Ésta película del mexicano Emilio Portes es bastante pesada, machacadora, excesiva, redundante, es como darle y darle y no crea placer sino fastidio, no ese del tipo del que finalmente puedes disfrutar, no se trata de miedo, de ese pequeño masoquismo de querer asustarnos un poco por diversión que es propio del género, no, es una película que agota. Tiene algunos momentos inspirados, aunque pocos. El más resaltante es cuando la figura de un Cristo en yeso semi destruido tirado en el suelo en una casa abandonada es poseído por el demonio de la trama. Después el filme abre con muertes a niños y a bebés, esto es desagradable más que trasgresor, aun cuando, obviamente, no se ven las muertes directamente, sino hay una puesta en escena artística. Joaquín Cosio es un buen actor, pero aquí tanto exceso lo dejan a ratos mal parado. El exceso, el drama exacerbado, la intensidad, no siempre es reflejo par de talento o elogio, aun cuando se suele pensar que sí y ganar así premios más fácilmente que a través de otras performances más sutiles. Tobin Bell tiene un personaje de cierta originalidad, es un sacerdote que parece pandillero americano, y sí pega en el papel que le dan, propio de un tipo preparado para enfrentar al demonio. El filme tiene de Terminator 2 (1991), con el pasaje a EE.UU, y, claro está, del Exorcista (1973), a la que imita en filosofía, y no es el camino hacia la excelencia, es más bien todo lo contrario. Más, y peor, más desagradable, de lo mismo, no representa audacia, y además se aleja de lo original. No es un bodrio, hay anhelo de atmósferas, hay anhelo de sorpresa, pero no un filme memorable. No obstante al menos crea curiosidad, no es una propuesta vacía. El final es mismo Terminator.