jueves, 14 de noviembre de 2024

¡Aoquic iez in Mexico!. ¡Ya México no existirá más!


Ésta película experimental es la ópera prima de la mexicana Annalisa Quagliata Blanco. Es un estudio sobre la mexicanidad y es la mirada también de Annalisa (junto con lo que recoge) puesto que éste filme no es claramente un documental convencional, sino son de los que se hacen hoy en día, los que llevan notoria autoría, por lo que es lógico que para hacer algo personal tenga que manipular lo que contiene o analiza. Si uno quiere ver un documental rígido y sin impronta, simplemente informativo o pasivo, entonces busca en otra parte. Éste es un cine con arte, que recurre a lo científico, pero también a la personalidad, a la creatividad y a la libertad del cine. El filme, abiertamente, interviene el material fílmico y así mismo el digital. La propuesta en sí está llena de composiciones, como si pintáramos un lienzo y no tan solo estuviéramos copiándolo, sino estamos desplegando nuestra imaginación, dejándonos llevar por nuestro instinto, por nuestra apreciación intima. Es tal cual uno espera de un director de cine, que se defina como un autor; por supuesto, mientras tenga algo valioso que contar, algo sólido entre manos, o algo distintivo. ¿Para qué ver una vez más lo mismo, sin más nada? Por ello Annalisa propone incluso ser experimental con las imágenes, sin tampoco crear algo irreal o fantasioso con respecto a la identidad mexicana, sino siempre dentro del cuadrante de lo reconocible y aceptable dentro de ésta llamada mexicanidad (y que le sirve a Latinoamérica), por ello hace uso de todo lo que identifica a su patria, con lo autóctono, con lo indígena, con lo folclórico, con lo mítico, pero también lo amalgama con la contemporaneidad, con el México de ésta época, y ahí ella quiere hacer una pequeña crítica a perder las raíces (tras una exhibición lúdica de lo que invoca el sugerente título del filme), a desconocer todo aquello principal o que define en general la idea de reconocerse mexicano, más allá de que ella pueda culpar de ésta pérdida al Estado Nación, o quizá indirectamente al cosmopolitismo, o a aquello que nos circunda a todos en la era digital, el ser realmente ciudadanos del mundo, el empezar a contemplarnos más como planeta que solamente como país, dicho sin falsas poéticas románticas, sino más real, más palpable, producto de la tecnología y ver que las fronteras dejan de ser tan lejanas. Pero una cosa no anula la otra, porque no es ver blanco o negro -o es muchísimo más que esto-, sino uno observa o sustenta porcentajes. Puede manejarse entre la rica diversidad. El ser humano es como el yin yang, tiene múltiples cosas en su haber. Tiene de negro, pero también de blanco, pensándolo en pos de un cierto altruismo motor. Y no es inconsistencia, es complejidad, y aunque uno puede admirar el pragmatismo (y la tranquilidad) de las máquinas, es la imprevisibilidad y el ser mutante y libre lo que hace la existencia un lugar lleno de vida. El hombre nunca detiene su movimiento. Porque aun cuando sea poco el avance y haya retrocesos y muchos peligros siempre existe por ésta, su condición existencial, un gen de evolución, de progreso, de enriquecimiento, uno que aunque puede pender de una cuerda en altura, logra siempre escurrirse de la autodestrucción. Ésta propuesta se divide en 5 capítulos. El primer capítulo trabaja con el Códice Florentino, aka Historia general de las cosas de Nueva España, perteneciente al misionero español radicado en México, Bernardino de Sahagún (siglo XVI), y es como revisar mapas o como ha ido cambiando México, digamos que en su infraestructura o arquitectura. El segundo capítulo es la recreación de un concierto de rock underground, una puesta de escena con cierta danza artística, de la mano de una exposición de muchos tatuajes con iconografía autóctona o representación indígena mexicana. El tercer capítulo es el más interesante, es una performance con autoría e identidad mitológica. Se representa a Tlazolteotl, la diosa indígena mexicana de la lujuria, lujuria que se simboliza con los excrementos, y a quien se le llama la comedora de suciedad, mientras al mismo tiempo es la encarnación femenina de la procreación. En el filme vemos la exposición de una familia matriarcal preparando tamales y cómo aparece sensual una mujer desnuda de rasgos autóctonos comiendo lo que parece barro o tierra, de manera grotesca, bien rústica, violenta. Se percibe como un ataque visual. Una declaración de intenciones. Es una performance libre, propia del cine. Annalisa hace un trabajo curioso con un bajo presupuesto, con un cine de los llamados austeros, y un cine experimental con sostenimiento claro, que se percibe real. El cuarto capítulo es observar la ciudad, la contemporaneidad mexicana. Tiene un formato kitsch, algo esperpéntico. Se usa mucho la radio y canciones de distinto tipo, incluso latin pop, o más folclóricas. El metro sirve para experimentar con la flores, como con los colores, y la sensualidad de una mujer de la calle, una humilde vendedora podría ser. Lo más interesante, y al mismo tiempo muy femenino, es la participación de una quinceañera que como los tatuajes de identidad mexicana intentan poner la nota punk en la película. El quinto capitulo es otro mito indígena -acompañado de la fiesta y la alegría rural del presente-, ésta vez masculino, que igualmente lleva fuerte impacto, a través del daño que presenciamos se inflige lo originario, como simbolismo de empobrecimiento -aunque también indica fuerza-, y nos remite a la carga existencial y es el capítulo que alberga más crítica social, aun cuando esto se siente más manido que el resto, producto de un cine social latinoamericano bastante trabajado históricamente. Aun así, es una ilustración potente en medio del tiempo; a lo Un perro andaluz (1929).