viernes, 18 de noviembre de 2022

El bonaerense

Mundo Grúa (1999) es una película representativa del cine argentino, propia de una época de renovación en su cine, una cinta de bajo presupuesto y de corte popular, un retrato moderno o último de cine social, pero El Bonaerense (2002), la segunda película de Pablo Trapero, es hacer algo mucho más notable bajo el mismo concepto que Mundo Grúa, con un poco más de arte en todo sentido y no notarse tanto como un filme indie austero, sino más que hacer notar su presupuesto es hacer cine popular y social pero con mayores recursos, estéticos y narrativos. Se nota que Pablo Trapero ha hecho la tarea y su guion y sus coguionistas han investigado en los casos policiales o los conocen bien o donde está la carnecita o llamémosle el espectáculo, aun cuando su retrato de la policía de Buenos Aires, de donde viene la designación de bonaerense, ciudadano de la capital, es bastante crítico con la policía nacional, luciendo estos muy emparentados con la corrupción y la pobreza social, tanto que a ratos estos policías se comportan como narcos o gángters, como con su cena navideña con disparos enloquecidos al cielo en medio de cumbia electrónica, o mediante actitudes matonescas y criminales directas, como el rato con los de una moto, aunque le costó el puesto al jefe policial. Uno de los relevos será nuestro protagonista, apodado Zapa (Jorge Román), quien llegará como todo muchacho provinciano, exhibiéndose un poco lento, pero pronto no desperdiciará ninguna oportunidad de crecer, aun cuando esto quiere decir ser criminal y corrupto dentro de la policía. No obstante éste retrato no satanizará a Zapa, sino como buena ficción, en pleno estado de libertad, lo mostrará típico criollo u hombre astuto, hombre propio de éste mundo deplorable y sórdido que veremos en pantalla. Zapa tiene un lado humano, sensible, y nunca estará del todo contaminado por su entorno, si bien su decisión será hacer carrera en la policía y pues será parte de un retrato conjunto muy criticable, con cero ética, en total opuesto de la esencia que representa ser policía y pues es notorio que se quería dar espectáculo con el filme y el retrato busca cierta empatía y exageración con una línea de negatividad y pobreza general, propio de un cine latinoamericano que en buena parte ha dejado de mostrarse así hoy en día. Lo sueldos magros y los malos líderes tienen asidero real en toda Latinoamérica y pues el filme se ceba en todo ello, especialmente con un jefe policial como Gallo (Dario Levy), que también son gente que son todos unos personajes, propios genéricamente de lo ciudadanos de las capitales, como indica el título, típicos criollos. En pequeñas dosis vemos todo lo que se enfrentan también los agentes, que no es cosa fácil, si bien hay una cultura del machoman muy fuerte como núcleo, pero es indiscutible que hay que ser valiente y un poco en ese lugar Zapa también es bien humano. En otro aspecto el lado sexual de Zapa es bastante seguro de sí, como con su relación con su maestra de la academia, con una genial Mimí Ardú como Mabel, quien como que se niega a tener sexo cuando le sobran las ganas y forcejea con sus propias decisiones, lo cual da bastante momentos jugosos, escenas eróticas potentes y que tienen de políticamente incorrectas. Mabel tendrá matices y personalidad, y será parte de éste Buenos Aires digno de periódico amarillista.