Blacula (1972)
Ésta película de William Crain fue un hit comercial, la rompió en taquilla, y abrió las puertas a que se hicieran muchas más películas de terror pertenecientes al Blaxploitation. Es una película con algunos altibajos, pero decente. Tiene sus buenos momentos de terror, como cuando víctimas de Blacula -un Drácula negro- se despiertan convertidos en vampiros y salen corriendo a atacar con los colmillos fieros ensangrentados y lanzando gritos, fuera de sí. Blacula vive para amar a una mujer que murió asesinada por el Drácula original y quien lo condenó a ser un monstruo. Tina pareciera su reencarnación. Blacula la asecha por las calles cuando la ve por primera vez. A la actriz Vonetta McGee, quien hiciera de la protagonista de El Gran Silencio (1968), cuando es perseguida le enfocan las bellas piernas en tacos coloridos. En ésta maravillosa escena hay tensión y sensualidad. Esto pronto deriva en romance. Hay un buen contrapunto del amor con el terror, con el miedo, con la muerte. Una cosa interesante del filme es que Blacula es aceptado como real de manera contundente por todos, incluida la policía, en medio de la modernidad, aun siendo un ser clásico, y un heredero africano de mucho atrás. Blacula se mueve por L.A., por lo urbano, de manera normal, sin lucir incongruente o propio de la comedia. La policía lo persigue como a un monstruo, pero capaces de matarlo, como una amenaza más. Blacula no se ve débil, pero tampoco con demasiada ventaja. En un momento hay más agresores que héroes, hay más vampiros presentes, y así la propuesta se resuelve con astucia, mediante unas lámparas, lo que propicia una gran secuencia de terror. En el inicio también luce curioso que quienes descubren el ataúd de Blacula y lo despiertan son una pareja de homosexuales, quienes llegaran a ser vampiros. Blacula tiene buena música de acompañamiento, hay perfomances en vivo notables. El Drácula negro (William Marshall) también no luce anticuado, ni tampoco demasiado cool, está en su punto moviéndose entre lo clásico y lo moderno, llegando a manejar su buena dosis de ironía verbal inclusive.
Ganja and Hess (1973)