sábado, 23 de enero de 2016

La habitación (Room)

Nominada a 4 premios Oscar 2016, mejor película, dirección, actriz principal y guion adaptado, es el año de la merecida notoriedad del cineasta Lenny Abrahamson, que con su anterior película, Frank (2014), llamó cierta atención y muchos dicen se convertirá en un filme de culto, donde se relata sobre un extraño músico que usa una cabeza de papel maché que nunca se quita de encima, vive con ella, en la interpretación del gran Michael Fassbender, que hace del gurú de una pequeña banda musical aun no conocida por el mundo y no destinada a hacerlo (donde yace la jugada maestra del filme), que dentro de una trama en parte cruel nos habla del natural desmedido anhelo de éxito (movido por el rol de Jon Burroughs, de Domhnall Gleeson, que quiere dejar de ser un perdedor y por sí mismo no puede lograrlo), de los fracasados, problemáticos, locos y quizá no tan buenos músicos (toda la banda de freaks y outsiders, liderados por el extravagante Frank, Fassbender), de la autenticidad y de la verdadera razón de hacer música, en medio de un humor corrosivo, a veces chocante y desestabilizador, también de algo de inocencia y alguna exageración de postulados para plasmar lo que significa una movida musical, en sus propias condiciones especiales y bajo jugosas contradicciones, dejando posibles lecturas en el que es un filme raro y por ratos chirriante, que es la conjunción narrativa de dos mundos, uno alternativo y otro de cine amable, que a más de uno descolocará si han de profundizar en los giros de la trama, una que se inspira en el músico y comediante británico Chris Sievey que inventó a su alter ego Frank Sidebottom, el de la cabeza de papel maché, como también se basa en las experiencias del guionista del filme Jon Ronson, que fue parte de la banda de Sidebottom.

La habitación es otra grata película, que tiene la particularidad de parecer que se trata de dos historias intercomunicadas, una que acaba a la hora de metraje y otra que empieza a continuación en donde la otra finaliza y pocos han decidido contarlo y donde yace la audacia. Pero partamos de ¿qué es la habitación? Es un lugar mental, psicológico, de tortura y trauma (en la madre, interpretada por la talentosa Brie Larson), pero a su vez -por extraño que suene- un lugar mágico a lo Alicia en el país de las maravillas para el hijo de 5 años de nombre Jack (un impresionante Jacob Tremblay) que llena de vida el ínfimo espacio, ya que no conoce el mundo, y ahí anida la pregunta e idea de qué es real y qué no, cuanto implica nuestra percepción mental, sueños y proyecciones en el planeta y lo que nos rige.

El filme parte de un secuestro de hace 7 años por un tipo al que conoceremos solo como Old Nick (Sean Bridgers) que tiene cautiva a Ma (Brie Larson) y al hijo nacido de este encierro. En una propuesta que es siempre un drama de adaptación (la segunda parte yace muy bien tratada, exuda madurez y coherencia, aun a costa de no ser tan cautivante para el público masivo, aunque también posee sus escenas emocionales e híper dramáticas que conmueven), donde cada parte de la habitación es una geografía, un pequeño espacio convertido en algo mucho más grande de lo que habitualmente es (tal cual notamos cuando queda vacía, y se ve que es minúscula, un simple cobertizo), de lo que ese espacio tan reducido se convierte en todo nuestro universo, y uno debe contener todo dentro, con lo cual conviven dos perspectivas en la habitación, la del niño por un lado, inocente e imaginaria, una del pequeño es como si estuviera en el interior de un cohete o cápsula que uno espera despegue hacia ese cielo que ve en el tragaluz; y la otra de la madre y el captor, de suciedad, criminalidad, crueldad y abuso sistemático –en ese sexo mecánico y animal en el peor sentido, razón del cautiverio, que apenas se ve y se oye a través del closet y la pantalla, dibujándolo como un acto oscuro sin ningún tipo de erotismo, del que se genera una paradoja con el nacimiento de aquel hijo, como brevemente deja ver la falta de aceptación del padre que hace William H. Macy-, de lo que Abrahamson exhibe que el compartimento es lógicamente paupérrimo y en condiciones no muy higiénicas, como tan bien lo demuestra ese diente podrido que se le cae a Ma, pero que rápidamente se convierte en un símbolo del amor, protección y unión con la madre (como llegará a serlo el cabello más tarde, lo físico, primario y sobre todo la representación de lo real, una entrega psicológica, como quien intrínsecamente corta las ataduras con el pasado y deja solo lo que los ha hecho sobrevivir, el amor de madre e hijo), un residuo a un punto desagradable, pero que Jack no lo ve, se lo mete igual a la boca, ya que para él es otra cosa, tiene otra lectura, una pura, lejos de la notoria corrupción que le circunda.

La propuesta fuera de ciertas apariencias y sutilezas, de su calidad de entretenimiento, a la que muchos se han asimilado, sin preguntarse más allá, es compleja y tiene una velada polémica, que apunta a separar al hijo de la violación que lo engendra, aunque lo vemos desde ya crecido y eso ayuda mucho, de lo que la decisión parece tan clara, aunque habría que acotar que el dolor es tremendo, de lo que toda la pesada carga recae en la madre, como bien presenciamos en sus crisis emocionales, aunque el filme tiene las anotaciones de Jack como dirección y yo veo más bien como complemento –aun con más presencia física- ya que en realidad se trata de la historia de Ma (una espectacular Brie Larson, que ya encandila con Short Term 12, 2013, como esa cuidadora de albergue de chicos nada privilegiados, conflictivos y poco adaptados, que tiene un pasado traumático y que debe definir su futuro familiar a través de su trabajo de cara a su propia inadaptación social), es su secuestro, continua violación, encierro y gestación, y no del pequeño, aunque en el filme él es tan determinante en analizar y proponer el contexto, donde no reconoce ni menciona al padre, no genera opinión del sexo que ojea y del que se esconde, es el héroe, quien revitaliza a la progenitora cuando ella se deshace en pedazos.