viernes, 16 de junio de 2023
Frankie y Johnny
Frankie and Johnny (1991) es una película que recordaba con estima por una cosa en particular que quedó en mi memoria de cinefilia temprana, un asunto fetichista con tacos altos -siendo yo éste tipo de fetichista, como la mayoría de mortales- que lo tenía por ligeramente cómico, cuando Johnny (el gran Al Pacino), no hace mucho salido de la cárcel carga un cierto trauma, no emite gemidos ni sonidos cuando tiene ni finaliza el sexo, es así que una mesera con la que se acuesta, Cora (la canadiense Kate Nelligan), ya en los primeros 40s, asumida en cierta sensualidad-sexualidad y libertad sexual se queja/raja, chismea, sobre esto con sus compañeras del café-restaurante donde trabajan, alrededor de sus amados y efectivos tacos altos dorados y como extrañamente no hicieron efecto en Johnny, no cumplieron con su cometido natural. Ella lo asume como una rareza, en conjunto. Asunto que oye atenta Frankie (la hermosa Michell Pfeiffer) y que despertará su curiosidad. Volver a verla con más agua bajo el río es notar -más allá del cariño como hito de nuestra cinefilia- que es una película imperfecta que juega un poco al placer culposo. No obstante no está del todo ahí porque es una película ciertamente con virtudes también, exuda nobleza, aunque también un poco de efectismo, pero no se puede negar que trata bien por una parte con la realidad y coge cierta esencia general de lugares donde podemos vernos reflejados de manera no solo emocional o primaria como buen drama romántico bajo la fachada general de ser una comedia romántica aunque melodramática, sino que suena interesante en lo que recoge y presenta desde la soledad y el trauma de la gente común en una gran ciudad aunque un poco caótica, melancólica y algo lumpen como es la imponente y magnificente, y de varias capas, New York. El director es el americano Garry Marshall, quien solo un año antes había hecho Pretty Woman, la mejor película de su filmografía y una de las películas más famosas y popularmente celebradas de los 90s. Frankie and Johnny es una obra de teatro escrita en 1982 por Terrence McNally y llevada en 1987 a Broadway con bastante éxito hasta ser una de las grandes obras aclamadas de McNally, destacada figura representante de la comunidad gay en EEUU. El filme tiene de protagonista, como indica el título homenaje de una legendaria canción folk americana cantada por mil famosos cantantes desde comienzos del sigo XX incluido Elvis, a una Frankie que es una mesera de 36 años. Ella dice tener menos pero finalmente confiesa su edad como apertura y confianza y empatía emocional, cuando la propia Pfeiffer tenía 33 y está/continua en el esplendor de su belleza que era totalmente de otro mundo en su rol hito de Scarface (1983) de donde venia de compartir, hasta recién nuevamente ahora, rol de pareja con Al Pacino, aunque ahí, como pareja, desde un muy distinto punto de vista. Al Pacino tenía 51, pero en el filme si bien Frankie le echa casi su verdadera edad, él dice estar en la mitad de los 40s y no lo discute. Es decir que nos movemos alrededor de los 40s, llamémosle la mitad de la vida, como punto de inflexión, y es así que Johnny se presenta como una especie de salvación -aunque las feministas sufran con la idea, si bien hablamos de mutua salvación- o cambio de rumbo, cuando ambos, especialmente ella, cargan fuertes traumas. Johnny por haber estado cerca de 2 años en prisión, que literalmente llama el fin del mundo en una conversación, pero como para argüirse, en el conjunto del filme, resiliencia. En un momento un diálogo sutil menciona algo de propia boca de Johnny que es algo un poco ambiguo, da a entender que el trauma de no emitir sonidos viene de la cárcel; es decir, Johnny ¿tuvo relaciones homosexuales o las tuvo con mujeres de visitas?, en un lugar difícil y traumático de tenerlas. En fin, el filme muestra al mejor amigo y vecino gay que hace en su esencia Nathan Lane y en la del guionista y está bastante clara la visión de ellos sobre su universo. El filme se percibe imperfecto en lo que presenciamos de su tira y afloja, entre poder compartir de ahora en adelante una nueva vida de pareja y visión positiva del mundo, que resulta a ratos muy ligero, flojo, medio engreído, tanto como en otros momentos muy real y empático, cuando todo apunta a ser el más lógico e inteligente de los movimientos -estar juntos, casarse, tener hijos o adoptar, romper por una parte con la trágica canción título- pues asoma pasar la página, y ahí entra a tallar ver en la propuesta los traumas dentro de cierto estilo pop -entendible ya que es un filme y una dramaturgia comerciales-, pero eso hace también que muchos se identifiquen, incluso los más recios, pensando que en la comedia romántica uno por lo general tiene que hacer concesiones, no ser justamente como Frankie, si bien los traumas tampoco son fáciles muchas veces de superar y el suyo viene como propio de cierta novedad de quien hemos visto en la trama, aunque es algo sencillo de identificar. Johnny es un tipo que pinta de hombre notoriamente en busca de cambio, de mejora (tras la redención de la cocina), y quiere hallar el amor, entonces lo reconoce en Frankie, y es hermoso ver como insiste, como lucha por ella (no una, mil veces, ante el natural estado voluble), aun cuando roza con ser un acosador, sobre todo en estas épocas. Él quiere vencer a esa soledad y dolor del que Frankie se aferra de manera, como literalmente se llega a decir, autodestructiva, puesto que tratamos con traumas y una psicología negativa que hay que vencer. Como Frankie tiene un trauma de volver a relacionarse con alguien, Johnny tiene que insistir, aun cayendo algo cargoso o chinche/antipático, ya que también es de hablar mucho, con algunas ínfulas de hombre común que ha aprendido cierta cultura, pero, claro, ahí tenemos esa frase cliché o pop americana, perdonarás mi francés (mis aires). Johnny también es un tipo irónico, en un momento dice muy inteligente que él bromea pero al mismo tiempo dice la verdad. Todo esto habla de la genialidad de la obra origen, Frankie and Johnny en el claro de luna, y de McNally, aunque en la obra dramatúrgica la mesera Frankie y el galán ex carcelario Johnny parecen inspirarse en los personajes reales de Raymond Fernández y Martha Beck, aunque sin homicidios de por medio sobre mujeres desesperadas y bajo una segunda oportunidad. El filme también es imperfecto porque es algo machacón en conjunto -en medio de cierta profundidad también- con la idea de quedarse solo y roto por dentro, en el corazón, como cuando Johnny dice conocer el feeling de una anciana mesera muerta en esas circunstancias cuando visita su velorio y plantea, salido de la chistera, un coherente argumento de empatía sobre la humanidad y el prójimo en general, aludiendo a su propia madre y a muchos, no solo en EEUU, si bien es el primer lugar de identificación. Tenemos a una nueva Frankie para la historia del cine, pero aunque Michelle Pfeiffer es una mujer realmente hermosa, sex symbol de su época -los 80s y los 90s-, de la que confieso que es una de las mujeres que físicamente y por sus movimientos -sumando sus roles y talento- me han encantado más del cine americano, aun cuando como todo latino nos suelen gustar por lo general voluminosas, protuberantes, bien curvilíneas (pero teniendo presente que la belleza de la mujer es bastante variada), como en Batman returns (1992) consigue ser memorable con esa sugerente expresión como de sufrimiento en estado precario (como si estuviera a pocos minutos de enloquecer), azuzando cierto descuido y desorden en su multifacético rostro tras su notable expresividad corporal, donde un guiño, su sonrisa, dicen mucho. Ella queda perfecta en el papel sosteniendo de la mano de McNally y Marshall esa dimensión de respeto, humanidad e inteligencia que muchas veces no le dan a las meseras en las historias e incluso la vida misma o ellas mismas todas no se prodigan. De ésta manera lo hace esa maravilla de comedia romántica, top, que es As good as it gets (1997), si bien por allá se roba el show Jack Nicholson y su personaje.