La quinta película del cineasta indie Sean Baker retrata la vida de prostitutas transexuales afroamericanas en los barrios austeros de Los Ángeles,
en la víspera de navidad, de la tarde a la noche del 24 de diciembre, cuando Sin-Dee
(Kitana Kiki Rodriguez) sale de la cárcel tras 28 días de prisión por posesión
de cocaína, y se entera de que su pareja sentimental, un proxeneta, Chester (James
Ransone), está acostándose con una mujer, otra prostituta, por lo que Sin-Dee
secundada por su mejor amiga también transexual, Alexandra (Mya Taylor), va
tras la amante para arrastrarla a pedirle cuentas frente a Chester. Con este centro yace una sub-trama hacia un clímax conjunto, en un taxista armenio que le
es infiel a su esposa con éstas putas transexuales, llegando a haber un momento bastante sugerente aunque cuidado -no explícito- donde éste tipejo, Razmik (Karren Karagulian), le da
sexo oral a uno de los travestis.
La película anterior de Sean Baker, Starlet (2012), también tenía el factor de
realismo duro, pero manejado con arte (hay una escena porno, que no llega a ser
plenamente explícita, aunque deja apreciar/entender el acto sexual), en que la carismática
y sensible joven protagonista que luce en el relato a todas luces noble resulta ser una actriz porno, con la “audacia”–si bien no tanto en el presente, porque se
diría que hasta se espera de ello en la modernidad- y la paradoja de poseer
cierta corrección política en un potente altruismo y humanidad, una figura
de excepcionalidad, lo cual hay que decir que le
funciona en decente medida, produce de ésta manera mayor empatia, aparte de poseer el director
americano Sean Baker dotes narrativos, como con la elipsis del final
en el cementerio, en que figura la reparación emocional por sobre la material,
tras ser una historia que versaba más bien en el lugar común y en la simpleza, la
de la interrelación afectiva entre una pareja dispareja, entre una anciana
solitaria llamada Sadie (Besedka Johnson) y una muchacha bastante
contemporánea y de tipo cool en Jane (Dree Hemingway), que tras una venta de garaje
y descubrir una alta cantidad de dinero en un objeto que le compra a la anciana sufre de remordimientos y busca acercarse a ella, quien no tiene idea de la
suma (que hábil y sutilmente lo explica la trama sin precisarlo, de donde procede
originalmente el dinero), con lo que se forma un vínculo sólido entre
ambas con el pasar del metraje. Sean Baker nos entrega una feel good movie, una amistad enternecedora, pero a su vez algo irreverente, compartiendo los
consabidos enojos y choques iniciales de adaptación, por la costumbre de la soledad no porque la muchacha sea puta. De esto tiene una escena muy graciosa, Sadie le hecha gas pimienta en los ojos a Jane, al creer que tiene
intenciones oscuras tras tanta amabilidad cuando no se conocen mucho. Starlet muestra el revertir
del cariz antisocial, tras un fuerte hermetismo, encontrando
soporte emocional en el menos pensado.
Tangerine (2015) tiene la particularidad de haber sido grabado
mediante Smartphones, con el iPhone 5S, con el que se crean texturas acordes con el
callejeo de los transexuales por barrios humildes, pero que tiene una calidad
de resolución que luce como un filme convencional americano, o sea no presenta minusvalía
estética alguna, por lo que es todo un logro cinematográfico en ese aspecto.
El filme juega con cierta moralidad, fomentando una
filosofía de vida o quizá nihilismo, en la ausencia de convenciones, lo
cual nos pone un poco en el lugar de lo primitivo o lo salvaje, como cuando el marido que gusta a
escondidas de los transexuales es descubierto por su familia, en medio de una ligereza formal, de un cariz digamos que alegre, superficial e intrascendente,
de pequeño conflicto, como refleja en gran parte la idiosincrasia de L.A., pegándose a esa liberalidad sin consecuencias que
estipula el cine de Sean Baker y una cierta ideología mundial actual,
como si se hablara a su vez de un país ultra moderno.
El cine de Sean Baker busca la aceptación y complicidad de
cierta figura llamémosle sórdida, tratada como entretenimiento, con festividad, buena onda y relajo narrativo, donde cierto que hay un toque de realismo y
verosimilitud, de no esconder esa fuerte carga de rechazo hacia la prostitución
callejera, la promiscuidad y banalidad en vídeo o la transexualidad teniendo sexo con el supuesto heterosexual, aunque se encuentra predominantemente bajo la afabilidad, lo cual será la mayor virtud o gancho del filme consciente
o inconscientemente, hacer que uno se conmueva y le demos lugar a estos outsiders, un espacio en nuestro mundo
mental, si no es que es identificación, de unos personajes ineludibles de la sociedad. Lo vemos cuando Alexandra le
canta a cuatro gatos en un lugar público
previo pago, que la hace ver como una loser; o en el desenlace donde se descubren las
pelucas los travestis, revelando flagrantemente al espectador que físicamente son
hombres en realidad, mientras Baker nos muestra la humanidad de
sus personajes, implicando ternura, bondad, debilidad y compañerismo, como
antes traición, humillación, carácter y juego. Tangerine es más lograda, más verosímil, que la simpática Starlet que apunta a mayor
entretenimiento.