martes, 19 de noviembre de 2013

The Thieves


Venía tiempo que no hacia una crítica sobre una cinta surcoreana, con lo mucho que me gustan y suelo estar atento a sus realizaciones (sea dicho, es un cine muy prolífico), con la que estamos un poco retrasados, ya que muchos ya la han comentado afuera, si bien es natural porque no vemos estrenos de este país en la cartelera peruana, salvo alguna telenovela en la caja boba, pequeña pantalla de la que suelo huir siempre, aun a costa de los salvadores canales internacionales y las proclamadas magníficas actuales series de las que estoy desligado. La presente es nada más y nada menos que la segunda película con mayor recaudación en la historia de la taquilla coreana.

The Thieves (2012) es una película para un público amplio, una cinta que se estila de entretenimiento puro y duro que muchos ven que emula a Ocean's Eleven (2001) de  Steven Soderbergh, pero claro como la mayoría ve todo salido de Norteamérica, sobre todo en el cine, no le faltan las comparaciones, además de que se da un caché pop cinematográfico donde muchos entregan y obtienen un referente fácil de identificar, que es el séptimo arte hollywoodense, más si tiene pretensiones comerciales. Sin embargo, si nos quitamos nuestra alienación/aprendizaje normal, exceptuando cierta lógica en ese aspecto, los thrillers y la acción que presenta Corea tienen bastante personalidad propia, y lo suyo es algo espectacular que más bien habría que copiar. Hace tiempo que lo suyo se ha ganado sus propios adeptos incondicionales, y como es de esperar, The Thieves, con un quehacer sumamente limpio que deja ver una arquitectura formal de primera categoría, presenta unas escenas intensas y emocionantes, sublimes, cargadas de grandilocuencia, de vasto artificio, al que no le importa el exceso, el que rompe reglas de realismo pero ateniéndose a un hilo de personal verosimilitud, convirtiéndose en  algo fantástico pero bien tratado que lo asumimos en toda su libertad y nuestro apasionamiento. Y no se da en el lugar esperado o cotidiano, sino cuando el gancho está servido hace algo nuevo y creemos un poco mayor, en pocas palabras, la locura visual y la adrenalina llega cuando se articulan muchos bandos anhelantes de una joya especial de valor astronómico, cuando hay división y traición, en medio del caos, en el lapso en que ésta yace rodando entre manos, es decir, finiquitado el robo –uno demasiado mecánico en su perfección y supuesta complejidad, de cariz complaciente, pero que entendemos en ese aspecto deliberado ya que pretende generar sorpresa e impremeditación inmediatamente tras cumplir con lo estipulado, generando un orden atrevido a continuación, que es uno de los valores mayores del filme-.

Cambiar –o mejor dicho, repartir, más al lado del salto por la ventana, el abrupto descenso y colgar por fuera del edificio- el espacio de la más ardua violencia representada, le brinda un rato de originalidad y audacia directa a su trama aparte de su gran manejo in situ con distintas líneas de argumento, uno fácil pero milimétrico (su otra virtud), entre ambición, deber y emotividad, teniendo de fondo una relación con un drama afectivo, sencillo al fin y al cabo, de un pasado que iremos desentrañando y que incumbe a tres de los ladrones. Logrando alta calidad de ejecución como nos tiene acostumbrado este séptimo arte, en donde nos invade la acrobacia y la espontaneidad que nos hace vibrar en su fuerza escénica donde la criminalidad presenta sus atributos de profesionalización y excepcionalidad, al punto de superar o simular la de algún comando especial, tanto que se llega a minimizar al escuadrón policial nacional de ese tipo.

Sumado a que el gran robo es codirigido con asaltantes chinos, en donde sobresale el rostro popular de un actor del cine de acción hongkonés, el de Simon Yam como Chen, que no falla con las expectativas que representa para el espectador y fanático en el rubro, porque tiene su momento donde luce sus habilidades de sobrevivencia y criminalidad, con una potente escena de persecución de autos que posee unos efectos especiales fantásticos que dan una credibilidad inaudita en su realismo.  Y no solo por ese lado hay un plus en una imagen reconocida en el género, sino que Corea tiene lo suyo, con Kim Yun-seok como Macao Park, uno de los grandes intérpretes de este cine, de los más importantes, y con él toda la magia del thriller surcoreano, poniendo sus fichas en un personaje que quieren que sea de los más memorables, como se suele buscar en todo séptimo arte, apostar por sus estrellas.  Con ellos hay muchas bellas damas asiáticas, pero la que nos parece la top del grupo es la actriz Gianna Jun que es una delicia de beldad, en su delineada y estética delgada figura y su rostro de muñeca en sus propias características orientales, sumamente hermosa y cuando quiere sensual como no va a faltar y a explotarse como arma, pero que no solo se queda en ello sino que se presta para el humor, y las duras recreaciones.

Ese es un punto más, común en el cine coreano, proveerse de un aura de humor, de relajo,  y cierto absurdo, aquí más recatado en su locura cotidiana, pero dispuestos a no tomarse demasiado en serio, ya siendo suficiente con tanta precisión, talento y fisicidad hiperbólica de la historia y sus personajes, pero que no se hace abrumadoramente perceptible en conjunto como para dañar la seriedad y la atención de lo que se trama y ejecuta.  

Es un filme que no será una de las obras maestras del cine coreano, porque le falta un toque de perversidad y muchísima más originalidad; de esta última tiene pero muy poco, no la ostenta en la medida de lo memorable. En una propuesta que opta técnicamente por el refinamiento –en lo estructural intachable- y por aferrarse a un orden que hace añorar intrepidez argumental, pero sí que saciará emoción, vitalidad y ritmo, siendo bastante rápida de deglutir, aparte de ser algo vistoso aclamando belleza como con los paisajes; tiene un aura afrodisiaca en el ambiente y hasta exótica en su haber de lujo, que combina con una simpatía natural propia de la amabilidad del cine comercial y de su naturaleza de yacer pedestre debajo de todo. Hay una ilusión de complejidad en su interior pero que afinando la vista no lo es, pero se debe  a una buena artimaña; tampoco el robo termina siéndolo, da la sensación de más falsa parafernalia que otra cosa –y todos lo son pero a este se le notan parte de las costuras del engaño-, el que se percibe así cuando se ve el movimiento del plan que a ratos luce demasiado simple como en la parte del casino y la labor del chino –coreano Andrew que es bufonesco, culpa parcial de querer darse mucho en sí un tono despreocupado (desde el inicio en un primer robo), en que incluso se echa en falta cierta tensión en el proceso. Pero como decimos el clímax real no es este, sino que se deja ver tras lo imprevisto para luego volver en el apartamento de Macao Park en toda gloria, y cuando realmente ocurre el asunto queda en su punto idóneo, nada está afuera, y se provee de muchos giros, combates y escapes sabrosos.

El director Choi Dong-hoon se nota a leguas que es un tipo al que hay que darle trabajos complicados, aunque sean solo en las formas principalmente, como se viera en su anterior película Woochi, el cazador de demonios (2009), que subyace –ésta sí, sin duda- claramente en toda onda de Underworld (2003) y Van Helsing (2004) aunque como es obvio bajo un contexto oriental, uno pseudo histórico, de aire legendario, luego adaptado a la modernidad (en que un personaje trascendental lo interpreta Kim Yun-seok). Pero que si no eres asiduo a las mencionadas aconsejamos ni ojearla ya que tiene un tempo que se llega a sentir, harto, si no eres afín a estos relatos con monstruos y abundante fantasía. Por lo que mejor optar dentro de su filmografía, de lejos, por Tazza (2006), quizá su mejor película, una que vale recomendar; y lo mismo hacemos con The Thieves, un estupendo pasatiempo, mírese por donde se mire.