jueves, 1 de junio de 2023
Metal y melancolía
Éste documental peruano-holandés le pertenece a la peruana nacionalizada holandesa Heddy Honigmann. Se hizo durante 1992-1993. Se enfoca en entrevistar y conversar con taxistas limeños. El enfoque es de la crisis que estaba enfrentado el nuevo gobierno, el gobierno de Alberto Fujimori, tras uno de los peores gobiernos o quizá el peor que ha tenido el Perú, el gobierno de Alan García, que fue de 1985 a 1990. García, increíblemente, volvería a gobernar durante el 2006 al 2011 y ahora haría un gobierno muchísimo más digno. Pero el de 1985-90 dejaría al Perú con una clase media empobrecida, que en su mayoría tendrían que buscarse un segundo trabajo como taxistas. En un comienzo el filme de Honigmann se oye muy deprimente, todo será pobreza, el comercio que se ve, las calles, lo que cuentan los taxistas, todo ello la reflejan tan contundentemente. Pero luego el filme se vuelve luminoso, y afloran historias que dejan un poco de lado ésta latente lucha contra la crisis. Los taxistas con los que la propia Heddy conversa, al subirse a sus taxis, muestran personalidad, cuentan cosas interesantes, aunque todo desde un dispositivo muy sencillo, en un filme muy simple, pero muy bien hecho. Ésta propuesta vale mucho por los taxistas que escoge, pues de ellos va el documental, representando la idiosincrasia general de los peruanos y de su época y rezagos. Todo lo que hablan estos taxistas brinda una mirada panorámica muy rica, uno puede entender al Perú de éste tiempo por lo que cuentan. Incluso alguien analiza la debacle del gobierno aprista. Es una película donde todos hablan muy bien, claramente y de manera campechana, natural y con respeto. Hay historias de amor con ruptura, atravesada con música autóctona como nostalgia y añoranza. Un hombre se siente relacionado con su carro como si fueran uno solo, un hombre-máquina o como dos compadres que trabajan juntos. Lo expresa con ternura. Es un filme que describe gente simpática, gente agradable. Hay un actor de cine peruano de larga trayectoria que también es taxista, que ha trabajado con el más conocido director de cine de la historia del Perú, Francisco Lombardi. Éste actor de edad hasta se anima a recrear un momento de llanto, de sensibilidad, y le sale muy bien, muy natural. El mismo actor es quien con un comentario define el título de la película, los peruanos son como metal y melancolía. Fuertes y sensibles. Honnigmann incluso acompaña a un taxista hasta su casa. Vemos ahí como ésta sólida familia -un lugar de amor- se autogestiona luz de manera precaria. Se mete en otro rato, Honnigmann, al cementerio, donde la gente va a visitar a sus muertos y a comer. Hay anécdotas curiosas también. Oímos de una historia de machismo, contada por una mujer taxista y madre soltera. El filme en su lado luminoso, tras dejar un poco el retrato de la pobreza, nos muestra a un hombre contando de su hija pequeña enferma de leucemia y como le da fuerza y le hace ver el mundo. Éste hombre habla con tremenda belleza, muestra todo ese enorme amor -el más grande de todos- que uno le tiene a sus hijos. En el filme se ven más taxistas de los que han hablado ante la cámara, que los ve invisible, siempre tranquilos narrando de su intimidad, algunos solo yacen para la fotografía (el filme los fotografía al final a todos con sus autos, mayormente carros viejos, hay mucho volkswagen escarabajo, como por las calles), es decir, hay un gesto de coger espontaneidad, agarrar el momento, la franqueza, la empatía, la naturalidad para comunicar. Como curiosidad está ver que hay mujeres taxistas, que no es muy habitual, sobre todo para la época, en éste gran retrato -por lo social e histórico- de un Perú que para bien ha cambiado, ha mejorado mucho, aunque, lógicamente, aun falta por hacer. Un hombre muestra las imperfecciones de su prácticamente impresentable vehículo como audaz mecanismo de defensa para que no se lo roben; es un retrato tanto irónico como incluso poseedor de una visión personal. Los autos circulan por la Lima pobre, de cerros poblados, de triciclos, de limosnas, de desechos alrededor, de mercados sobre tierra. Muestra la sobrevivencia, el empuje. Se ven clásicos del país, como ese barco de madera a escala que venden desde siempre los ambulantes peatonales hasta observar como se hacen habas tostadas (que solían venderse entre los microbuseros). Un niño que vende cositas baratas se hace llamar, con carácter, un comerciante. Un taxista -ex policía encubierto- separa pensamientos de terrorismo de diálogos sobre anhelos justos de mejoría. La radio en uno de los trayectos anuncia el derrotero condenatorio de la captura del máximo líder senderista.