Llega un momento en que una obsesión se transforma en una enfermedad psicológica, un trastorno de la mente, en la cabeza de Nina Sayers esa fijación es convertirse en el cisne negro, aflorar del cuerpo el lado maligno de su ser, lugar donde su sexualidad debe abrirse a flor de piel. Ella va a interpretar a la reina cisne, que cuenta con la dualidad de ambas aves, la blanca que naturalmente todos ven en su persona, ya que la reconocen virginal y sensible pero rígida como para experimentar lujuria, y la negra que tanta dificultad le trae. Su instructor de ballet Thomas Leroy (Vincent Cassel) la presiona para que se transforme en el cisne negro, la seduce y la intranquiliza, la persigue con una performance que la destaque, que la lleve a la perfección.
También la madre de Nina alimenta su encumbramiento, ya que Erica Sayers (Barbara Hershey) nunca pudo brillar y coloca su derrota profesional en las manos de su hija, le exige tener el éxito que le fue esquivo. De esa manera Nina (Natalie Portman) vive sojuzgada a una vida que la enloquece, nutriéndose del mundo del ballet a extremos de verse alterada. Tiene alucinaciones, sufre de paranoia, se ve a sí misma desdoblada constantemente, observa auto flagelos, se estremece con monstruos, tiene fantasías lésbicas. Está emocionalmente quebrada, se muestra bastante frágil, y se siente culpable por reemplazar a Beth Macintyre (Wynona Ryder), otrora estrella de danza que ha sido despojada de su puesto por haber pasado su tiempo, llegando Nina a robar sus objetos personales en un especie de fetiche y que ahora siente le pertenecen por el lugar que a conseguido.
En esas circunstancias se encuentra con Lily (Mila Kunis) que tiene la sexualidad despierta, es desenfrenada, erótica y consume drogas, es fresca, libertina e impudorosa, justo lo que le falta para completar la otra cara de su representación. En esa fijación Nina introduce a la chica en sus pensamientos, en su inconsciente, en su locura; y todo empeora, Lily es colocada como posible reemplazo de su puesto, lo que le hace creer que le quiere quitar su lugar.
El cisne negro es Natalie Portman gesticulando en toda oportunidad, saltando de las lágrimas a la inestabilidad, de la alegría a la pesadilla, en una interpretación corporal más que de palabras; es el uso del lenguaje de su entidad física bajo una magistral actuación sufrida, dramática, en un mundo terrorífico, por ratos irreal e imaginario, tan cercano a las historias tétricas, de donde la muerte parece la única escapatoria. La perfección consiste en matar al cisne blanco, deshacerse de sí misma, surgir en otra alma distinta, renacer, volver a surgir pero en el fuego, en el ardor de la exudación de su libido, como le recomendó su maestro. "Llega a tu casa y tócate, mastúrbate, le dice, y así lo hace. Su misión es despertar a la hembra fogosa que lleva dentro, para consumar el papel que tanta dificultad y desquiciamiento le produce y le martiriza.
Es un viaje por el infierno de una desequilibrada, la que cada vez se aleja de la realidad, la que se introduce en su meta a ritmo brutal (de la mano de una pesadilla), y que ya no vive más entre nosotros sino en un espacio alterno poblado por sus miedos, sus aflicciones, su búsqueda incesante, su patología psicológica. Lo único que importa es cumplir con ambas performances, ser en el escenario, sucumbir a la representación. La aventura es trepidante, oscura, compleja, intrincada, críptica, de pocas explicaciones, de vivir cuestionando lo que vemos, a que pertenece lo que ve Nina y a sus acciones, a que se adscribe su percepción, mientras el bien y el mal bailan la misma canción. La una vez dulce bailarina puede ser fatal y mortal, puede ser más de una sola personalidad, moldear una nueva figura, todo por alcanzar su sueño, la perfección aún en la putrefacción y el asesinato.
Esplendidas las escenas lésbicas entre Kunis y Portman, los arrebatos sexuales con Cassel, los estados de su enfermedad mental, mezcla de terror, sexo, drama; Darren Aronofsky construye una película excepcional, vuelve a hacer cine maravilloso que nos recuerda que ya tiene en su haber dos obras maestras, Réquiem por un sueño (2000) y El luchador (2008).
Las actuaciones son gloriosas, cada uno hace su rol con dominio y belleza escénica, en el punto que Portman puede brillar en lo más alto ya que ella es el centro de la obra. Kunis es toda una revelación, naturalmente sensual y desprovista de inseguridades para representar una mujer tan carnal y ardiente. Cassel yace siempre rudo, seductor, apasionado, exigente, apretando y movilizando las emociones del personaje de Portman. La madre, Hershey, otra versión del desdén por el ser humano, es la participe de la incomunicación, de la frustración personal, del deseo de ser a través de su hija, de llevarla al extremo sin darse cuenta del daño que le ocasiona, como cuando le deja la cajita de música con la bailarina que gira sobre su cómoda, cuando le tapa las heridas con maquillaje, cuando corta sus uñas con violencia, cuando le sirve una dieta austera, cuando trae la torta para celebrar y al sentirse rechazada quiere arrebatada arrojarla a la basura, porque su pasión se vive en el ballet de su hija, es ella reviviendo y siento parte de la gloria ajena. Nina se percata de que su madre está generando una atmósfera caótica en su mente como todo lo que hay a su alrededor, pero no hay quien la salve del abismo, todos su allegados participan de su caída interior porque solo importa la danza del lago de los cisnes de Chaikovski. En reacción trata mal a su progenitora cada vez que se pide mucho más de sí, pero a su maestro, quien solo la utiliza para hacer un portento de la obra a su cargo, lo ve como a un genio; es el único que la puede llevar a donde quiere y no le importa el sufrimiento que le acarrea porque la meta es todo lo que cuenta.
Ésta cinta le da cabida a varias lecturas, sumergidos en un aire grotesco y enrarecido. En una escena Nina llega a quebrar sus piernas hacia atrás y en otra a transformar su tórax en el de un cisne negro como síntoma de haber logrado la posesión del personaje. El filme se muestra siniestro y lúgubre, chocante por ratos, siempre ágil en demostrar algo novedoso que te mantenga vigilante como cuando un viejo hace gestos obscenos en el metro o cuando Nina ve salir del transporte público a Beth. Tenemos la confrontación con ella en la reunión que la lanza como danzarina principal mientras la otra cesa, sus visitas al hospital para verla, las apariciones intempestivas de Lily entre muchas otras sorpresas. El filme no es en absoluto nada obvio sino totalmente perturbador, es un drama esquizofrénico ambientado en una escuela de ballet de New York donde yace la prioridad de dar siempre más de lo que puedes, hasta llegar a la deshumanización, e irónicamente para transmitir lo contrario y admitir solo la magnificencia, la rotunda vehemencia y el triunfo primero y siempre, en donde se lleva al ser humano a lo más elevado pagando el precio de un caro anhelo, el que está por encima de cualquier excusa. No da rincón al débil. Lo único que vale es eso que buscan los más grandes, la perfección; ¿existe?, claro que sí, pero está destinado a muy pocos, pero para eso hay que morir en el intento. Nina lo logra, y nosotros nos enamoramos de Natalie Portman que es segura para un Premio Óscar. Le agradecemos su admirable destreza artística que incluso es capaz de transmitir sensaciones y estados de ánimo mientras danza. Impresiona con el cine, el que a través de ella es arte en todo el esplendor de la palabra.
También la madre de Nina alimenta su encumbramiento, ya que Erica Sayers (Barbara Hershey) nunca pudo brillar y coloca su derrota profesional en las manos de su hija, le exige tener el éxito que le fue esquivo. De esa manera Nina (Natalie Portman) vive sojuzgada a una vida que la enloquece, nutriéndose del mundo del ballet a extremos de verse alterada. Tiene alucinaciones, sufre de paranoia, se ve a sí misma desdoblada constantemente, observa auto flagelos, se estremece con monstruos, tiene fantasías lésbicas. Está emocionalmente quebrada, se muestra bastante frágil, y se siente culpable por reemplazar a Beth Macintyre (Wynona Ryder), otrora estrella de danza que ha sido despojada de su puesto por haber pasado su tiempo, llegando Nina a robar sus objetos personales en un especie de fetiche y que ahora siente le pertenecen por el lugar que a conseguido.
En esas circunstancias se encuentra con Lily (Mila Kunis) que tiene la sexualidad despierta, es desenfrenada, erótica y consume drogas, es fresca, libertina e impudorosa, justo lo que le falta para completar la otra cara de su representación. En esa fijación Nina introduce a la chica en sus pensamientos, en su inconsciente, en su locura; y todo empeora, Lily es colocada como posible reemplazo de su puesto, lo que le hace creer que le quiere quitar su lugar.
El cisne negro es Natalie Portman gesticulando en toda oportunidad, saltando de las lágrimas a la inestabilidad, de la alegría a la pesadilla, en una interpretación corporal más que de palabras; es el uso del lenguaje de su entidad física bajo una magistral actuación sufrida, dramática, en un mundo terrorífico, por ratos irreal e imaginario, tan cercano a las historias tétricas, de donde la muerte parece la única escapatoria. La perfección consiste en matar al cisne blanco, deshacerse de sí misma, surgir en otra alma distinta, renacer, volver a surgir pero en el fuego, en el ardor de la exudación de su libido, como le recomendó su maestro. "Llega a tu casa y tócate, mastúrbate, le dice, y así lo hace. Su misión es despertar a la hembra fogosa que lleva dentro, para consumar el papel que tanta dificultad y desquiciamiento le produce y le martiriza.
Es un viaje por el infierno de una desequilibrada, la que cada vez se aleja de la realidad, la que se introduce en su meta a ritmo brutal (de la mano de una pesadilla), y que ya no vive más entre nosotros sino en un espacio alterno poblado por sus miedos, sus aflicciones, su búsqueda incesante, su patología psicológica. Lo único que importa es cumplir con ambas performances, ser en el escenario, sucumbir a la representación. La aventura es trepidante, oscura, compleja, intrincada, críptica, de pocas explicaciones, de vivir cuestionando lo que vemos, a que pertenece lo que ve Nina y a sus acciones, a que se adscribe su percepción, mientras el bien y el mal bailan la misma canción. La una vez dulce bailarina puede ser fatal y mortal, puede ser más de una sola personalidad, moldear una nueva figura, todo por alcanzar su sueño, la perfección aún en la putrefacción y el asesinato.
Esplendidas las escenas lésbicas entre Kunis y Portman, los arrebatos sexuales con Cassel, los estados de su enfermedad mental, mezcla de terror, sexo, drama; Darren Aronofsky construye una película excepcional, vuelve a hacer cine maravilloso que nos recuerda que ya tiene en su haber dos obras maestras, Réquiem por un sueño (2000) y El luchador (2008).
Las actuaciones son gloriosas, cada uno hace su rol con dominio y belleza escénica, en el punto que Portman puede brillar en lo más alto ya que ella es el centro de la obra. Kunis es toda una revelación, naturalmente sensual y desprovista de inseguridades para representar una mujer tan carnal y ardiente. Cassel yace siempre rudo, seductor, apasionado, exigente, apretando y movilizando las emociones del personaje de Portman. La madre, Hershey, otra versión del desdén por el ser humano, es la participe de la incomunicación, de la frustración personal, del deseo de ser a través de su hija, de llevarla al extremo sin darse cuenta del daño que le ocasiona, como cuando le deja la cajita de música con la bailarina que gira sobre su cómoda, cuando le tapa las heridas con maquillaje, cuando corta sus uñas con violencia, cuando le sirve una dieta austera, cuando trae la torta para celebrar y al sentirse rechazada quiere arrebatada arrojarla a la basura, porque su pasión se vive en el ballet de su hija, es ella reviviendo y siento parte de la gloria ajena. Nina se percata de que su madre está generando una atmósfera caótica en su mente como todo lo que hay a su alrededor, pero no hay quien la salve del abismo, todos su allegados participan de su caída interior porque solo importa la danza del lago de los cisnes de Chaikovski. En reacción trata mal a su progenitora cada vez que se pide mucho más de sí, pero a su maestro, quien solo la utiliza para hacer un portento de la obra a su cargo, lo ve como a un genio; es el único que la puede llevar a donde quiere y no le importa el sufrimiento que le acarrea porque la meta es todo lo que cuenta.
Ésta cinta le da cabida a varias lecturas, sumergidos en un aire grotesco y enrarecido. En una escena Nina llega a quebrar sus piernas hacia atrás y en otra a transformar su tórax en el de un cisne negro como síntoma de haber logrado la posesión del personaje. El filme se muestra siniestro y lúgubre, chocante por ratos, siempre ágil en demostrar algo novedoso que te mantenga vigilante como cuando un viejo hace gestos obscenos en el metro o cuando Nina ve salir del transporte público a Beth. Tenemos la confrontación con ella en la reunión que la lanza como danzarina principal mientras la otra cesa, sus visitas al hospital para verla, las apariciones intempestivas de Lily entre muchas otras sorpresas. El filme no es en absoluto nada obvio sino totalmente perturbador, es un drama esquizofrénico ambientado en una escuela de ballet de New York donde yace la prioridad de dar siempre más de lo que puedes, hasta llegar a la deshumanización, e irónicamente para transmitir lo contrario y admitir solo la magnificencia, la rotunda vehemencia y el triunfo primero y siempre, en donde se lleva al ser humano a lo más elevado pagando el precio de un caro anhelo, el que está por encima de cualquier excusa. No da rincón al débil. Lo único que vale es eso que buscan los más grandes, la perfección; ¿existe?, claro que sí, pero está destinado a muy pocos, pero para eso hay que morir en el intento. Nina lo logra, y nosotros nos enamoramos de Natalie Portman que es segura para un Premio Óscar. Le agradecemos su admirable destreza artística que incluso es capaz de transmitir sensaciones y estados de ánimo mientras danza. Impresiona con el cine, el que a través de ella es arte en todo el esplendor de la palabra.