sábado, 11 de mayo de 2019

Tinta roja


Un grupo de periodistas celebran en un bar con música criolla –al son de El Alcatraz y su clásica vela detrás de una falda- hasta que llega una noticia fúnebre que les cambia el rostro a todos. Así empieza éste filme del peruano Francisco Lombardi y hacia ahí irá tras varios flashbacks que van completando la figura hasta llegar a un racconto.

Alfonso (Giovanni Ciccia) es un practicante que se une a un periódico popular llamado El Clamor y en éste lugar halla a su mentor, a Faundez (Gianfranco Brero), un hombre muy sexual, muy vulgar de boca, como el filme tan criollo. Se ven muchos casos de periodismo popular donde brillan los crímenes y accidentes, las muertes, y la gente más pobre y humilde lucen como si fueran artistas por un día, parafraseando a la película.

El grupo de periodistas protagonistas está encabezado por Faundez que es el periodista avispado, vivo, malcriado, astuto, el jefe que muestra toda su virilidad y machismo, quien es pícaro hasta lo grotesco, quien es muy criollo, muy ducho en el periodismo más barato. Gianfranco Brero lo hace muy bien, y obtuvo por su actuación el merecido premio de mejor actor en el festival de cine de San Sebastián 2001.

Faundez muestra una personalidad ambivalente, puede ser detestable –donde anida más-, como alguien a reconocer como talentoso, como en su profesión, que es hasta guía, maestro, amigo, tiene un extraño aire paternal, aunque busque lo soez, lo sórdido, trabaje hasta con lo ruin, como pasar por alto siempre el dolor ajeno y ver a las personas como intereses propios y cero altruistas, e igualmente habla curiosamente de la compasión, pero de la que le recuerda a sí mismo, habiendo una escena de boomerang donde ve quien ha sido y se da cuenta de su error. Familiarmente es una ruina, otro punto de la ideología del sexo y el libertinaje que maneja la propuesta. Y pasa por alcohólico en cierta manera, otra idiosincrasia chicha.

Lo secundan Van Gogh (Carlos Gassols), el chofer quien gusta de recitar frases célebres –muchas muy conocidas, sencillas- y luce como un viejito bonachón, pero también es parte del clan del criollismo; un fotógrafo casi mudo, Escalona (Fele Martínez), muy frío para la foto más escabrosa y sensacionalista, pero catalogado de los mejores de su profesión valga la curiosidad; y el nuevo practicante, Alfonso, que pasará de ser un joven educado con ánimos de convertirse en un escritor profundo –de ahí le viene lo de Varguitas, en la mención a Mario Vargas Llosa- y mucha cultura al pupilo de Faundez, su posible reemplazo, un pequeño doble.

El filme muestra a una Lima popular, donde la noticia más fuerte es buscada con ahínco, mientras se forman vínculos entre los periodistas y se van mostrando sus personalidades, en especial la de Faundez que es igualito a lo que significa El clamor, un periódico chicha, vulgar. Faundez en sí es la película, como va adoctrinando e influenciando a Alfonso que vendría a ser el pequeño héroe, quien más es como pasar por una experiencia de madurez, de vida.

La parte romántica la forma Nadia (Lucía Jiménez), pero como el filme busca ser siempre chicha, popular, criollo, sexual, ella pasa finalmente a segundo plano, a ser parte de la ideología o la argumentación de éste submundo de noticia barata y devoción al sexo. Nadia es guapa, independiente, algo sofisticada, una periodista de espectáculos, pero eso no cuenta frente a la verdadera reina del filme, la sexualidad –junto a la violencia-, con la podóloga (Tatiana Astengo) y la periodista amante (Yvonne Frayssinet) representándola.

Es un filme que puede gustar mucho si lo vemos como la peruanidad más humilde, como un retrato implacable y muy realista del criollismo peruano, pero que como su expresividad puede ser vulgar, chacra, que puede no congeniar tanto con lo más artístico, o en todo caso su aspecto social es muy contundente y ahí radica su mayor logro, como su tara, dependiendo, pero como es lo que busca el cine de Lombardi más es tenerlo por un éxito de película.

Sin duda, es una de sus películas más auténticas y más propias, donde está toda su identidad e idiosincrasia como cineasta, para bien y para mal, es toda su esencia, y predomina lo destacable, es nuestro cine al fin y al cabo, parte importante de quienes somos, parte de nuestra historia como séptimo arte, aun cuando el filme es del 2000, y Días de Santiago (2004) y Madeinusa (2006), hitos de nuestro cine y un cambio en nuestra cinematografía, están cerca. Pero Tinta roja es otro hito e identidad, una de nuestras mejores películas, aun cuando es tan social, tan realista, tan vulgar, tan criolla, y propia de otro tiempo.