martes, 3 de junio de 2025

Rififi


Ésta película lleva mucha fama encima y en efecto es un gran filme. Es un noir y una película de asaltantes. Hay un robo muy bien planificado, entrenado (alrededor de una sensible alarma, para una zona muy comercial, y con rondas policiales), gloriosamente escenificado, de una joyería, donde en el robo no se habla nada ni hay ninguna música de acompañamiento. Es un robo sin armas, puesto que de fallar esto indica más pena de cárcel. Los asaltantes son 4. El líder viene de estar en prisión, sin denunciar a nadie –tema que va en repetidas ocasiones-, es Tony le Stéphanois (el belga Jean Servais). Tiene 45 años. Con él está Jo (el austriaco Carl Mohner), el “muchacho” fornido, de aura bonachón. Lo tiene a Tony por su familia, como su primo mayor. A estos franceses los acompañan 2 italianos, según la narrativa, Mario Ferrati (Robert Manuel) quien es el gracioso del grupo; y el amigo que convoca, César el Milanés, nada más ni nada menos que el mismo director del filme, el notable director americano Jules Dassin –en su exilio en Francia- quien se otorgó dentro de su filmografía 6 roles como actor, aunque pocos son protagónicos. Aquí tiene una participación importante. En su personaje literalmente es el guapo del equipo, el conquistador de bellas mujeres y ahí entra a tallar su affaire con la cantante y bailarina –casi gimnasta- la hermosa actriz turca-francesa (futura musa de Fellini) Magali Noel quien canta –realiza una performance en un restaurante-bar- una canción en homenaje al leitmotiv del filme y título, Rififi, que significa peleas a puño limpio entre los hombres, los problemas entre hombres rudos. Para el caso, las siluetas se prestan para señalar el mundo criminal, a los gángsters. Noel hace tremenda performance. También se ve muy bella echada en la cama boca arriba con el cuello sobresaliendo mientras luce una expresión seductora. Una escena cuidada y llena de ingenio que dice mucho sin mostrar nada frontalmente. Noel hace de una vedette, accesible a fans atractivos y regalos, a aventuras con tipos malos. Trabaja en el local de un gángster, como si dijéramos dentro de la mafia italiana la familia Grutter, con Pierre a la cabeza (Marcel Lupovici, que tiene la imagen perfecta para el cine criminal, un iluminado antagónico sin demasiado requerimiento). Entre los malandrines que le acompañan es curioso ver a un drogadicto. Y también es curioso ver que ésta adicción será importante para confrontar a los enemigos. El final en el auto es muy histriónico, teatral y muy cinematográfico, de cierto suspenso en medio de mucho dramatismo. Hace pensar en ser inspiración para la obra maestra Un mundo perfecto (1993). El mensaje es que el crimen no paga, aun cuando Tony dice qué hay que vivir; es decir, hay que robar, aun cuando una línea menciona abiertamente que los verdaderos duros no son los hombres pobres o salidos de abajo que se vuelven criminales, sino los hombres pobres que escogen rehuirle al crimen. Tony es un criminal ranqueado, con reputación entre los gángsters, pero como en El Padrino (1972) tiene un código de vida que sigue, de no quebrar jamás la lealtad o de no hacer daño así nomás, quien justifica matar. Cree en el respeto criminal, como cuando en primera instancia le desagrada César por percibirlo como un modelo; él, así Pierre, tienen esas caras más curtidas –como por la edad- o más intimidantes. No obstante, aquí priman las acciones más que el aura de intimidación. La ambición pesa mucho, el dinero manda. Lo vemos transportando el dinero en maletín, un clásico ya desde entonces, con billetes que se ven bastante grandes. En el inicio, en el juego de póker, se observa que no se amilanan con nadie, éstas gentes son como perros de pelea, tal cual la propia canción para la película que interpreta Magali Noel. Igualmente, la mujer puede ser fuerte o valiente, retar el entorno, pero éste finalmente es un mundo de hombres, violentos, algo brutos, duros. Así se mira a Tony castigar con azotes la deslealtad de Mado (Marie Sabouret). La humilla. Es el submundo, no el mundo feminista. Tony habla sólo cuando es necesario. Mira con furia la realidad (para ello no se necesita tampoco de demasiada explicites). Él implica no tener nada suyo fuera de lo criminal, no conoce otra manera, similar al pensamiento del De Niro de Heat (1995). Esto también es vivir bajo el yugo de sus elecciones, por más astuto que se pretende. En el inicio le dicen literal que sin dinero no puede jugar (no puede hallar placer). Es el relato de lo criminal, pero vemos normalidad, momentos familiares, relaciones cariñosas y amables, no es que se trate de malvados a secas, pero si de gente sin otras miras para tener mucho dinero. En ello el filme, basado en la novela de Auguste Le Breton, es sencillo pero muy entretenido. Estamos ante un noir muy competente y no tiene nada de complejo. Cuando los policías detectan un carro sospechoso y revisan las anotaciones de las placas de autos robados estamos ante el ingenio puro y duro de un cine diáfano y potente.