jueves, 26 de junio de 2025

La Haine


La Haine (1995) es la segunda propuesta del francés Mathieu Kassovitz y fue un hit, una película muy popular de cine social retratada en poco menos de 24 horas, una película que aman todos. Con ella ganó mejor director en el festival de Cannes y 3 premios César -los Óscars galos- como mejor película y mejor edición, y ese es un punto claro porque el filme aparte de ser super cool tiene una edición que va a la par con el habla veloz de la juventud marginal que bien retrata ésta película en casi todas sus expresiones y lo hace con personalidad. Tenemos de protagonistas a 3 muchachos recién salidos del colegio -en la vida real, veinteañeros, hasta alguno cerca de los 30 como Cassel- que no tienen oficio y yacen en los márgenes, en situación económica baja, en los llamados ghettos, zonas periféricas o suburbios, que tras saber de que unos policías corruptos han golpeado hasta dejar en coma a un amigo suyo son parte de las revueltas callejeras de los muchachos de éstas zonas. Generan riots (disturbios), volteando carros, lanzando bombas molotov, peleándose contra los llamados pigs, policías, de lo que el filme de Kazzovitz deja muy bien expreso -a través de varias conversaciones y hasta personajes secundarios- que no todos lo policías son iguales, que también hay buenos policías, que se encargan de cuidar a la gente. Los 3 muchachos protagonistas son un descendiente marroquí (árabe), Said (Said Taghmaoui); uno de Benín, Hubert (Hubert Koundé); y un judío -como el propio Kassovitz por entonces de 28 años-, Vinz (un excelente Vincent Cassel en los inicios de su carrera; nadie mejor para imitar la esencia de Taxi Driver, el hallazgo de un sentido que nos de pase hacia el futuro y no a la inversa). Es una lectura también sobre inmigrantes, así como de búsqueda de mayores oportunidades, y en medio hay una lucha por el orden, entre muchachos marginales y policías, de donde nace el título, el odio. En el filme vemos que hay mucho de slacker en ésta juventud a la que se suma el consumo de drogas, que se ven bajo cierto endiosamiento juvenil, pero con encontrar una jeringa tirada en pleno barrio habla de dependencia y decadencia también. Así mismo observamos muchas expresiones artísticas en ellos que el filme muestra muy bien, presenciamos breakdance en el metro; pinchar discos al estilo de la música electrónica desde la ventana de un edificio hacia afuera en el barrio. La cultura hip hop está por todas partes, incluso del reggae (como en la apertura documental). Yace gente matando el rato comiendo hotdogs en azoteas. Hasta participamos de la exhibición de un combate de muay thai en un coliseo de básquet. En un gimnasio de boxeo meten un vehículo tras una riot. Se interactúa con dealers con nunchakus y juegos de ruleta rusa al paso, que bien puede haber inspirado a Guy Ritchie, y así expresiones clásicas de juventud rebelde notablemente escenificadas en un blanco y negro que va a gran velocidad con una edición de verdadera gloria capaz de entretener al más intrépido, como la cámara desdibujando fondos incluida la icónica Torre Eiffel o la cámara girando alrededor de una fiera y tensa mirada analizando el entorno. También hay momentos que pueden leerse como graffitis verbales o filosofía de la calle como la anécdota del tren. Ésta historia señala ser parte del quiebre de la norma pero nos quedamos en el medio de ninguna decisión o partido, mientras las malas decisiones te castigan. Tal cual quien dice que uno siempre es un animal político. De igual manera se señala -con cierta ironía juvenil; bajando de una escalera mecánica- a un hombre de mediana edad de baja estatura de clase media -que pinta incluso de obrero- que es el que ama el sistema tal cual es y lo defiende con ahínco, como quien defiende un estándar de hombre promedio o que quizá teme los cambios y a ese modelo, Hubert desde su trinchera o subjetividad lo señala como el enemigo de los muchachos de los margenes. Hubert es un recién iniciado boxeador amateur que quiere una mejor vida, quiere salir del ghetto, aspira a una vida correcta digamos, pero no se decide, sigue atado a la inmadurez y al modelo de persona que es también ante muchos. Vinz es como el loquillo suelto (de quien curiosamente Hubert teme, puesto que se siente muy unido a sus camaradas; y por lo intenso, imprevisible y peligrosamente inmaduro que suele ser), inclusive divaga sin sentido en ver el espejismo de una vaca, una alucinación de su estado de inestabilidad general, pero puede que muchos estén dudando más de la cuenta de él, pero es que sus amigos saben que esconde un arma que perdió un policía en una riot, con la que alardea con querer vengarse. Ésta arma y su actitud representa a la juventud más violenta o más enfurecida o hasta menos pensante, la que quiere romper los límites por algún tipo de excusa. Tenerla provoca un viaje de suspenso en toda la propuesta que el final define muy bien. Es hora de despertar, de detenerse, el odio sólo engendra odio, odio contra el mundo, cuando el mundo no es tuyo, es de todos, para arriba, para el medio, para abajo. Ese es el mensaje. A través del arma tenemos muchos rodeos, montón de momentos de autocontrol, de autosabotaje y de acercamiento a la explosión emocional, de dejarse llevar por el odio. La película se mueve alrededor de una pequeña metáfora o pequeño cuento, un hombre cae de un edificio y dice que todo está bien (aún), mientras cae, porque no importa la caída, sino el aterrizaje. Y es cierto, literalmente, estrellarse es el fin. Esto alude abiertamente a la sociedad francesa y habla de que aún está a tiempo de salvarse de cierta manera (como cualquier sociedad o cualquier hombre), existe esperanza, o como quien dice, que uno se puede equivocar o fallar mil veces y sólo la muerte finalmente nos va a detener, tal cual quien dice que la vida es siempre una gran oportunidad de hacer lo correcto, de poder enmendar el camino.