martes, 19 de enero de 2016

Joy: El nombre del éxito

El director David O. Russell hasta su anterior película ha sido un engreído de Hollywood, nominado tres veces seguidas al Oscar por mejor director y en dos oportunidades por guionista, hoy parece que su suerte ha virado de cierta forma y se ha encontrado con un duro rechazo de la crítica hacia Joy: El nombre del éxito, aunque su actriz protagonista Jennifer Lawrence ha resultado nominada por la presente, logrando su cuarta nominación profesional (3 veces gracias a O. Russell, una de estas le mereció una estatuilla dorada, por Silver Linings Playbook, 2012).

Su última historia se basa libremente en una persona real, en Joy Mangano, inventora del Miracle Mop, el trapeador milagroso, un trapeador que no necesita escurrirse y puede lavarse fácilmente, hecho de plástico, ligero, y que cuesta 4 veces más que un utensilio simple pero resulta más higiénico, efectivo y duradero. Mangano es además una exitosa empresaria que sale vendiendo sus productos e invenciones en televisión. Con esto parece que tuviéramos una historia particular, con un invento poco deslumbrante o no tan atractivo para muchos espectadores, diga lo que digan las amas de casa, las tantas que llegaron a comprar el producto. Fácilmente el filme pudo caer en el ridículo, y no lo hace.

La propuesta capitaliza el sueño americano, marcadamente, de forma obvia, con diálogos que empiezan diciendo literalmente que Joy es una perdedora, tal cual lo refleja su madre echada en la cama absorbida por las telenovelas hasta que llega el amor romántico a sacarla de su sopor (en una línea endeble), cosa que evita la trama central, y se inspira en el éxito laborioso pero realizable de todo ciudadano promedio. No obstante la narrativa banaliza un poco el triunfo del sueño americano, donde O. Russell simplifica todo, y lo entrega bien empaquetadito y fácil, como para que el público masque bien su canchita, para ello todo se dice directamente. Joy fue una niña con grandes sueños, que se convirtió en una divorciada con 2 hijos a cuestas, aunque con un gran ex marido, que es su mejor amigo, aun siendo en parte un fracasado. Tenía un trabajo agotador, muchas cuentas y poco dinero, una madre mueble, inerte, cero productiva, y un padre y una media hermana que son un bache constante en su vida, y hasta incluyen la intromisión de una madrastra igual de ambiciosa, tacaña y de cierta forma aprovechada, ganando realismo en cuanto a la realidad de la familia americana no del todo afectiva, sino conflictiva. Sin embargo, Joy ve a través del surrealismo ese cambio que necesita, por medio de las telenovelas de la madre, y se lanza a inventar algo útil, práctico, que esté en el diario vivir.

Lo que viene después son dos giros bastante pobres que lastran la credibilidad del conjunto y su mayor alcance, ya que son capitales. Uno es un conflicto descubierto semejante a cuando John Cusack halla esa pequeña puerta en una oficina a tremenda revelación, en Cómo ser John Malkovich (1999). En el otro aparece una salida arbitraria y simplista en todo sentido, en una habitación de hostal, otro de esos encuentros milagrosos, tras revisar el papeleo, como con el trapeador, tal cual éste salta de ser menospreciado a ser visto como una mina de oro por Neil Walker (Bradley Cooper), ejecutivo de un canal de ventas.

Joy: El nombre del éxito inicialmente tiene un lado tipo comedia de enredos, donde todo luce barroco, altisonante y extravagante, que es muy entretenido, además de que el asunto del trapeador y la fortuna tiene cierto humor en sí, aun teniendo el lema de esa frase que dice de que lo ordinario se topa con lo extraordinario y hacen perfecto maridaje, tomando de ejemplo al legendario productor David O. Selznick y a su esposa, la popular actriz Jennifer Jones.  

O. Russell hace todo el trayecto del filme espolvoreando sencilla simpatía, una buena onda en ideas y lugares, apreciando que uno rápidamente se identificará con la protagonista, una magistral Jennifer Lawrence que realmente está perfecta en todo momento, aun cuando pueda estar diciendo algo tonto o poco elaborado, que en buena cantidad hay en el filme, tratando de ser empático de forma tan clara y poco original. Lo único que faltaba era que Joy cayera en algún romance y todo quedaba como un cuento de hadas, tanto como un manual básico para triunfadores, donde los esplendidos Robert De Niro, Isabella Rossellini y la desconocida Elisabeth Röhm son los parientes de miedo, en una falsa fachada de ayuda, habiendo un diálogo de negocio y préstamo que impone un deber y retribución, unas preguntas de compromiso y una reunión donde se ve una familia caótica y compleja que es lo mejor del filme. Así sobresale la comedia coral inicial, hasta que llega la decepción empresarial. Pero a continuación enseguida el filme se vuelve predecible, convencional y va perdiendo su encanto.

Se trata del sueño infantil del verdadero yo de la protagonista –y el de cualquiera, no ser perdedores- y el aliento y fe de la abuela que espera un matriarcado de Joy. Manos a la obra debe imponerse en acción; ponerse ruda, decidida, feminista, a través de -valga la curiosidad- un utensilio de limpieza, hasta triunfante colocarse sus lentes de sol y venderle al espectador una historia más del gran sueño americano. Tiene que evitar caer en la nada, la inutilidad y el desperdicio que representa la madre interpretada por Virginia Madsen (y todo el lastre familiar, en otro grado).