Un abogado francés salido del campo, Orélie Antoine de
Tounens (Rodrigo Lisboa), en el siglo XIX viaja a Chile hasta la zona de los
mapuches, al llegar busca a los temibles líderes indígenas y logra entablar un
acuerdo con ellos, le ceden un territorio donde Tounens se nombra rey de la Araucanía
y la Patagonia, sólo que el gobierno chileno inmediatamente lo desconoce y
decide capturarlo, les importa poco la hazaña de no haber perdido la vida en el
viaje a tierra salvaje. La historia desde luego se oye muy atrayente en el papel
y además es un hecho real, pero otro asunto es hacer una película al respecto,
sobre todo cuando hay huecos históricos y falta –se ha perdido- mucha información.
El director chileno-norteamericano Niles Atallah fabrica una
película rara, experimental, ayudándose de que es videoartista, por eso vemos
que en un momento nos ataca la psicodelia, las luces, las distorsiones, los
ensambles y los colores, lo que da a entender como que Tounens está demente, y
su aventura es ese resultado. El filme
llega a un momento en que se pierde en el videoarte, lo que encuentro bastante
débil como séptimo arte. Lo atractivo está en otras partes, previas. Atallah
trata de plasmar su propio universo fílmico, su manera personal de contar la
historia de Tounens, muy libremente, lo mismo puede compatibilizar con la parte
del videoarte pero no lo hallo significativo, ni siquiera estéticamente curioso
o imaginativo, más bien gastado y muy simple, como si pasa con que los mapuches
estén interactuando visualmente en la trama de distintas maneras a lo usual, no
del todo original, pero al menos valorable positivamente.
Tenemos el disfraz de unas caras gigantes con mantas hacia
abajo (que recuerdan lejanos a los Moái de la isla de Pascua), que son como
especies de sacerdotes y hacen un extravagante rito
de iniciación, coronación o integración en el que dan de beber miel a Tounens. En otro
momento son representados los indígenas con cabezas de caballo, al mismo tiempo
los blancos europeos o los criollos chilenos usan máscaras de rostros completos
y detallistas, de los propios rostros. Son formas de darle estética al
producto, y tiene gracia. Toma el filme mayor vuelo de esta manera, no olvidemos
que hay una historia sumamente austera entre manos. Atallah se dedica a llenar
espacios con su libre albedrio. Tounens en su locura se cree Jesús, monologa
como si pudiera conceder milagros o hacer algo sobrenatural, o da la impresión
que se le identifica con él, lleva una corona parecida a la de espinas, una
túnica, barba y cabello largo. El filme casi no posee narrativa convencional,
aunque existen puntos históricos identificables como el encierro y juicio de
Tounens. Rey ganó el premio especial del jurado (segundo lugar, tras la india
Sexy Durga) en el festival de Rotterdam 2017.