Una mujer hacendosa, una mujer dedicada a su hogar y a su marido,
interpretada por Jennifer Lawrence, desea tener un hijo y reparar la vieja y
enorme casa que tienen; su marido (Javier Bardem) es un escritor sin
inspiración hace buen tiempo y se siente decaído. Un día un fanático (Ed Harris)
llega sin invitación a su casa y el personaje de Bardem –que no tiene nombre en
la película- hambriento de celebridad y reconocimiento lo hace su huésped. El
invitado incomoda a la madre –así solamente se le conoce al personaje de
Lawrence- y esto irá en aumento, y se desbordará –hasta lo inimaginable, fantasioso
y artístico- en un estado de frenesí y locura propio de una pesadilla; llegará
más tarde su esposa (Michelle Pfeiffer) y sus 2 hijos adultos. La madre –Lawrence-
sólo quiere una vida apacible, humilde y familiar, y la gente le mortifica,
pero su marido es un hombre que ansía lo público y su deseo invadirá a su mujer
que sufrirá la fama y popularidad del escritor que vuelve a saltar a la
palestra.
En un inicio el filme es sutil, la pareja de huéspedes generan
pequeños fastidios, son conchudos/frescos, mientras tanto ella toma algo para
controlarse, siempre está a punto de caer en una crisis (el filme maneja mucha
tensión). Esto, desde luego, no es nada, para lo que nos tiene preparado más
adelante el director, Darren Aronofsky. Tras un incidente de violencia
fortuito, en realidad todo sucede como una explosión, lleno de absurdo, vuelve
la calma. Pero esto dura muy poco tiempo, Aronofsky vuelve a encender la llama
de la intranquilidad de
Lawrence. Regresan a la casa los huéspedes. En la segunda parte del filme
Aronofsky se dice, vamos por más, vamos con todo, y estalla el pandemónium.
El filme se transforma en una invasión absoluta, en una
muchedumbre destruyendo la casa, la que literalmente sangra y late (y
representa a la madre naturaleza, maltrecha por el hombre); también en una fiesta tipo
rave o como en una intervención de la policía especial contra secuestradores,
en un saqueo, en un culto de fanáticos paganos enardecidos. Esto entretiene,
todo resulta muy loco. Pero Lawrence con lo que sucede yace pasando las de Caín,
todo se concentra en su emotividad, frustración, en su desesperación. El filme
a ésta altura genera reacciones distintas, por un lado todo ese desborde tiene
hasta de gracioso, pero la histeria que rodea al personaje de Lawrence encrespa,
fastidia.
La propuesta de Aronofsky se vuelve muy cruel y sádica con la
madre, pero si uno conoce la filmografía de éste director sabe que no es nada
nuevo en su tipo de cine (Aronofsky suele apretar sin pena ni contemplaciones).
La madre pasa por tremendo, intenso y largo tormento, es todo un tour de force
para su actriz protagonista y pareja (para generar un pequeño cristal, una
ofrenda surgida en el sacrificio, malagradecido), producto de ser dejada de
lado por su marido, el que se aboca a su egocentrismo y tiene de muy básico.
Se da una crítica a la popularidad, hacia el creador
obnubilado –que deja de lado a su familia y a la paz e intimidad de su
existencia- y hacia el fan ciego de pasión animalizado, intrusivo e inclusive peligroso.
Lo que vemos es sólo la exageración de éstos patrones (el terror, digamos); el resto, que
muera gente sin mayores justificaciones (una editora disparándole a la gente, Kristen
Wiig), o que el contexto parezca como el de una turba enloquecida por un día de
suculentas ofertas es sólo la montaña rusa cayendo hacia el precipicio, diversión
pura y dura.