martes, 15 de diciembre de 2015

Mia madre

Presente en el festival de Cannes 2015, concursante por la palma de oro y ganadora del premio del jurado ecuménico. La mejor película del 2015 para la usualmente extravagante lista del año de la revista Cahiers du Cinéma. La que recuerda la sensibilidad, la delicadeza y la inteligencia de un tema difícil como la muerte cercana de un ser querido, antes un hijo, ahora una madre, de la aclamada, palma de oro y premio fipresci, La habitación del hijo (2001) del mismo Nanni Moretti.

La película gira en torno de la mirada de un directora de cine comprometida con el cine social (hace una película sobre el desempleo, la huelga, las barricadas policiales y un nuevo empresario haciéndose cargo del asunto en el rol del discretamente famoso actor americano, experimentado y todoterreno John Turturro), llamada Margherita (la muy bella a su edad, 53 años, talentosa y expresiva, Margherita Buy) que tiene a la madre hospitalizada, consciente, pero grave, a puertas de la muerte, a la tierna, natural y coherente Ada (Giulia Lazzarini), provocándole a la protagonista un trance complejo en su vida, mientras piensa su estado existencial, su soltería tras un lejano divorcio y su proclividad a desechar “burdamente” a sus parejas, así como el trato duro a sus semejantes tras una latente tensión natural, solo que bajo verosimilitud, sin ninguna exageración telenovelera, pero sí muy propio de un carácter voluble, engreído y bastante femenino, viendo que ella es el verdadero amo y señor de la trama del filme. Al igual que estudiamos su profesión tras el tipo de obra que realiza, en comparación a un cine íntimo, emotivo y minimalista, como (invocando irónicamente) el séptimo arte de Moretti, y es como si Moretti se hablara a sí mismo en su alter ego femenino, ofreciendo algunos puntos de vista de su arte, tanto como perpetrar la broma suave en ciertos casos a ese respecto, véase cuando Margherita le pide "pretenciosa" a sus actores que pongan a la actriz/actor (a ellos mismos) al lado del personaje, lo cual suena curioso y difícil de interpretar según los propios diálogos del filme, pero se entiende tranquilamente, apuntando de que el cine se conversa, sin ninguna gravedad, estando muy presente en la historia, y no solo por las escenas de la película que graban en la trama que contiene sobresaltos, trabas y ocurrencias, exaltaciones, perplejidades  y entusiasmos, sino porque ausculta su propia idiosincrasia, a través de la comedia, la sutilidad y una narrativa y argumento general, haciendo una clase maestra directa, in situ, a continuación.

Es una historia que sabe crear momentos creíbles, realistas, cercanos a uno, cuando así lo pretende abiertamente, apasionándose con sabiduría, y lo dice. Mezcla el cine, el dolor, goces "menores" (lecturas y estudio en latín en conjunto, un aprendizaje en moto, desbordes de alegría en el auto), lo común, y deja mucha naturalidad en el ambiente con sus momentos intrascendentes, esa familiaridad con la que la familia de Margherita interactúa, sorteando además pequeños problemas cotidianos, que es la esencia de Moretti, lo casual y sencillo de la vida, y así es la muerte, un trance más de nuestra cualidad terrenal, pero que se hace tan difícil para quienes deben superarlo, el amor aflige en la pérdida de un ser importante en nuestra existencia, aun siendo un camino normal. En ello el director italiano hace gala de un equilibrio magistral, no hace un filme lacrimógeno, pero se percibe emotivo, en una dosis perfecta, gracias a momentos digamos que externos, supuestos complementos que en realidad son el foco central del filme, en esas exaltaciones laborales, sus meditaciones, en ese análisis del mañana, del abandono y la desaparición, esas visitas "aburridas" y otras de agradecimiento y admiración, cambios repentinos de cuarto, esa rotura de la cañería que late en cierta desesperación, ese palpitar de la casa materna ausente de su figura capital, esos afectos y amabilidades, esos diálogos indagatorios y decisivos en el hospital, y un sinfín de lapsos claves que van haciéndonos comprender la temática de una dolorosa despedida, lenta, que va cocinándose y calando hondo.  

El trabajo cinematográfico de Margherita continua su andar y hace de teatro del mundo, de puerta “secreta” a una realidad intima, en un lenguaje al descubierto, que revela la autobiografía de Moretti, en una obra que se ennoblece con el sentir de que a todos nos pertenece (el séptimo arte y una madre moribunda). En la existencia de una potente fémina madura como Margherita, semejante a muchos seres humanos, imperfecta; cálida, buena persona, entregada, pero con torpezas y decisiones no todas acertadas (leves deficiencias en su trato, que se verbaliza en gran parte, hasta romper la figura narrativa en una fila hacia un cine, o chocar el auto de la anciana progenitora contra la pared, ya que predomina mucho más la empatía primaria con ella). Visionando a la mujer, madre e hija que hay en ella, en que se hace uso del ingenio de crear un personaje con matices (aunque notorio hacia lo loable, incluso reconoce fallas con presteza y enmienda enojos superfluos), luciendo emotiva y compleja a un punto, con un Moretti que también actúa en el filme (efectivo, pero sumamente discreto, de expresión precisa y fácil), pero quien queda de lado ante el protagonismo casi absoluto de Margherita Buy que en su rol vive a través de su madre, su trabajo, su prole y allegados, sus efímeras y cambiantes parejas (su talón de Aquiles, aun ya cerca de la vejez) y hasta por un actor americano en el papel de Turturro que le sirve de catarsis y de pretexto para explayar sentimientos y crear novedades. En un filme “chico”, pero simpático y creativo, multifacético, y autentico queriendo tocar el interior del espectador.