Dentro del panorama nacional final del 2014, éste corto de 20
minutos, de Diego Vizcarra Soberón acaparó cierta atención especial y
entusiasmo, en que no falta alguno proclamándola primera en el recuento de su
año, y el encuentro me ha resultado interesante, dentro de su práctica
experimental y distintiva con pocos y austeros recursos, típico del cine
independiente peruano al que se adscribe, mediante el uso de veinticuatro tráilers
de cine comercial, la manipulación del soporte fílmico y una buena edición en
general, de lo que Vizcarra termina luciendo sus apetencias y dotes artísticos a
unos 6 minutos de acabar el corto, dentro de un especie de ejercicio
cinematográfico de animación con rayas, manchas e ilustraciones esbozadas a la
orden de la plena ebullición y el ritmo, que aunque banal o bastante secundaria
(lo menos interesante del conjunto como logro, luciendo excesivamente amateur y
desangelado), termina a un punto como algo curioso de apreciar, en dejarse
llevar por su digamos atractivo visual y sentido sensorial, sin embargo lo más
importante se trata de esa sensación de misterio, de oscuridad y manipulación
que circula como temática por el filme, con un toque predominante a la serie
The X-Files, que sea dicho también le sirve de soporte físico.
En un inicio el filme abre con una expectativa enigmática en
su composición y reorganización, tras el plano y sencillo proclamado ya viene,
pronto, de todo tráiler americano, mientras hace de metraje encontrado y
proyección camuflada, desgastada, como si estuviéramos presenciando el descubrimiento
de un “secreto”, aunque propio y típico del imaginario social, y ¿cuál es? Como
que el cine mainstream o hollywoodense genera la dirección de un pensamiento
social, una subyugación masiva dentro de una ideología a lo Gran Hermano de Orwell,
de ahí que leamos frases al vuelo aludiéndolo mediante el sexo, el miedo, el poder, el sentido de pueblo,
la libertad o el adormecimiento sistemático, mismo Matrix (1999), pero con el
cine como arma de control mental y no los programas de computadora y lo
virtual.
En su mensaje de revelación de un mecanismo
que no nos permite ver fuera de una burbuja yacen algunas ideas a
tomar en serio, es decir, que el cine nos representa, nos enseña formas de
vida, pensamientos, anhelos, luchas o emociones, por lo que todo ese sentido expuesto
como una gran conspiración o estado paranoide, como la sombra del mal (tal cual
esa música siniestra que acompaña la exhibición), lo supuestamente equivocado, en
medio de lo lúdico también, tiene su crítica de identidad y razón constructiva,
como que Mecanismo Velador y símiles de cine independiente, de bajo
presupuesto, experimental o de poca difusión tienen un discurso –por encima de su rebeldía innata y el
método de hacerse notar- o algo que decir también, fuera de que éste cine se
crea el portador de la verdad, de un supuesto ansiado cambio y de lo que en
realidad se necesita, lo cual más que cambiar de séptimo arte sería buscar
siempre complementarlo, innovarlo, diversificarlo, proyectarlo, aprovechar el contraste,
en otra forma de asumir el arte y puede que hasta la forma de observar al
mundo, enriqueciendo si se quiere el background del espectador, presentándole otras
opciones, estéticas, narrativas, voces e historias.
Mecanismo velador porta un estandarte, un mensaje, dentro
del juego de la distorsión visual, del tenebroso parpadeo del próximamente (que
tiene suma audacia en lo físico, convertir lo anodino en una especie de arma,
lucha ideológica y peligro latente), los números invertidos, los mensajes
entrecortados sacados de contexto y las fallas visuales. Diego Vizcarra critica
la manipulación, manipulando a la vez el producto que combate; contraataca llevándolo
a su terreno, desfigurándolo, corrompiéndolo, reciclándolo, como en una
película de acción o de terror aunque sin narrativa convencional, donde hay un
ente oscuro y una misión para derrotarlo.