jueves, 25 de abril de 2024

Perfect days

La película gira alrededor de un trabajador japonés de limpieza de baños públicos, Hirayama (Koji Yakusho), que es un tipo feliz en su trabajo o al menos eso parece, en todo caso tiene una mirada positiva de la vida, con éste trabajo humilde. No obstante en un momento cuando lo recargan de labores se molesta, muestra que tampoco es inconsciente de lo que tiene que hacer, algo pesado, aun cuando los baños del primer mundo no se les puede comparar con lo que el subdesarrollo deja o puede dejar ver y existen diferencias, pero debemos apuntar hacia el ejemplo. Y en sí la felicidad de Hirayama es realista, se siente verdadera, como cuando se va a descansar y le espera un vaso exótico de licor y el mozo se lo entrega con una repetida felicitación. Toma, te lo mereces, por tu desempeño, como quien indica que en el primer mundo se puede vivir bien limpiando baños públicos. Esto quiere decir que Hirayama trabaja duro y se merece todo lo que tiene y es una buena vida, desde el prisma material. Hirayama tiene una muy buena casa, parece que no le falta nada, aunque tampoco es millonario. Con hacer notar cuanto vale vender sus cassettes analógicos de música se puede percibir que Hirayama tampoco es un tipo de esa ambición desmedida de dinero que puede producir el capitalismo. Hirayama trabaja duro para vivir bien y digamos que después le saca jugo a su propia existencia de manera sencilla pero inteligente. Tiene consigo una fortaleza física, anímica y emocional que es en realidad lo que hace la diferencia, lo que le cuesta a toda humanidad y son varios frentes y no es poca cosa. Es un hombre que con todos estos atributos trasciende lo ordinario, ese mundo literal que lo circunda, es un ser humilde pero místico, sin que tenga que profesar necesariamente una religión. Él acepta plenamente éste trabajo difícil de limpiar la basura de otra gente, aun cuando se deja ver que Hirayama proviene de una familia con dinero. Pero su vida está llena de cosas buenas. Cuando termina de trabajar luce una existencia agradable. Incluso cuando va a bañarse a un baño público muy japonés, que parece un curioso sauna/spa o un lugar de relajo. Hirayama es en toda la palabra un hombre Zen, representa el budismo a la vena, cierta sabiduría legendaria, y es también en mucho un hombre nipón occidentalizado, amante de ésta cultura, llamémosle de una mirada cosmopolita. Ese hombre Zen de a pie que es él hace uso de elementos de felicidad a lo occidental, lo mejor de ésta cultura, de su intelectualidad y arte. En un momento llaman abiertamente un intelectual a Hirayama por su amor por la literatura, por sus lecturas, pero como él mismo deja ver, como cuando asume el mundo desde lo literal a través de justamente repeticiones verbales (como si recitara un haiku), es un hombre simple, uno que se maravilla y sueña con árboles, a los que les toma fotografías analógicas con suma devoción y auténtico desinterés colectivo. No lo hace para impresionar a nadie ni para ganar ventajas de cara a la sociedad y su lugar en el planeta. Hirayama es tan simple y humilde que mira a su alrededor con un amor Zen por la humanidad, por las cosas más pequeñas y mundanas. Hirayama pasea en bicicleta, no recurre a las computadoras ni a los teléfonos inteligentes (aun cuando Tokyo es sinónimo de tecnología de punta). Es un hombre del pasado en medio del futuro, un tipo vintage se podría decir, por no llamarlo hipster. Es un viejo con alma de joven, así lo señala la música rock que oye, o su notoria simplicidad. No pretende ser un señor, por eso vemos esa forma en la que interactúa y le levanta el ánimo al amigo terminal, no teme tener el corazón noble de un niño. Puede que sea una imagen muy soft del ser humano normal o común y corriente e incluso de cualquier ser humano, ya que muchas veces el mundo no deja ser buena a la gente, o siquiera no todo el tiempo. No puedes serlo siempre porque aunque no quieras verlo el mal existe y es parte de vivir (además de que verlo sirve para poder sobrevivir) e igual hay que enfrentarlo, vencerle, ser cada vez mejores. Pero digamos que existe gente como Hirayama, gente que vive feliz el día a día, la rutina, el mundo, y que (¡Dios lo bendiga!) no molesta jamás a nadie (de ninguna forma; parece gritar: ¡muerte a los adrede insoportables!). Hirayama, aunque viejo, no parece contaminado por el mundo corriente, ese que nos llega a todos, ni por un trabajo que es arduo y a veces incómodo. Y ahí lo vemos sonreír cuando un borracho se tropieza con sus útiles de limpieza o cuando uno se ha puesto a orinar frente a él. Incluso Hirayama mira a vagabundos y desconocidos con nobleza, con verdadera humanidad y comprensión, y sí, gente así existe. Éste filme es pues el espíritu sencillo y afectivo, idealista, de Ozu, en medio de la imponente nueva Tokyo, una de las ciudades más importantes del planeta. Pero Hirayama tiene armas reales para enfrentar un empleo complicado o la siempre compleja existencia, tiene en él el amor por el arte y la cultura que vive en el mejor Occidente, más la paz del budismo o la mística asiática intrínseca en él, lo cual embellece la mirada, no sólo la nuestra sino de esa humanidad que suele decepcionar. Incluso Hirayama es tan empático que apenas habla, no pretende molestar, porque hablar es también molestar (porque no se puede hacer feliz a todos hablando, sino mimetizándonos con la naturaleza). Igualmente es un solitario, que suena lógico, pero que trata bien a todo el mundo. ¿Qué se nos dice?, que se puede estar solo y ser feliz, que no todos vemos el mundo igual. Wenders dice que hay muchos mundos, muchas maneras de ver y vivir la realidad. De todas maneras éste filme no pretende ahondar en otras partes marcadas de la existencia, la frustración y la melancolía. La verdad y no es un insulto, para ser feliz se necesita ser un poco "tonto".