domingo, 5 de julio de 2020
La casa rosada
Ésta película tuvo su polémica, muchos sectores se fastidiaron con ella y quisieron censurarla, y es que es una película demasiado exagerada criticando al ejército peruano durante la época de terrorismo, ubicándonos en el epicentro, en Ayacucho. Palito Ortega Matute prácticamente hace un thriller de su denuncia, denuncia frontal, en toda intensidad. Visto como ficción uno puede entretenerse, pero la cosa va totalmente en serio. La casa rosada (2016) tiene muy buena estética, es un filme de nivel técnico bastante decente. La propuesta recuerda a La boca del lobo (1988). No obstante le queda chica en su anhelo de denuncia contra el ejército. Incluso Palito recrea su incidente central, hasta en más de una oportunidad. Sin embargo carece de la profundidad del retrato del ejército de Francisco Lombardi. En la casa rosada el ejército son el mal absoluto, son caricaturas. Todo lo que pasa el protagonista, un catedrático de filosofía (José Luis Adrianzen, un rostro nuevo, pero que lo hace bien), acusado inmediatamente de terrorismo, partiendo de que escuchaba las noticias (¡acusado por escuchar la radio!), cuando es intervenido por militares, le queda chico a un héroe de acción, aunque pasivo, cero reacción física contra alguien de su parte. El catedrático es medio contestón solamente, se mantiene sólido defendiéndose verbalmente, que hasta algo altanero se le ve, aunque tampoco hay que ser mezquino, llegamos a verlo sentir la pegada cuando un militar drogadicto lo persigue. En ese momento se arma una escena destacable, el filme tiene su buen suspenso, su cuota de notable tensión, crítica aparte de mostrar tan extremo el arresto, tipo El fugitivo, pero al límite de la ley, de lo extrajudicial. Así hay miles, miles de escenas extrajudiciales, de lo más extremas, que ni la mafia se le compara. Hay disparos a la cabeza sin chistar y más, que ni el exterminio nazi -como en el hueco cavado- tiene que envidiar. Pero dejando a un lado la denuncia hay varias escenas que destacan por su puesta en escena, como en las torturas. No obstante también hay muchas escenas manipuladoras, como con el robo de arroz a los soldados por los niños y el aplaque de su hambre, o el hallazgo del padre muerto; abunda la exposición de cadáveres y pasar cerca de todo muy lentamente. En ello intervienen niños para hacerlo aún más dramático. Los cuerpos tirados en el vehículo lucen terroríficos, pero la quema en los hornos tiene todo el semblante manipulador, no se escatima nada en el afán de señalar al ejército como un atroz criminal, que la presencia del terrorismo parece mero pretexto para su propósito. No hay respiro alguno en la crítica contra las Fuerzas Armadas. Al protagonista le pasa lo peor de lo peor, infinidad de veces, pero aun así siempre se salva. Tiene siempre muy mala suerte, para caer en el hoyo -siempre cae-, pero en el último segundo sobrevive. De todo esto sobresale la escena con los Sinchis, hasta la persecusión tan emotiva del ómnibus, que está en su punto, es emocionante.