Capharnaüm (2018), de Nadine Labaki, retrata la miseria de
los habitantes de Beirut, Líbano. Zain es un niño de 12 años que pasa penurias
porque sus padres son extremadamente pobres y están llenos de hijos; su familia hace
mezclas con medicamentos y las vende a drogadictos.
Una de las hijas es deseada por un joven dueño de una tienda
de alimentos y cuando llega su menstruación la hija le es entregada para el
matrimonio. Zain que ama mucho a su pequeña hermana se arrebata y abandona el
hogar, va a la calle y sobrevive como puede. Afuera, solo, conoce a una
emigrante etíope y a su bebé; Zain cuida del niño a cambio de un hogar y
trabajo.
Ésta es una película llena de problemas económicos,
sociales, y muchos la han tachado de hacer una película de porno-miseria, pero
es una realidad que ha conmovido a la directora como ella misma ha dicho,
entonces depende de uno con que se queda, si con el sentimiento de necesidad de
Zain y mucha gente libanesa que le salpica al mundo, o con una demostración
demasiado lastimera y abusadora de precariedad.
Ciertamente que el filme llega hasta las últimas consecuencias
en mostrar la pobreza de Zain que llega a estar preso y a demandar a sus padres
por su nacimiento. Pero el filme tiene una buena escenificación y tiene sus
momentos a rescatar aun así. Uno de ellos es cuando Zain conoce al hombre
cucaracha, primo de Spider-Man, y se hace una similitud con el estado de
Beirut. El hombre cucaracha es un viejo que fuma como loco. Se le ve todo un
personaje.
Zain es un niño sobreviviente, un niño que logra arreglárselas
para vivir aun a tan corta edad. El filme exagera cuando Zain va a vengar a su
hermana tan ligeramente. La última parte ya es demasiado con un Zain llamando a
la consciencia de todos por la pobreza que lo acosa y los padres que tiene y
que la propician.
Capharnaüm (2018) no es Slumdog Millionaire (2008) donde se
exagera el cine de la India con sus películas lacrimógenas e historias de
miserias, en medio de un juego televisivo de preguntas y un rescate romántico,
donde todo es hiperbólico adrede –hay hasta una escena donde por un autógrafo
un niño se sumerge en excremento-, pero tiene algo de ella en ese sentido,
donde tanta pobreza y a todas luces hace cierta mella en uno, toca algo de
fibra.
La mirada desde el aire de las casas paupérrimas de Beirut es
de una estética avasalladora, hay una geometría y simetría aun en la escasez
material. Zain cuidando del bebé africano es toda una clase de neorrealismo,
con una naturalidad desbordante. El pequeño bebé para la cámara hace cosas
increíbles. Zain como lo cuida es imponente. Lo que vuelve a fallar es cuando
Zain hace el trámite con el hombre del ojo azul y el otro marrón, nuevamente se
tiende a lo más extremo, a lo más penoso.
Se pudo atemperar un poco el nivel de miseria, pero el filme
busca que Zain declare la vida como horrible y culpe a sus padres que tienen
hijos sin pensar en cómo mantenerlos o, por supuesto, en que consigan la
felicidad. Ésta es una película que capta la atención, se deja ver bien, no es
pesada, aun cuando tiende a mostrar la peor cara de Beirut, pero lo hace con ritmo,
imaginación, estética y amabilidad hacia el espectador. No será un filme
inmortal o memorable, una obra de arte o de culto, pero no es un mal filme.