viernes, 8 de mayo de 2020

Tony Manero

Tony Manero (2008), de Pablo Larraín, es una gran película del cine latinoamericano. Pero es una película incómoda, de retrato feo. Pone en la palestra a gente poco agraciada, gente del submundo, gente pobre también. El gran actor chileno Alfredo Castro es Raúl Peralta, cincuentón que está obsesionado con el personaje de Tony Manero que hiciera John Travolta en Fiebre de sábado por la noche (1977). Peralta practica siempre los bailes de Manero, vive siendo éste personaje de ficción. Peralta es de cierta manera el as y galán del barrio, aun cuando es impotente actualmente. Hay muchas escenas de sexo subidas de tono, cargadas de realismo sucio. La talentosa Amparo Noguera hace de una mujer enamorada de Peralta, una de las tres del barrio y del local donde todos practican la imitación de los bailes de la película obsesión de la propuesta. Hay escenas memorables pero mayormente chocantes, como los asesinatos brutales que van sucediendo, salidos de la ira repentina, la frustración existencial y la locura, en medio de la dictadura de Pinochet. En un momento Peralta siente envidia de un compañero y defeca encima de la ropa del amigo -con quien iría a compartir escenario-, como un animal salvaje, como un eterno solitario aun acompañado. Éste protagonista es mucho esto, una bestia salvaje. El filme de Larraín tiene un escenario de pobreza, con curiosas canciones latinas melodramáticas de fondo en varias acciones que terminan luciendo incómodas, como cuando Peralta se excita de pronto y seduce a la hija de la mujer con quien yace emparejado mientras ésta queda cada vez más desencajada por sus acciones en todo un ambiente de gente que suele quedar mal parada. Se da una escenificación de fealdad reinante, dominante. El filme busca ser revolucionario, como todas las obras primerizas, así rabiosa apunta ésta obra, la segunda película en la carrera de Larraín. Es una película que adrede quiere ser desagradable y a pocos terminará gustando. Pero Peralta es un personaje poderoso, como con aquella mirada frente al ganador del concurso, yendo en el mismo ómnibus. Intuimos claramente que viene. Todo gira en base a la pasión que genera el personaje de Tony Manero y su película. Peralta llora mirando la actuación mítica de Travolta, en la sala de cine, en esa otra película también medio incómoda y no feliz ni complaciente, pertenecientes a un grupo de obras hechas con cierto toque de perversidad, mucho más la de Larraín. Es irónico, cruel, malvado, cuando Peralta imita el baile dotado de Manero y suele fallar y caer de rodillas ante el esfuerzo físico; es un perdedor en toda regla, pero un tipo violento, salvaje, además. La presente es en parte cine social, pero uno que le saca la vuelta, que rompe con la tradición del cine latinoamericano, que va más allá. Es un filme sobre la pobreza y la violencia refractada por el gobierno de Pinochet, que influye sórdidamente en la sociedad chilena de su época. Peralta es firme retrato de todo esto. La gente que está con él sólo son satélites a su alrededor. Quieren irse de donde están, quieren superarse, tienen sueños y afectos, pero Peralta es pura frustración y mala hierba, lo suyo es algo enfermizo. En el filme vive la decadencia, en la historia de lo marginados, de los golpeados, de los socialistas -como bien simboliza que Goyo reparta volantes contra Pinochet-, no el crecimiento económico del régimen. Alfredo Castro está enorme en su actuación, como un tipo con carácter explosivo e impredecible, bajo una mirada de alerta, de tensión, constante, con una calma a ratos -tal cual cuando se tiñe el cabello- como canción de cuna macabra. Por todo ello Tony Manero es una película interesante e impactante, llena de emociones en el apogeo de las mezquindades, de los "feos", de los peligrosos, de los vulgares, de los antisociales.