miércoles, 22 de febrero de 2023
Alphaville
Una definición que yo diera del ser humano sería que es una fusión entre motivaciones y percepciones. En Alphaville (1965), de Jean Luc Godard, tenemos la versión propia del cine del 1984 de la literatura. Aquí en éste sci fi de bajo presupuesto (que yo llamo cine audaz) el hombre es un robot, un especie de autómata, desprovisto de motivaciones y percepciones. Al hombre que presenta ideas distintas al mundo totalitario -sea capitalista o socialista- del Dr. von Braun en su ciudad de Alphaville lo destruyen, ¿cómo lo destruyen?, lo vuelven inofensivo, inocuo, le quitan la libertad de pensamiento y creatividad, lo convierten en un ente sin motivaciones, entonces en un ser triste, le quitan las percepciones, su propia manera de ver el mundo, y es un ser vacío. Alphaville medio que es la respuesta a la modernidad, refiriéndonos entre otras cosas a la liberalidad sexual, al destruir del amor y de la poesía, así como de la consciencia, el ser humano es así que tenderá a lo corrupto o a la perversión, no reflexionará, no amará primero antes de desear tener sexo, no amará a su mujer, no tendrá ideales o moralidad, sino será como un animal, de extremo liberalismo, es el mundo que no pretende límites morales, y que no se compromete con nada, donde no se tienen responsabilidades, y todo esto se convierte en vacío, nos hace seres autómatas. Los que no sufren del lavado de cerebro masivo, de una futurista corrección política actual, morirán en esa gran secuencia de la piscina, donde Godard hace uso de la natación y el nado artístico para hacer poesía, justamente con la destrucción de la libertad de pensamiento y de los compromisos humanos, exhibe poesía -arte- con la muerte. Las lealtades morirán en un fusilamiento que parece reunión o cena de camaradas de filosofía y dictadura, bajo el yugo del simbólico Alphaville, y del Dr. von Braun. Vemos mujeres ejerciendo la prostitución como domésticas de hotel, mujeres que parecen modelos; también presenciamos bellezas desnudas en sugerentes cubículos de vidrio. Éste filme parece la respuesta al desborde de la libertad sexual de la época que deja de lado lo clásico, lo básico, lo primordial, el amor, el romance, el enamoramiento, así como aflora en Godard el compromiso con sus semejantes. ¿Finalmente que es todo el viaje del agente Lemmy (Eddie Constantine), en éste noir, en éste cine criminal, mezclado con sci-fi de bajo presupuesto?; es el rescate de una autómata (la bella Anna Karina), es aprender la palabra amor, la palabra ahora repudiada, prohibida, porque ya no se quiere proponer poesía, sino que simplemente se disponen de cuerpos al servicio de uno. No hay que ser moralista en exceso, el sexo es junto al comer y el sueño generadores de felicidad y paz, y uno puede disfrutar de la libertad sexual, sobre todo si es joven o sin ataduras, pero no podemos desestimar que lo que nos define como humanidad es esa palabra significativa llamada amor, y eso hace que la vida no sea sórdida y solo carnal, sino que exista poesía, romance, observando que el mundo se embellece mediante sus abstracciones. Tampoco se trata del exceso de complejidad o, peor, caer en la oscuridad, sino en lo útil y que deriva sin problemas o con cierta facilidad en lo vivencial; de la misma forma también todos podemos aprender, el mundo puede ser siempre mejor. Una vida práctica debe ser sinónimo de una existencia sana, la sencillez arrulla tranquilidad, hay que buscarla, tal cual esas escenas de acción de combate de Lemmy donde Godard hace ingenio aunque con toque arty de goce primario.