Se han hecho muchos filmes sobre el Holocausto, hay muchos
filmes muy buenos, y Costa-Gavras pertenece a ese grupo, con una película
poderosa, interesante, ágil y entretenida. Un hombre de nacionalidad húngara (Armin
Mueller-Stahl) nacionalizado americano es acusado de ser un nazi, un asesino,
en su país de origen, le espera la perdida de la nacionalidad americana y la extradición,
pero recurre a su hija, una prestigiosa abogada, Ann Talbot (Jessica Lange),
asegurando que es inocente, que el que buscan es otro hombre. Ann tiene una
imagen radicalmente distinta del hombre que piden por criminal de guerra, ama a
su padre y éste la ama, tienen un fuerte vínculo. El hombre ha sido intachable
en lo que recuerda su hija. Pero un juez acusador, Jack Burke (Frederic Forrest),
está empecinado en llevar al padre de Ann, a Mike Laszlo, a prisión. Está completamente
seguro que es el hombre que buscan. En esto Costa Gavras fija su atención y su
quehacer cinematográfico, en ésta dicotomía de un posible mismo sujeto, en un
hombre que es un desgraciado, asesino frio y sumamente cruel, asesino de
mujeres y de niños; y un hombre que es noble como padre y cariñoso como abuelo.
Un hombre excepcional, gigantescamente perverso; y uno sencillo, pacífico,
amable y común. Gavras propone mantener la duda hasta el final, pero manipulando
varios indicios de culpabilidad –como con pequeñas semejanzas salidas de la
actualidad-, contrastado siempre con la imagen que tiene Ann y su relación
presente, que vamos viendo. Va sembrando ambigüedad y posibilidad, es un filme muy
rico a esa vera. Mientras tanto uno piensa que duro debe ser descubrir a alguien
tan amado como un tipo tan ruin, que terrible posibilidad, hay un interesante
quehacer emocional. Ann, una espléndida Lange, va sintiendo la pegada de los
descubrimientos de lo hecho por el nazi buscado, a través de un juicio, que
nunca es pesado para el espectador. Ann es justa y moral, cree en la imagen de un
padre noble. Pero el fiscal va sembrando la posibilidad de la hipocresía y
maldad máxima en él. Armin Mueller-Stahl luce como un buen hombre, su cara muestra
seguridad. No obstante siente también la pegada. El filme es muy astuto con los
detalles, con éste tira y afloja continuo de culpabilidad. Al final saca un as
bajo la manga, una audacia de cine comercial, pero un recurso muy eficiente y
simpático como séptimo arte, aunque simple, por medio de una visita y un marco. El filme propone la culpabilidad en
mayor parte, sin cerrar la imagen de una protagonista fuerte y su gran inteligencia para
defender a su padre, con una Ann que es una idealista, una humanista, muy
presente en las aguas húngaras de la perfidia. Madre e hija cariñosa; divorciada,
pero con la sutil chance de retornar con el ex marido; mezcla que apoya la ambigüedad general, en
éste justo merecedor del oso de oro de 1990.