La última película del holandés Alex van Warmerdam
a diferencia de lo que muestra su filmografía no se articula sobremanera en el
humor negro, que es más complicado de percibir en esta oportunidad, o más
discreto ante un dominante mensaje y la intervención de géneros, siendo el lugar
donde suele moverse, destacarse y ser ingenioso, como señalan obras como De Jurk (El vestido, 1996), a la que finalmente Borgman se le parece en el estilo, o De laatste
dagen van Emma Blank (Los últimos días de Emma Blank, 2009). Nos presenta un
thriller tanto como un drama donde se mezcla la lucha de clases y lo fantástico
bajo el pseudo realismo.
El elemento fantástico arranca/se-insinúa desde el comienzo,
cuando Camiel Borgman (Jan Bijvoety, al que primero se le percibe humilde, débil,
luego circunspecto y amenazador. En un accionar que implica la consecuencia de
la indiferencia ante la necesidad y la carencia
ajena, de la mano de la desconfianza y la falta de sensibilidad. Una lectura
humanista/socialista que subyace continua, a la par de lo sobrenatural) y dos
de sus compañeros salen del subsuelo de una zona boscosa –viven en cabañas subterráneas,
en plena oscuridad, si bien usan celulares y se ven como cualquiera, quitando
el elemento de lo que parece alquimia moderna, subyugación mental; lo que
indica una noción de amalgama, véase una “nueva” lectura social que recorre el
filme, si bien deriva también en algo arbitrariamente cómico, irreverente; casi inclasificable,
como pretende la propuesta en general- en pos de huir de unos
cazadores que van acompañados de un cura, semejante a si se tratara de una persecución
del género de terror, contra identificados monstruos, o lo que parece ser después
el protagonista, por una posición nocturna bastante sugerente, el estar desnudo
en cuclillas sobre el cuerpo de una mujer que duerme y éste le causa pesadillas
(miedo, odio y reacciones contra su marido) mientras se apodera de su libre
albedrio, indicándose la representación de un demonio, un íncubo, vista la
elección femenina, el sueño y la connotación sexual.
En ese camino, Borgman luce como un vagabundo, harapiento,
descuidado y sucio, mientras pide la caridad de una ducha en una residencia
acomodada, de donde recibe una paliza ante su insistencia, la de un favor a un tipo
pobre y desconocido, y el señalamiento de conocer a Marina, la esposa/madre de
ésta familia privilegiada, de tres rubios hijos pequeños –en derredor de los
diez años- y una joven niñera de bellas facciones. Violencia que se percibe "intencional" aunque pretenda ser casual o una explosión de rabia (en un estilo coreográfico), que precede una supuesta venganza, una controlada/escondida ira o cierta justicia
que se desencadena, a razón de la agresión sobre-dimensionada de Richard, el
marido (Jeroen Perceval, en un papel que denota inmadurez y poco lograda
exaltación, o de orden notoriamente histriónico, en parte bufonesco, como su apariencia
física señala, su juventud; a diferencia de quien interpreta a Marina, Hadewych
Minis, que está perfecta en su simple encuadre, en su manera medrosa, desconfiada,
alterada, impredecible y novedosamente coludida), eje de que se articule una
intervención, invasión de un hogar, de forma engañosa más que por la fuerza
bruta (la que recuerda inevitablemente a Funny Games, 1997, y al cine de
Michael Haneke), mediante la trasformación mágica de la voluntad, con un brebaje
naranja –que parece gaseosa Fanta- y un equipo de bisturís. Y junto a ello la usurpación
de la identidad de jardinero, y un plan siniestro, a un buen punto descabellado.
El propio Alex van Warmerdam actúa –una inclusión habitual en
su filmografía y que indica por lo general una performance de orden cómico o
con ese cierto aire-, como Ludwig, uno de los extraños asesinos e invasores, porque los
amigos de Borgman y él mismo matan; envenenan y lanzan los cuerpos a un lago con cubos de
cemento en las cabezas, de lo que se entiende que saben muy bien lo que hacen, en
una forma curiosa y estética de homicidio. Siendo una historia oscura al fin y
al cabo, fuera del tono escogido, uno no del todo solemne o dramático, como en
esa escena de teatro en el jardín que en la memoria nos viene la exaltación del
arte y la dramaturgia en especial, de Ingmar Bergman en su legado. También está
la esposa de Warmerdam como otra cómplice de esta banda criminal, la actriz Annet
Malherbe, de la que ésta vez poco importa el nombre de esta gruesa mujer (o de los otros dos compinches), que suele acompañarle en su obra como personaje de carácter, aunque en
Abel (1986) tenía un papel erótico y sensual, dada al exhibicionismo de su
voluptuosidad. Añadiendo que desde el inicio se ve que representan una amenaza,
y por eso se les busca, a priori se les rechaza, habiendo una elipsis del
pasado. Y puede verse como un llamado de atención, si se quiere, por una parte.
Bien se dice que la sociedad puede empujar al mal a gente relegada y olvidada. En
sí, el pacifismo es una cierta ilusión o más endeble de lo que se cree. No obstante,
el filme tiene su toque de absurdo, de raro, de yacer libre en sus decisiones
narrativas. No es solo un punto de encuentro, posibilita la mezcla e indefinición
de varias lecturas. Como la ficción de una especie de banda de demonios, que vienen
a lo suyo, como indica un procedimiento, la participación determinada, o los
simples diálogos, muchos bastante banales o que despistan más bien al
espectador. No podemos obviar que Warmerdam tiene un sentido del humor muy particular,
ocurrencias que lo anteceden, y su cualidad de fabular, de ser artista; que
como inclina a ver una conversación, el gran goce de un filme llega con lo
sorprendente, lo abrupto, lo excepcional, y perdernos de la noción de
entretenimiento (atípico) nos puede jugar en contra. Se trata de la invocación de algunos pensamientos –como la intromisión de lo desconocido y lo salvaje, la alienación y la
futilidad de la clase, o la humillación en la pobreza- y un cuento a la misma
vez, como notoriamente ejemplifica el arranque, y el final, que por un lado es ¿una
liberación? “Contradictoriamente” la inducción a lo oscuro. Y quizá todo sea cuestión
de una audaz ironía.