Frida (Laia Artigas), una niña de 6 años, pierde a
sus padres, no sabemos cómo específicamente, aunque sólo le tensiona y tiene
presente la muerte de su madre, su padre parece que la arrastró a una
enfermedad y todo sugiere que fue el Sida. Ni Frida ni la película de la española
debutante en el largometraje de ficción Carla Simón lo dicen abiertamente, que
Frida sufre mucho la muerte de su madre. Todo el metraje del filme es la
conmoción y shock silencioso de la pérdida, Frida pasa por el trance de aceptar
la muerte más importante de su existencia a muy corta edad. La niña ha ido a
parar a vivir con un tío (el hermano de su mamá), su mujer y su pequeña hija (más pequeña que Frida); ha pasado a vivir a una buena casa de campo. Su nueva familia es muy cálida, bondadosa y
responsable, aman a Frida, pero la niña -rebelde en este momento, por el vacío e
impacto que lleva dentro- lucha por adaptarse a su nuevo hogar.
Lo que más puede agradar, teniendo en cuenta que el presente filme ha conseguido complacer prácticamente de forma apabullante, su parte distintiva y artística, es
que tiene un tratamiento muy moderado y calmado de lo que siente Frida, de un
golpe brutal en su vida, un dolor expuesto transversalmente mediante sus continuas
travesuras, ocurrencias, escapes y exabruptos (por pequeñeces), es decir, Frida sufre,
pero no lo vemos con lágrimas ni melodrama, está aparentemente postergado, pero
lo que presenciamos en realidad en la trama de la catalana Carla Simón es la
catarsis de la pequeña (para expulsar la enfermedad del organismo), y esto es a
través de aprender a vivir con su nueva familia. La adaptación a la villa es
un trance mortuorio íntimo, “secreto” y personal; entrar en la corrección es superar
el sufrimiento interno.
El filme gusta inmediatamente porque se trata de una niña
dulce y carismática, que identifica y sensibiliza al público y no sólo porque
es linda en varios sentidos, tiene momentos donde denota una personalidad muy femenina;
desde luego, inocente, pero también tiene su carácter y debe desarrollarlo aún
más, sobre todo cuando este filme coming of age nos presenta una prueba –injusta-
de la vida. El filme cautiva al que entiende –y no pierde de vista- el gran
golpe que padece, ésta es una presencia mental y constante en cada acción. Es
mirar su comportamiento –la reacción ante el leitmotiv del filme- en cada
rincón. No obstante, la propuesta tiene cantidad de ratos de alegría, aventura
y ternura, sumado a que no hay excesos de dramatismo con lo que se hace muy simpático
y llevadero de observar; el filme requiere sensibilidad, la que aplaca cierta
falta de originalidad y su sencillez formal.