Ésta película trata de un fantasma, del lugar común más
inocente al respecto, un hombre (Casey Affleck) muere, exactamente a los 13
minutos de comenzada la película, y no se va a ninguna parte, no decide cruzar
la puerta de luz hacia se supone que el cielo, y se queda en la tierra cómo una sábana con 2 agujeros
por ojos. Sale de la morgue y camina así de sencillo hacia su hogar donde su
gran amor (Rooney Mara) sufre horriblemente su pérdida y se come un pie de
manzana frente a nosotros por 5 minutos, es decir, en tiempo real. Es el
momento melancólico Jeanne Dielman (1975) más la patata/papa de The Turin horse
(2011).
Ese hombre, ahora tan sólo una sábana con 2 agujeros, nuestro
protagonista, se dedicará a observar en silencio qué viene después de su muerte
en su mundo perdido. El filme tiene un centro muy cautivante; no es ninguna
película de terror aun con elementos suyos. La película es primero la
observación del vacío que le ha dejado éste hombre a su amada y como su figura
se va difuminando y va surgiendo su olvido. La propuesta logra trascender su
simplicidad, su estado mínimo y su “artificioso” inicio, el que huele a
imitación de cine arte minoritario, se siente un poco forzado. El filme maneja
muy bien la especulación y el lugar común sobre los fantasmas, presenta en su última
parte viajes en el tiempo, ciclos de vida, algo de reencarnación, cuentas
pendientes, patrones. Ese hombre se fue temprano y abruptamente y presenciamos
su camino para conseguir la paz.
Tener a éste tipo de protagonista en manos del director David
Lowery, el mismo director de la maravillosa Ain't Them Bodies Saints (2013), no
es un acto de irreverencia, como inicialmente lo es Frank (2014) por mencionar
una película con similitudes, aunque sí una curiosidad y audacia, pero terminan
siendo películas más profundas de lo que uno creyó en principio. El filme como
con Rooney Mara y sus sublimes y sugerentes silencios reflexivos en Ain´t Them…
se moverá a través de ellos con su fantasma, que se enoja, se frustra y sufre
sin poder hablar, pero debe aceptar la muerte. Un personaje de
"relleno" lanza un largo monólogo sobre que nada trasciende al final
porque todo se terminará olvidando, perdiéndose, destruyendo, a raíz de si no
existiera Dios, en quien Lowery cree.
El filme escoge como razón del mundo al amor, el vínculo
íntimo y humilde es la trascendencia. No lo pomposo, grandilocuente, la fama,
la inmortalidad, ni siquiera el arte. El filme es un hermoso cuento romántico, mucho
dolor y una aventura mística para sanar. La historia del filme y la solución
son muy básicas, incluyendo la manipulación de la información temática. Lo distintivo es el empaque, la forma de contarlo. Tenemos un inicio lento, pero
una fragmentación (detallismo) que se hace interesante al revisarle más tarde;
poco diálogo y mucha observación, pero con ritmo y fuerza escénica; un largo
monólogo (lógicamente) autosuficiente y algo pedante, pero que luego queda poéticamente
contrastado, respondido; mucho “rodeo” -algo confuso- por el final, efervescente, siempre novedoso y sobre todo
justificado, lo que hace de éste filme uno bien engranado, donde brilla personalidad.
Además, Lowery suele continuar e inspirarse donde la mayoría pone el final.