domingo, 16 de octubre de 2022
Vivarium
Vivarium (2019), del irlandés Lorcan Finnegan es una película extraña pero se entiende más o menos bien las ideas que está manejando o intenta manejar. El filme abre con una escena donde un cuco mata una cría de ave e introduce la suya, la escena se toca con frialdad; se dice, el mundo puede ser un lugar cruel, hay momentos de crueldad. En ésta escena conversa la protagonista -una maestra- con una niña que se siente apenada por hallar el ave muerta. La protagonista muestra su sofisticación, habla bien, pero lo toma todo muy normal. Luego aparece su pareja y lo asume a la broma, ésta crueldad a él no le molesta, no le hace mella alguna. Ésta pareja la interpretan la británica Imogen Poots y el americano Jesse Eisenberg. Esto será lo que veremos con personas humanas y en el mismo tono, de frialdad y crueldad, en éste sci-fi con algunos momentos de terror, aunque el filme se puede leer como de tortura psicológica. El filme abre con un tipo notoriamente extraño, abiertamente freaky, con un vendedor de inmuebles, interpretado por el británico Jonathan Aris -un actor muy poco conocido, pero que hace una muy buena performance, representativa de éste universo- que trata de venderles un lugar a la joven pareja protagonista, a Gemma y Tom. Al poco rato llegan a un lugar que es misterioso y raro, un laberinto y una cárcel, luego aparece la idea del cuco y la repetición de un patrón que conoceremos al final. Después surgen las ideas reconocibles, una critica a la clase media americana, a la vida común, a la existencia promedio, es decir, a la vida de las mayorías, esa que se basa en el trabajo y el hogar, una critica a la normalidad, sencillez o, si quieren, ordinariez desde lo anormal o extravagante, partiendo de los representantes más populares o, llámeles, universales. Cavar un hueco día tras día sin hallar triunfo habla del trabajo esclavizante y que no lleva a ninguna trascendencia, moriremos cavando nos dice el filme pesimista y cruel, muy franco y simplista y torpe, pero, seguramente, con cierta infaltable verdad. Estos padres que no son específicamente padres o están obligados a serlo con algo que les permite ser crueles, pues de quien cuidan no es humano, habla de la frustración de ser justamente padre y lidiar con los hijos, que en la modernidad no es que se mienta, pero se aplica renegar de todo ello con alevosía y bastante soltura, nombrémoslo, mucha libertad. Es bueno sentirse identificado, saber que no por sentir algo de frustración o fastidio somos malas personas o malos padres, pero aquí la crueldad no solo viene del ente extraño sino está en los supuestos humanos, en la típica pareja promedio, la que se podría decir que se supone parecerse a todos. Surge maltrato obsceno, que trata de justificarse, ¿no es acaso un sci-fi? Quizá leerse lo que vemos sin su contraparte realista le haga bien al filme, pero esto habla también de una torpeza generalizada para darse profundidad con estupidez. El filme tiene un buen arranque, es bueno en su función de Dimensión desconocida, su repetición y formalismo expresivo cuando yacen atrapados, esa estética que se maneja, pero también hace alarde de inmadurez dentro y fuera de la propuesta. Cuando las cosas están claras luego se introduce algunos elementos de terror notorios que se leen superficiales; ahí da la impresión, como en el final de Hereditary (2018), que entra cualquier cosa. Leído el filme como más oscuro puede ganar desde al abordaje del terror, es una película curiosa finalmente, pero adolece de una mejor narrativa, faltan más recursos.