Estamos ante una película bastante dura, una para poca gente
dispuesta a aguantarla, aunque merma esa pesadez que sea de dibujos animados, en
una propuesta que no permite ninguna concesión con su temática, ni con los
elementos que dispone para desplegar su feroz acometida narrativa e ideológica.
Tiene una fuerte y dominante crítica a la fe, está contra la devoción que tiene
el hombre al cielo y a ese prometido mundo de paz y eterna satisfacción que
palia la inclemente desazón y el dolor terrenal, viéndolo como un enorme
auto-engaño, que en la trama implica
literalmente un fraude. Para su corrosiva crítica se vale de la violencia, la
que no embellece, ya que ésta no pretende redención, no quiere ser agradable o
entretenida, por lo menos no de forma convencional al uso de nuestra simpática
contemporaneidad, sino perpetra “molestar”, herir la sensibilidad, tanto en
nuestras creencias religiosas, como desagradar en lo que es insoportable en la realidad,
el agredir o humillar brutalmente a alguien, o vivir haciéndolo, de esa forma
como naturaleza, mientras se es un criminal en constante ataque/defensa, como es el rol principal; y es tan potente en sus designios, sobrellevando un guion contundente
y sumamente consistente, que te llega irremediablemente a entusiasmar, entras
en sus coordenadas y te descarrilas con ella como séptimo arte, hasta repetirla
en la memoria, The fake (Saibi, en el original), como quien escupe al suelo y
entra en un terreno nuevo, igual al retorno del protagonista, un ex convicto,
vago, sujeto bruto más no estúpido y un maltratador familiar, a una pequeña
villa donde se está cocinando una comunidad eclesiástica, con el favor e
interés de donaciones para una iglesia (al punto que se habla de 144 mil lotes para
la felicidad divina de su gente), manejada por un supuesto párroco ejemplar,
milagroso y entregado a su fe, pero que esconde un pasado oscuro y suele
padecer mucho o dejarse llevar producto de las circunstancias; y un publicista
y gánster que lo manipula por detrás para sacar provecho del que es un negocio
trucho, y que irá desencadenando en una imparable locura o frenesí que no
dejará títere con cabeza, como quien anuncia una tragedia griega, que más tarde
irá a cumplir con su destino (como se dice de los mismos personajes), lo que traducido
son muchos muertos, bajo la especialidad de la casa, la de la parafernalia
coreana en el género de acción, hachas o apuñalamientos, que si fuera éste un filme
con actores de carne y hueso sería de los más impactantes y harto cautivante,
de mucha mayor atracción que esa minoría que la celebra y la celebrará, o quizá sería de
culto, uno de esos grandes thrillers coreanos que tanto nos llenan de
adrenalina e intensidad, y nos hace fanáticos de éste cine.
La trama invita a la insania o a la perdición a todos los
involucrados, sobre todo de los entes activos, como a la desilusión y corrupción
de los convencidos, partiendo de la lucha de un despreciable hombre que ni
antihéroe podemos llamar ya que no anhela más que una venganza y una corrección
a la que poco le importan los fundamentos (pelea la prostitución, pero trata
como puta a toda mujer que se le cruza), siendo como un animal, un enajenado
peligroso y temido en el pueblo (incluso sus amigos le tienen por mala persona),
siendo capaz de enfrentar a este Don y su pandilla, a Choi Gyeong-seok, dada su
inconsciencia, proclividad al daño, resistencia y temeridad, al haber tenido un
altercado con el mandamás a razón de su comportamiento desordenado, de donde lo
golpean con un ladrillo en la cabeza, lo que deriva en su ira ciega,
propiciando continuos choques en que poco importa el altruismo, derribar un
fraude, sino como este infiel argumenta, el lugar en donde solo uno debe quedar
en pie, algo personal, por haberse metido con el tipo equivocado y viceversa,
en dos bandos desiguales pero de semejante atrevimiento y convicción, en una
rabia que en el protagonista, este ex convicto y “simple” residente de baja
calaña de la zona, llamado Kim Mincheol, se vive mucho externamente hasta casi lo
inverosímil, en una fijación monotemática de engañoso aspecto heroico, y que
arrastrará a su única hija en colisión múltiple, entre lo automático, el abismo,
la presión, la ganancia, la fe y lo primitivo, como a otros seres inocentes
caídos en el mal (uno que no se justifica más que por el estado mental), en esa
composición indistinta que será la batalla campal contra Choi Gyeong-seok.
El filme exhibe bastante osadía, seguridad y rotura de
esquemas, como ser avasalladoramente pesimista, hasta concebir incluso una ironía en el remate, en el que el director Yeon Sang-ho deja en claro que su manifestación es la de un
crítico destructor de la debilidad humana, quitándole al hombre en ese trayecto
la esperanza mística; o en el dejar en total libertad a su criatura, a Mincheol,
un ser repulsivo e hiper-salvaje, que uno aun amando a los antipáticos en el
séptimo arte, como solemos decir, a éste lo dejamos ir, viéndolo completamente solo,
como quien encuentra abandonado a un hijo en su total libre albedrío, predominando
tanto la sustancia general. Fiel al cine que busca romper esquemas no
existen al final reglas ni ortodoxia que valga contra la imaginación y el arte
individual.
Ésta propuesta es un machaque ideológico-revolucionario si se quiere, si bien en bastante medida estos tiempos son de descreimiento. Presenta un extremismo de principio a fin, para lo
que hay que tener suma paciencia, en que su honestidad, o la sugerencia de considerarla de esa forma, te terminan convenciendo de apreciarla como arte,
valorando su magnífico guión, vista la convergencia conclusiva de sus tantas
sub-tramas tan bien desenvueltas en su leitmotiv, la pasión humana, aunque no
necesariamente pensemos como ella, en defenestrar a la religión, o ver al
cristianismo como un engaño o solo un conducto para los incautos y necesitados
de salvación.