticismo en un encuentro
con una dama fantasmagórica o propia de la alucinación o epifanía que le habla
del sentido de la vida, que haciendo paralelo con un retrato de la actualidad que
asoma al final nos habla de nuestra independencia, de nuestro mirar el mundo en
la propia contextualización y mente, aludiendo a nuestras motivaciones como
respuesta.
El rótulo de Jauja viene de un lugar idílico donde los
hombres quieren hallar el paraíso, y suelen perderse en dicha aventura, como ante
un oasis que nunca llegaremos a tocar. No hace falta decir que no será una
excepción la historia entre manos, pero eso nos remite a una especie de
iluminación, como ver a Mortensen contemplando las estrellas, un aprendizaje tras
una iniciación, nunca tarde. Se hace ver cómo podemos tener distintas vidas con
una identidad maleable (la hija puede mutar en una especie de gurú salvaje tras
el extravío) que puede que nos indique la reencarnación, y se apela a la imaginación
como con ese perro guía del que se dice tiene una función más allá de la de simple
mascota, y es que todo cobra significado desde la discreta argumentación. Es
ver como se abren las puertas de la percepción desde lo común. Conoceremos a Dinesen
por su entorno, acercándonos a palpar su humanización, observando que no todo
en él es el ideal; así suelen ser los personajes de Alonso. Hay una imposibilidad
que asoma en cada vida, a la que la propia ficción puede llevarnos a cambiar o solo
ver en plano vivencial, en una realidad que Alonso prefiere dejar simplemente divisar
a la distancia, haciendo hincapié en la ilusión, sin que sea facilista y
proponer sin más vencer la intromisión de la derrota, una que termina siendo
parcial en una existencia signada por lo contrapuesto y la limitación del mundo
terrenal. En ello se parece a Liverpool, y ésta a Los Muertos, que va hacia
atrás y retoma La libertad, en el camino de primero saber, luego ir, más tarde comprobar.
Es como si el discurso de Alonso se hiciera más fuerte a medida que hace una
nueva película, teniendo ramificaciones en su filmografía. Su arte es un cine que
hay que mirar con ojo despierto, con paciencia, soportando ciertos lapsos muertos, tiempo
real, y aprecio por lo minimalista.