Ganadora de mejor director y mejor actriz –para Sofía Gala- en
el festival de cine de San Sebastián 2017. La directora argentina Anahí Berneri
pone de protagonista a una joven prostituta de la calle, Alanis (Sofía Gala Castiglione),
con la que el filme no pretende dibujar a alguien con sentido alguno de culpa o
vergüenza, es una prostituta libre y orgullosa de su elección, teniendo además
que cuidar sola de un hijo muy pequeño, pero con el que no se busca complicidad
de cine candoroso, porque es madre así puta y sin extremismos al cuidar de él.
Lo que se quiere es reforzar la idea del relajo de las figuras, no hay que ser
pura ni iluminada para ser madre, tampoco ser puta te hace una mala madre en la
práctica directa.
A Alanis le proponen el trabajo de empleada del hogar, pero le
agota mucho y añora la vida fácil de la prostitución, decide sin muchas vueltas
seguir ejerciendo de puta, se refleja sin ambigüedad que ser empleada no es lo
suyo. La trama es su sencilla existencia, cómo es su día a día, cómo su lugar
en el mundo es vender su cuerpo, sin prácticamente discusión que dar (con unos amigos/tíos
hay un mínimo sutil de exigencia a ese respecto). Se le ve muy segura de lo que
quiere hacer, no hay medias tintas, inclusive es sarcástica con los detractores,
como con aquel interrogatorio del servicio social, en un filme que no quiere
ser parte del cine social, por lo menos no del típico, aun cuando es un Buenos
Aires humilde el que se retrata.
Observamos a Alanis en más de una oportunidad en pleno
ejercicio de furcia, no es una fémina violenta, tiene su lado amable y hasta
nobleza sin aspavientos, pero no es de carácter sumiso. Hay una escena de
cierta duración donde está en la posición del perrito y ella va diciendo
palabras que quieren calentar a un cliente que inicialmente no puede conseguir una
erección. Ella se aburre por la demora una vez empieza el coito (lo normal), pero
sigue fingiendo excitación, a la vez que va poniéndose agresiva e intensa en su
expresión facial y en sus palabras eróticas y pedestres. La cámara está cerca, yace
casi pegada a ella –provocando un sentir de intrínseca incomodidad, de
invasión-, a quien están empujando por atrás con rudeza y ardor en ascenso, y
ella luce firme y fiera, como la personalidad de su personaje. Es una escena
memorable que pinta de cuerpo entero a ésta mujer, y a la fuerza interpretativa
de Sofía Gala, que abre con todo el filme cuando yace paseando desnuda por buen
rato por su apartamento, con mucha seguridad y soltura, fresca y entregada a su
papel. Se le aprecia bella y trasluciendo espontaneidad, sin ser físicamente
perfecta.
El mayor logro del filme es que no hay la intención de
provocar conmiseración hacia Alanis, no es una mujer sufrida, maltratada por la
vida, o entregada a un infierno; es libre en toda voluntad, anclada únicamente al
lugar más cómodo y empático con quien ella es. Cierto la vida es dura en Buenos
Aires, pero Alanis tiene opciones, además de que tiene “familia” (como una
pareja de tíos), pero no las quiere, le son problemáticas porque en lo que ella
cree es en la prostitución, y ésta no es color de rosa, pero nos hace ver que
es lo suyo, aunque se enfrenta a posibles clientes violentos –como en el pedido
de sexo anal que no quiere aceptar; en un lugar desolado- o como cuando choca con
otras prostitutas que cuidan de su zona, de sus ingresos.
El filme de Anahí Berneri no quiere hacer melodramática la
historia, no quiere buscar la tragedia, ni el padecimiento –lo lacrimógeno- ni
los efectismos fáciles, no quiere la retribución ni confabulación de un público
primario de cine amable pecaminoso y redentor, sino a otro, a ese que gusta de
la liberalidad y las causas perdidas, quiere ser una película de cine arte seria
y madura, condescendiente con la prostitución o, en todo caso, no señalar con
el dedo de la superioridad, sino busca tratar de presentar una elección personal,
sin traumas ni fuerza bruta de por medio. Sólo a una mujer y su facilidad para vender
su cuerpo, su total relajo para que cualquiera le pague y tenga sexo con ella; efectuar
una transacción como cualquier otra, un trabajo donde somos buenos y nos sentimos
a gusto, nos expresa claramente Alanis, y ésta propuesta. No es una mirada
común, pero es una realidad y también una elección, y no es la mayoritaria
perspectiva del dolor, tampoco la del placer sexual ni la fantasía perversa,
sino la de la economía light, un trabajo, el de mujer barata.