El director de ésta película, Bennett Miller, es un habitual
de las nominaciones a los Oscars, con lo que ello significa, un arte destacado
en el cine americano, y el de un entretenimiento con suma autoría y arte, ese
que deja ver una dirección compleja, llena de incómodos silencios y personajes
observadores, algunos meditativos, provocando que una reacción, un gesto o un
exabrupto emocional sea el que desnude la personalidad velada de las formas,
por el respeto que otorga el dinero, o nuestro comportamiento anclado a lo
primario, a lo infantil, como le pasa al impetuoso, básico y juvenil Mark
Schultz (Channing Tatum) que se mueve como un gorila, siendo un hombre de
acción, de un razonamiento precario, pero con un anhelo muy fuerte, excepcional
y harto loable, que cunde en el patriotismo y la gloria máxima en el deporte,
el ser el mejor atleta del mundo, el mejor exponente de la lucha amateur, y eso
implica su independencia, desprenderse de la sombra de su hermano mayor, que lo
ha criado y guiado, ha sido siempre su mentor, David Schultz (Mark Ruffalo), que
en su sentir competitivo percibe que le opaca, aunque realmente mínimamente (¿no
hablamos de dos medallista de oro?), siendo más un sentimiento y un mundo ejercido
y sobredimensionado en su mente.
Toda la interacción entre los hermanos Schultz yace acompañada de pequeños gestos donde se ve
que David lo supera, es más hábil y “frío” en todos los aspectos (priorizando a
su familia y el cariño a su hermano, tanto como a su conocimiento profesional, no
nos equivoquemos), por ser más calculador, más racional, y no del tipo salvaje,
muy emotivo, como Mark, al que bien se le define como al hermano pequeño, más
allá de lo evidente, y el que requiere de asesoría, a un grado sutil, psicológica,
para proyectar esa intensidad, talento y poder que tiene en la lucha (de lo que
el alejamiento del dueño de los Foxcatcher resulte lógico, por ser nocivo, como
se ve en el uso de drogas, alcohol o perder el tiempo muchas veces; de lo que
también esconde la película sentimientos ambiguos de decepción y traición, ya
que hay un vínculo real y honesto entre ellos al fin y al cabo, no solo es
interés mutuo, como bien resume ese documental de du Pont, aunque sea una falsa
glorificación, a diferencia de esa transmutación de la progenitora en el
rechazo, simple acomodo e insinceridad de David), bajo algo más metódico y científico,
más disciplinado, todo lo que Bennett Miller deja ver discretamente, con
delicadeza, argucia e inteligencia, con mucha elipsis, en un entretenimiento –no
lo olvidemos- que deja trabajo al público, aunque da buenos indicios y es a
gusto de uno.
No se puede negar tampoco que hay momentos en los que se remarcan mucho las ideas, o se abre toda la ventana para que divisemos ángulos de como se mueven
sus tres figuras protagónicas. Véase un acercamiento
ya no solo paternal, sino a un punto homoerótico (leve, breve, pero sugerente, que deja libre el
germen de la imaginación con dicha jugada, en que se manipula cierto prejuicio o
sensacionalismo del que no conoce el deporte, que es como echarle carne a los
perros; sin embargo es solo un juego
de la ambigüedad, ya que hay mucho trato de los hermanos que se le parece,
dando a proponer, que hay un acercamiento similar con du Pont, es decir,
fraternal, de mucha confianza y cariño, de acciones justificadas, lo que se
interpreta que es como un enfrentamiento silente por ganarse a Mark, por varios
motivos. Y ese punto es la habilidad de la dirección de Bennett Miller que
nunca deja de jugar con nuestra mente, no da una sola lectura, más bien se
trata de distintas posibilidades, y de muy buenas combinaciones), en aquel encuentro
nocturno de wrestling entre entrenador y pupilo, o cuando John du Pont (Steve
Carell), autodenominado el águila dorada (sobrenombre al que muy bien le ayuda
la nariz aguileña, o que sea ornitólogo, más no como se da a entender
claramente, su cualidad de instructor), realiza un match de lucha y se ve que
gana pero por detrás pagan a su contendor, pequeños deslices de autor, quizá
hasta subterfugios bajos, como por su lado requerimientos para formar un cuadro
general, ya que hay que reconocer que la mayor parte del conjunto trabaja con
puntos a completar por el espectador, o en el coger de algún detalle preciso al
vuelo, como el manejo deportivo, el entrenamiento olímpico que se requiere y que
es de un nivel que pocos pueden proveer/sostener, de du Pont sobre su protegido,
a quien lo ilumina con su generosidad; o con el mismo desencadénate de la
historia, donde por cultura general se conoce la reacción mortal de una
paranoia, pero el filme trabaja con otra cosa, con el sentir del respeto y la admiración,
el menosprecio, el reconocimiento obsesivo de la gloria, y cierta obstrucción
que significa uno de los puntales protagónicos para los otros dos que comparten
necesidades mutuas, un intercambio de dinero por satisfacción e identidad propia, pero también una personalidad y un
anhelo igualitario, frente a la soledad y la superación de un escollo mayúsculo
en nuestra psiquis, representado en David Schultz, ser un mentor, o proveernos
de un camino, el más grande por uno mismo.
En ese hueco/disposición de introspección entra a tañer la
madre humilladora, castradora, omnipotente en la oscuridad de la memoria, como
una imagen subyugadora que nos persigue (y uno quiere superar, dejar ir, como con
aquellos caballos de raza, una reacción entre el dolor, la dependencia y una
pequeña liberación), la que nos infantiliza, y nos demoniza o nos vuelve
perversos con el resto, con el mundo, aunque nos sobreproteja en su caudal económico
y una descendencia noble (viendo que más que actos contra uno, se implora respeto
de ese pilar mental en nuestra vidas, ese que no nos tienen, y nos quita el
lugar de soporte formal emocional y como seres humanos, lo que hace ver a un du
Pont vacío, ridículo, aniñado, débil, poca cosa, y por último peligroso, aun
intentando con ahínco ser algo importante, trascendental, con actos
intelectuales, filantropía, o nacionalismos de orgullo familiar), y es que du
Pont se esfuerza, como en aquella reunión con los atletas para darles instrucciones
y darse principalmente a notar, orquestada ante la mirada y juicio de la madre
curiosa pero minimizadora, pasivamente destructiva y desconfiada (hacia lo que
llama un deporte inferior, que trae trofeos que ella hace espacio como por
caridad, sin creer en ello, porque se trata de su hijo, lo que retrata una cruel
lucha perdida, desde el inicio, por una actitud firme de desprecio hacia éste como
hombre, donde la redención no parece existir, provocando entonces solamente
patear el tablero, la tragedia y la autodestrucción del juego de la derrota
interior, como un grito frente a lo patético, que bien dibuja un previo
silencio melancólico, y la frase de “hemos terminado”, que complejiza lo que
muchos llaman simple locura), en la poderosa imagen de la breve aparición de Vanessa Redgrave.
Como reflejo deportivo de la lucha tiene una gran seducción
extra, se visualiza muy bien la técnica y los encuentros son en un tiempo
justo, no dilatado, fluido, y son instantes emocionantes, indicativos, sin
darles ningún efectismo especial, brindando naturalidad, convenciendo y proveyéndose
de una cuota de impacto y confabulación. En ello hay que decir que Bennett
Miller supera mucha predictibilidad, en que el meollo del asunto se rige a
ciertas cautivantes condiciones, a una explicación tras la gloria, una que
puede que se alcance e igual escapa a lo esperado, se convierte en secundaria frente
a una (otra) prioridad psicológica; y una que se frustra de alguna forma o se
nos revela y duele, y se convierte en una consecuencia. Tanto así que el deporte es en realidad –como toda
buena película lo aspira- un pretexto para analizar nuestra “sencilla” pero
definitoria humanidad, a priori de, factor de o por sobre cualquier excepcionalidad.
En donde Miller genera un drama universal de suma profundidad con material
deportivo destinado por lo general a la superficialidad y la fácil empatía. Un
logro. Tras una cierta engañosa sencillez y austeridad en buena parte del
conjunto (la suntuosidad se deja muy en
claro, el poder del dinero, si bien la “necesidad” flirtea con otros ámbitos,
como en aquella elipsis o medio punto negro de ¿qué convence a David Schultz de
pertenecer al grupo Foxcatcher si Mark dice que no se le puede comprar?, el
miedo, la obligación, la lealtad, o, solo es un simple engaño, retórica,
recurso de la lograda amable ambigüedad del filme), dentro de una calma (de “temer”)
que enseña de forma no demasiado convencional,
pero aun así piensa/llega sin ningún problema hacia muchos, con lo que al desenlace
más que esperarlo, vislumbrarlo, o yacer uno impaciente o inquieto por tanta
observación, mutismo y escape en medio de circunstancias de tensión (yo creo
que hasta lo reduces al punto de partida de una tesis), se deja entender argumentalmente
de forma prominente, como todo objeto de arte; por encima de cierta parte de la
ilustración, como el cariz de neanderthal de Mark Schultz, logrado cuando
golpea furioso su cabeza contra un espejo, o yace impotente ante la técnica
superior y quiere agredir a su hermano en el entrenamiento, y en la escena
podemos ver hasta su sudor. Pero que no tiene solo una performance realista
convincente en una marcada expresión de brutalidad, sino tiene de lugar común, de
quehacer simplista, que en algunos casos es muy obvio manteniendo la rudeza, lo
primitivo y lo típico que se cree del luchador, aunque en general se llega a
conseguir y a suavizar con el pasar del tiempo, lo mismo que pasa con la cualidad visual gestual de raro o lento de du Pont, en dos performances que a pesar de cierta
dosis de crítica son de lo mejor de la película, lo que provee una gran loa a Channing
Tatum y Steve Carell, actores muchas veces infravalorados –yo mismo lo he hecho,
y hago un mea culpa- o encasillados que demuestran mucho talento y entusiasman con su esfuerzo y entrega, al igual que bien aunque menos, se espera eso de él, y
creo que es porque más se rige al desarrollo de los otros dos aun siendo el
talón de Aquiles de ambos, Mark Ruffalo. Como curiosidad apunto que nunca
reconozco a Sienna Miller, que ya creo que habría de respetarla más, en su
cualidad de camaleón, antes estilizada pero de a pie en American sniper (2014),
y ahora de apariencia más ordinaria, desapercibida. Frente a una obra que no
invoca el reduccionismo, porque fuera del mundo de machos que se cursa en la dura
lucha libre olímpica, se trata del ser humano en toda esencia, a través de la complicada
radiografía psicológica de un desenlace desconcertante.