jueves, 18 de agosto de 2022
A White, White day
Ésta película del islandés Hlynur Pálmason se cocina con
lentitud y se proyecta desde algo pequeño. Trata del estudio de los
sentimientos contenidos de un reciente viudo que ya es abuelo. Su mujer a quien
adoraba ha caído por un barranco de la carretera y tiene que lidiar con su
pérdida. Es un filme que parece que no tuviera historia, pero lentamente va
asomando algo que va creciendo, bajo el quehacer de un policía y hombre de
familia, un tipo correcto, pero que va descubriendo cosas que le mortifican y
esto lo pone contra la pared, le quiebra el piso y su estabilidad emocional va
empeorando, pero es éste el reto que tiene enfrente, sobrevivir ante tanta
decepción. Tenemos un filme que se maneja con la extrañeza y frialdad propia
del país origen y el cine europeo menos popular. Es cine arte de pequeños
efectos y momentos algo extraños a los comportamientos siempre vistos, en
particular por cómo se descubren; pero que asemejan al
protagonista, a Ingimundur (Ingvar Sigurdsson), con cualquiera finalmente, el
sufrir por una mujer que ya no está con él y a quien no puede pedirle cuentas y
lo ha defraudado, cuando él ha sido y es un buen hombre, abuelo, padre y esposo. Hay cierto estado de orden clásico de posesión sobre ésta mujer,
pero en ella se ve la ruptura de estos preceptos, machistas si se quiere, si
bien lo hace de manera muy poco ética e injusta. Ingimundur yace muy enamorado –aun
a su edad- y su recuerdo le duele un montón, duele más incluso de lo normal por
sucesos que saltan en el camino, realizado con un estilo de cine arte minoritario,
poco atípico al de costumbre, lleno de sutilidad, aunque hay (lógicas) explosiones que rompen límites, como bien se dice. Ésta propuesta parte de lo
extraño y en el trayecto toma forma y de ahí gira todo el relato, provocando el
uso de la violencia y patear el tablero, convertirnos en el opuesto de nuestras
vidas. Es la aparición del caos y consecuencias de nuestros actos afectados. El
protagonista puede convertirse en un criminal en un segundo, en otra persona, cuando
siempre ha sido un policía recto y un hombre de familia amoroso y protector. La
vida se ve injusta en la historia de Ingimundur, partiendo de algo que parece
pequeño y en realidad no lo es, pero aquí se apaña la crueldad, se dice que los
seres humanos pueden ser crueles, pero se les defiende en la natural
imperfección, y suena terrible ésta imperfección porque no es justificable de
esa manera tan superficial y condescendiente que se hace en la propuesta –menos
si vemos quien lo dice-, suena vacío, poco reflexivo, pero trata de emparentársele
con la idiosincrasia europea y de la modernidad. Al final estamos ante un callejón
sin salida, pero que puede resolverse tragándonos muchos muertos. Quizá ahí la
relación con la nieta (Ída Mekkín) tiene más de salvadora de lo que se percibe, con quien hay
un buen feeling en pantalla. Vivimos el
contexto en un lugar frío, lleno de niebla que confunde la tierra y el cielo y en ese espacio difuso hay una gran prueba ante no poder ver el futuro y caer en el abismo. No obstante como esa piedra que el protagonista saca del camino y vemos rodar por la
montaña hasta desaparecer en el agua esto es la película, una piedra gigante
que botar para poder avanzar, seguir hacia adelante.