martes, 3 de enero de 2023

Holy Spider

Holy Spider (2022), de Ali Abbasi, compitió por la palma de oro 2022 y ganó mejor actriz para su protagonista, para Zar Amir-Ebrahimi, quien hace de una periodista iraní venida de Europa donde reside, lo mismo que el director del filme, Abbasi nació y creció en Irán y a la veintena se mudó a Europa, hoy con el doble de edad está nacionalizado danés y vive en Dinamarca, pero sus raíces siguen aun en él, claro está, pero su visión, si bien se ubica en su país de nacimiento, su mirada critica es europea, como éste filme finalmente lo es aparte de la procedencia de su producción, y esto más que una crítica es de una gran riqueza, porque mezcla distintos orígenes, como analizar un contexto muy rico e interesante de asesinos en serie desde la particular mirada política-social que reina en Irán, un lugar que le otorga otra dimensión al concepto y conocimiento de los asesinos en serie, tema que para muchos es una debilidad, nos es interesante, dentro de ese boom del true crime que vivimos actualmente. El filme en poco más de la mitad es ver a un asesino en serie en general en el contexto del país de Irán, con características europeas curiosamente, como ver mujeres iraníes prostituyéndose y adictas a las drogas, pero desde un Irán que tiene una población también muy pobre económicamente y de esto que se arguye que éstas mujeres para subsistir y mantener a sus familias ejercen la prostitución y como hacerlo es muy complejo y bastante peligroso en ésta nación, las drogas las buscan para coger valor e inconsciencia. Es claro el filme en señalar muchas cosas, no es un filme arduo en sus postulados, en mucho es un típico filme de asesinos en serie, con un crudo realismo en los asesinatos y un asesino que es un poco loco, como se deja ver en algunas escenas como con el disgusto con el hijo mayor. Una de las criticas es hacia el gobierno, sin mencionar nombres, pero se entiende que señala los de la época que retrata, 2000-2001, donde éste real asesino en serie iraní que vemos, Saeed Hanaei, interpretado por un talentoso Mehdi Bajestani, mató a 16 prostitutas, señalando que lo hacia por su religión, la dominante del país en un gobierno teológico, y con lo que ven muchos no a un asesino sino a alguien que está cumpliendo con Dios en eliminar mujeres de la peor clase que van contra el pensamiento dominante religioso y contra Dios, y que como sabemos conlleva fanatismos. Se señala que el gobierno es corrupto, hasta vemos que la policía lo es, y asoman depredadores sexuales incluso desde ahí, o se percibe que el gobierno alienta lo que hace Hanaei. Para eso ésta periodista iraní de pensamiento moderno es el lente que juzga el feminicidio y la dictadura patriarcal y teológica; es en parte convencional en el bagaje cultural occidental que vivimos, pero para Irán ella es toda una revolucionaria y un ser bastante valiente. Es un filme que atrapa, es interesante ver el quehacer habitual de un asesino en serie desde un lugar como Irán, donde la prostitución es algo demasiado complejo de ejercerse, un salto al vacío total, vista desde una mirada muy poco halagadora, sin ciertos romanticismos europeos, porque el filme lleva igual e indudablemente cierto nacionalismo contextual. Tiene un lado siniestro básico pero efectivo cuando el monstruo sale en moto a hacer sus rondas asesinas y se oye una musiquilla tétrica. Las prostitutas conllevan un lado sórdido que denota autenticidad, incluida una escena explicita de sexo oral, pero al mismo tiempo se ve que hay hambre en ellas, que hay dolor y miedo, pero también mucho carácter. El filme por la media hora última refiere claramente porque es original el tema de estos asesinos en serie desde un país como Irán. Ésta propuesta es bastante amable de ver, aunque con su infaltable cine arte, con crueldad y cierta dureza visual; se entiende que el Oscar la tenga aun en su short list a mejor película extranjera, pero no solo es bastante entretenida, sino es inteligente en su exposición clara y sobre todo en escoger éste tema original geográficamente, con asesinos en serie que a ratos parecen no serlo, sino fanáticos religiosos dispuestos a cumplir con ese deber -tan contradictorio- que creen le deben a Dios.