Rollerball (1975), del canadiense Norman Jewison, es la película por esencia de los deportes futuristas expuestos en distopías, basada en el cuento de 1973 del americano William Harrison quien se encarga del guion y se nota que ha sido fiel a su formato literario, al tipo general de su austeridad. Ahí tenemos otra buena película de la misma clase en The blood of heroes (1989), que es la única película que ha dirigido el célebre guionista David Webb Peoples, guionista de obras maestras como Blade Runner (1982) y Unforgiven (1992) y la interesante Twelve Monkeys (1995). Pero Rolleball es más compleja, aunque opta por planteamientos simples finalmente, como lo del poder controlador de una empresa fantasma -ubicua pero sin identificarse específicamente- que hace de Gran Hermano, con el deporte como nexo popular conquistador o pacificador de las masas. Pero un deportista de élite, Jonathan E. (James Caan, en una de sus actuaciones más memorables), ha batido todo récord y se ha convertido en un héroe nacional, la máxima celebridad mundial, y cómo haciendo una lectura de la vida de (y quien fue) Muhammad Ali se sostiene que nadie puede ser más grande que el sistema o el orden establecido. Se señala que el deporte en sí debe pesar más que cualquier individualismo, y sin tanta cháchara, con una ambigüedad y misterio light, se le pide a Jonathan E. que se retire, pero Jonathan E. no quiere, aun cuando el deporte se pondrá más rudo, más especial, con él. En el mundo distópico del filme, el poder busca que la gente esté desprovista de profundidad. El poder, representado en especie de empresarios (se les ve entre engreídos y caprichosos millonarios y seres robóticos, repetitivos), ambiciona todo y así los subyugados -la población- tratan de congraciarse con el poder y es así que la mujer amada de Jonathan E. se va de su lado, donde luce en mucho semejante a una dama de compañía. Ella así mismo es un tipo de autómata, curiosamente representada por la modelo y actriz sueca Maud Adams. Es una película de ideas sin demasiado desarrollo. Hay una atmósfera típica del mundo distópico, un estilo sobre esto, de cierta inquietud, pero es mínimo. El deporte expuesto es extravagante y tiene escenas violentas a esa vera, hay motos, golpes, balones, un velódromo, es un mix de prácticas deportivas, pero tiene mucho del hockey. Presenciamos muchas secuencias de éste deporte futurista llamado Rollerball y si bien tiene sus momentos emocionantes carga cierto sinsentido como deporte, falta un poco de mayor credibilidad, cosa que en The blood of heroes sí es sólido como una combinación entre football americano y gladiadores romanos, pero en la película de David Webb Peoples el deporte es la puerta hacia pertenecer a la élite, a los privilegiados, dentro de un mundo postapocalítptico como del tipo de los desiertos de Mad Max y es una historia de sueños y segundas oportunidades. The blood of heroes es mucho más básico, pero plenamente competente y efectivo y super entretenido (con un protagonista, interpretado por Rutger Hauer, que tiene potente pinta de legendario), mientras Rollerball parece que le falta más sustancia, es como una promesa trunca ante cierto estado de ambición conceptual. Rollerball no deja de ser una propuesta atractiva, pero a todas luces había material como para hacer algo más especial, aunque igualmente la parte deportiva tiene su destaque, su originalidad. Se siente que coge de muchas partes sin ahondar, en ello lo hace decente con Antonioni que con Kubrick. Aunque The blood of heroes es una película muy frontal y sencilla está llena de empatía y notable entretenimiento y maneja muy bien la emotividad, en su punto, presentando dos personajes valiosos enfrentados a la fragilidad y a su sensibilidad de cara a la existencia y a sus sueños y metas de ser mejores, como de salir adelante. Su historia y lucha es una preparación para el mundo. Estos personajes los interpretan con mucho talento Joan Chen y Vincent D'Onofrio; éste último venía de impactar a todos -y ganarse mucha admiración- con su papel en Full Metal Jacket (1987). Joan Chen si bien además es una mujer fuerte, especialmente ruda o tiene que serlo -incluso algo cruel dentro de una cierta firmeza para sobresalir-, el filme plantea buscar la resistencia -física y motivacional-, se presta además para lo romántico dentro de una existencia en todo sentido áspera, difícil de disfrutar, muy poco embellecida. Hauer como el mítico Sallow representa al hombre curtido, pero sin vanagloriarse o pintar de que lo sabe todo. Su figura es de aquellos que hablan poco, pero es un maestro, de los jóvenes que lo admiran en silencio, quienes saben quien es, más allá de las engañosas apariencias. Sallow es el hombre que promete, con acciones, como líder, el futuro. Joan Chen tenía 28 años y Vincent D'Onofrio 30 y señalan justamente juventud. Hauer tenía (preciso para el rol) 45, la edad donde el deporte suele dejarse por lo general de practicarse en alta competitividad, y esto habla de la mediana edad y querer alcanzar de cierta manera lo "imposible" o remar contra las probabilidades.