martes, 28 de octubre de 2014

Jauja

Estamos ante la última película del cineasta argentino Lisandro Alonso, dotado de un séptimo arte bastante personal y que tiene encandilado a un sector de la crítica de su país que lo mantiene en un pedestal. Su filmografía contiene las siguientes películas. La libertad (2001), lugar de ficción pero de aire documental sobre un hombre sencillo del campo y su naturaleza, cómo se mueve en su rutina diaria, cortando árboles para vender los troncos pelados, cazando y cocinando animales salvajes a la intemperie (Alonso tiene un registro minucioso al respecto) o simplemente moviéndose por el terreno que lo describe. Los muertos (2004), que cuenta la historia de un tipo llamado solamente como Vargas que sale de la cárcel al cumplir su pena por matar a sus hermanos y se decide a hacer un periplo por la zona rural y autóctona en que vive hacia el encuentro de su hija, nuevamente en un estado naturalista. Fantasma (2006), que por un lado es como la película dentro de la película en que el propio Vargas del filme anterior ya como persona real ve la obra que realizó con Alonso, en un centro cultural donde hay cine arte que se halla desolado a la fuerza de la realidad de su exigente propuesta en que sus pocos trabajadores deambulan como fantasmas por el recinto, recordándonos a Goodbye Dragon inn (2003), de Tsai Ming Liang, en el que parece un homenaje a su cine. Liverpool (2008), sobre un hombre del mar propenso a la bebida que deja el eternamente errante barco que tripula, que es la representación de sí mismo, para hacer uno de los viajes esenciales, necesarios y característicos del cine de éste autor argentino, a Tierra de fuego, en que prima el duro frío y cierta soledad, para ver cómo se halla su anciana madre en un hogar donde poco se le recuerda o se le quiere, y que le dará una sorpresa sentimental que aun así lo hace un pasajero de tránsito solamente, que nos habla de una oculta melancolía y una derrota existencial por vocación de imperfección ante algunas sacrificadas responsabilidades, para seguir su ruta en la cotidianidad del medio, bajo el recuerdo de un llaverito que simboliza a lo Ciudadano Kane (1941) el mundo perdido que debe subsistir en la memoria con nosotros, una sensación de incompleto que ronda la precariedad y la dificultad del vivir.

La nueva película de Alonso tiene una profundidad de campo que es todo un elogio de virtud, en la fotografía de Timo Salminen (quien suele trabajar con Aki Kaurismäki), con unos paisajes hermosos y seductores. En éste filme tenemos de protagonista a un padre, un capitán danés, llamado Gunnar Dinesen, interpretado por el talentoso y famoso Viggo Mortensen, presencia que se presenta como una concesión en el cine de éste realizador, pero que resulta plenamente justificada, ya que devuelve la confianza puesta en sí, se acopla al autor, con escenas donde Mortensen hace dinámico lo que suele ser lento, tanto como luce una poderosa emocionalidad sin caer en lo planamente explicito. Gunnar va en busca de su hija, Ingeborg (Viilbjørk Malling Agger), que se ha escapado con un soldado. Pronto la sobreprotección de Dinesen hace pie y éste sale a recuperarla. Es una trama mínima como acostumbra Alonso, pero más amplia a lo que suele hacer, tiene un discurrir más claro, siendo una narrativa más convencional a su uso, pero no desprovista de su cualidad de autor que tanto lo precede y le predomina. El viaje es una aventura por el desierto donde indígenas llamados por los lugareños como cabezas de coco surgen como seres casi invisibles pero de perenne sentido de su presencia. El periplo llega a convertirse en una calma lucha donde el director argentino nos enseña como el capitán domina el territorio aun siendo extranjero, o se deja arrastrar por el anhelo que lo subyuga y lo hace subsistir y hacerse cargo de su ardua trayectoria. Alonso hace del background de su personaje un salvoconducto que lo dibuja como un ente conocedor dentro de esa dura faena que debe acometer. El viaje llega hasta el misticismo en un encuentro con una dama fantasmagórica o propia de la alucinación o epifanía que le habla del sentido de la vida, que haciendo paralelo con un retrato de la actualidad que asoma al final nos habla de nuestra independencia, de nuestro mirar el mundo en la propia contextualización y mente, aludiendo a nuestras motivaciones como respuesta.

El rótulo de Jauja viene de un lugar idílico donde los hombres quieren hallar el paraíso, y suelen perderse en dicha aventura, como ante un oasis que nunca llegaremos a tocar. No hace falta decir que no será una excepción la historia entre manos, pero eso nos remite a una especie de iluminación, como ver a Mortensen contemplando las estrellas, un aprendizaje tras una iniciación, nunca tarde. Se hace ver cómo podemos tener distintas vidas con una identidad maleable (la hija puede mutar en una especie de gurú salvaje tras el extravío) que puede que nos indique la reencarnación, y se apela a la imaginación como con ese perro guía del que se dice tiene una función más allá de la de simple mascota, y es que todo cobra significado desde la discreta argumentación. Es ver como se abren las puertas de la percepción desde lo común. Conoceremos a Dinesen por su entorno, acercándonos a palpar su humanización, observando que no todo en él es el ideal; así suelen ser los personajes de Alonso. Hay una imposibilidad que asoma en cada vida, a la que la propia ficción puede llevarnos a cambiar o solo ver en plano vivencial, en una realidad que Alonso prefiere dejar simplemente divisar a la distancia, haciendo hincapié en la ilusión, sin que sea facilista y proponer sin más vencer la intromisión de la derrota, una que termina siendo parcial en una existencia signada por lo contrapuesto y la limitación del mundo terrenal. En ello se parece a Liverpool, y ésta a Los Muertos, que va hacia atrás y retoma La libertad, en el camino de primero saber, luego ir, más tarde comprobar. Es como si el discurso de Alonso se hiciera más fuerte a medida que hace una nueva película, teniendo ramificaciones en su filmografía. Su arte es un cine que hay que mirar con ojo despierto, con paciencia, soportando ciertos lapsos muertos, tiempo real, y aprecio por lo minimalista.