martes, 22 de septiembre de 2020

Cuties

 

Ésta película no la hubiera visto así no más, fue la polémica lo que me llamó la atención para verla, la curiosidad de ver si era una película reprobable/censurable -como ha habido un clamor popular- o había una mala percepción general de ella y una mala promoción de Netflix. Aunque no es una gran película, no es tampoco mala, está decentemente hecha, tiene materia. Cuties (2020) no es mi tipo de película, pero no desprecio ninguna propuesta cinematográfica que se distinga. Maimona Doucouré ha hecho una película que se siente muy personal, que habla de lo que le identifica bastante, como francesa de origen senegalés, esto también es una virtud. Su filme retrata un conflicto serio -tampoco tan común, ver esto desde el niño-, el de una niña de 11 años llamada Amy (Fathia Youssouf), el de su trance de crecimiento emocional, observando en la propuesta cómo atraviesa un lado oscuro precoz, si se quiere, para poder madurar, para poder estar en paz consigo misma. El filme tiene un tono realista -atrevido- y eso es lo que tanto molesta -y distingue al producto-, la sexualización de niñas de 11 años, que tienen muy presente el sexo, aunque con una mezcla de inocencia y pose más que todo, las del grupo por no querer ser vistas como niñas. Pero cada acto precoz tiene sentido, hay justificación como propuesta. Tiene todo el estilo del cine europeo, falta más sutilidad quizá, pero así suele ser el cine europeo. También es un retrato franco y contundente, para bien y para mal. No obstante el filme ganó un premio en el festival de Sundance 2020, el de mejor dirección. Un niño debe vivir su edad, no debe quemar etapas, no debe pensar en asuntos que no le competen -salvo como prevención- ni le hacen bien tan temprano, pero el filme como conclusión piensa eso, cuando Amy queda como curada de su crisis emocional, de sus demonios, aun tan niña. El agrandamiento, la sexualización, es producto de carencias y conflictos. Tiene que ver mucho el nuevo casamiento del padre de Amy, la poligamia, la tradición senegalesa que choca con el amor, la felicidad y la unidad del núcleo de Amy, su madre y hermano -el pequeño es sumamente gracioso-, más que de Francia chocando con la tradición del hogar de la niña protagonista, pero que también tiene su influencia, desde luego, hay una parte de choque en la concepción de familia entre Europa y Senegal, celebrando la concepción familiar de occidente. No obstante Francia se presenta como de una cuota de mala influencia con las niñas agrandadas, que tampoco solo se remiten a Francia, es algo que está en muchas partes, también en USA. Pero tampoco son todas las niñas así, es porque Amy está predispuesta a ese grupo de niñas sexualizadas. El caso es algo más íntimo que por estar en Francia, pero algo hay, es la tentación de lo llamativo, frente a un lugar que te duele, que te pone a ver sufrir a tu madre. Todo lugar tiene algo bueno y malo, nos parecen decir salomónicamente, como quien se identifica con el cosmopolitismo. En la trama esas niñas que hacen twerking y son tan modernas son un escape mental, una fantasía que se cierne sobre la realidad. Pero es algo que Amy debe superar, y llega ese momento de botarlo todo intempestivamente, como un torrente, surge la pausa en medio del ajetreo, en medio de la intensidad, y se ve, finalmente se ve, y surge el llanto desesperado, aunque parezca disonante a la vera de la falsa felicidad y el vacío de la rebeldía.