El director que nos compete en estos instantes es uno de los
máximos referentes del cine argentino, de quien incluso podemos ver influencias
de Juan Moreira (1973) en Jauja (2014), en
la búsqueda del dominio y la supervivencia legendaria de la conflictiva y
peligrosa pampa, dentro de una historia de época (con la intervención mutua de algún
pasaje de tipo místico, pero no de orden común, como los sueños de un malherido
Moreira temiendo por el que no considera su momento, y la epifanía misteriosa de
Dinesen), al igual que de una especie de western al que llamaríamos de un estilo sudamericano
(sin remarcar los contornos con la tradición angloamericana), si bien Juan
Moreira bebe claramente de la literatura y del mito del gaucho y del folclore,
tanto como de los hechos reales que iban siendo novelados en folletines. El
director, Leonardo Favio, es un nombre reverenciado en el séptimo arte de su
país, amado popularmente, teniendo películas en el record de taquilla histórico
del cine nacional, y al mismo tiempo encabezar listas de la crítica sobre los
mejores filmes hechos en su tierra.
Éste primer lugar lo suele ocupar Crónica de un niño solo (1965),
la que recoge la experiencia del propio Favio dentro de un cine social y humano,
anclado a la indefensión de la infancia, en una historia de malos tratos,
amenazas, miseria, destrucción de la fe y crueldad –como en la potente y a un punto
chocante desnudez del río- y supervivencia, en donde hay cabida para escenas
conmovedoras como en la elección del intenso Polín de un caballo en lugar de
enfocarse en la meretriz. Ésta propuesta recuerda al Truffaut de los 400 golpes (1959); cuenta con una fuga tan emocionante y de suma naturalidad y precisión que poco
tiene que envidiar a una cinta internacionalmente famosa y excepcionalmente
valorada como Un condenado a muerte se ha escapado (1956). Otra común cabeza de
lista es El romance del Aniceto y la Francisca (1967), una historia minimalista
contada con harto mimo y suma identificación, en un cuento social y popular sobre
un gallero pobre pero guapo –en varios sentidos- que engaña a su pareja, la santita,
con una seductora putita, como se les apoda a cada una en el retrato. Dicha elección superficial y sensual le trae una desgracia tras otra al
protagonista.
En lo personal, pongo como la mejor de Favio a El
dependiente (1969), una cinta de mucha personalidad (apostillando que el autor demuestra
en toda su filmografía propiciar alguna impronta, siendo todo un mérito el no
querer repetirse, aunque tenga sus señas de identidad). El dependiente es sumamente lograda, paradójicamente
gracias a excesos, bajo un predominante engañoso aire de calma y espera que
desespera (el sentido general del filme, habiendo coherencia en lo formal, con
molestias y antipatías que se trasmiten al espectador), en el uso de histrionismos,
gritos, necesidades insatisfechas, exabruptos, humor negro, locura y
extravagancia. En segundo lugar dejo a Crónica de un niño solo, en tercero a
Juan Moreira, y cuarto El romance de Aniceto y la Francisca. Éstas son las películas
más destacadas de Favio, sus primeras obras, a la que agregaría el remake de la
última mencionada, Aniceto (2008), su despedida, aunque es menor por ser “simplemente”
una actualización, y por unos escenarios de vivos cromatismos que imprimen falsedad,
cierto desarraigo de lo real, a la par que se hace énfasis en el cariz de
fantasía, en lo que parece ahora una obra teatral (en la mayor parte es un
musical romántico), con coreografías muy finas que son más que un plus la
verdadera justificación de su existencia conjunta, pasando a ser una reinvención
por ello, a pesar de que se tenga un alcance formal discreto ante la subordinación
argumental con la predecesora.
Todas las obras de Favio son simpáticas o valiosas, aunque
en muy distinta medida, por ello las tres restantes tienen lo suyo a pesar de
ser más criticables negativamente. Nazareno Cruz y el lobo (1975) que es de las
más taquilleras del cine argentino, se debe mucho a su notorio cariz popular, de fábula aborigen,
que nos habla de la leyenda del lobizón de la mitología guaraní en que el
séptimo hijo se convertirá en lobo y por consiguiente atacará a los moradores
que encuentre, para lo que el diablo, uno criollo, al que acompaña la polivalente
brujería jugando como folclore y requerimiento comunitario (que en el filme es
tan precaria, de efectos simples, y molesta, como ridícula lo es la música que
redunda como motivo amoroso), le hace un pedido de recordar misericordia para con
su eterno destino, mientras le ofrece todo el oro del mundo a cambio de no
entregarse a su amada Griselda. Nazareno se niega, entre risas altisonantes, sofocantes,
y un griterío melodramático que implica harta paciencia en el espectador tanto
como con ese viaje surrealista al submundo de origen indígena, y es que el mal
gusto se le va de las manos al autor, teniendo demasiado presente hacer un
filme popular, que con ese perro por lobo tiene su gracia, y queda como si fuera
cine B, inspirado a fin de cuentas.
Gatica el mono (1993), por su lado pareciera lo contrario, luce
como si detrás habría un gran presupuesto, pero aquí vuelve a aparecer la perenne
idea de su conceptualización, que sea un filme popular, masivo, y sus excesos y
su ordinariez le juega más en contra que a favor, quedando un filme irregular,
donde el protagonista se excede y cae en lo vulgar (simplicidad que es bastante
realista, pero repetitiva y abrumadora), a diferencia de Juan Moreira que es bastante
parecido (incluso comparten la injerencia política, producto del respeto por su
imagen ante el pueblo), pero al que no se le llega a recargar, sino se le deja mucho
intrínseco bajo el rescatable silencio, su fuerte mirada de ojos azules en un semblante
rudimentario, y su mítica fiereza que le salva de ser algo insufrible y torpe
(aunque tenga defectos en medio de su bravura, sea servil aunque indeciso,
primario, violento y de esencia rebelde y libre), como si lo es un Gatica más
plano, por más que deja en claro que es un tipo duro y que a pesar de todo es
especial, en una vida que tiene de mucha tragedia, oculta a un hombre
derrotado. Hasta se nos habla en su biografía de un devenir injusto, a pesar de
la soberbia que exuda a ratos en su inocencia y la definida existencia
desordenada que es parte de él; a un punto una salvedad esencial y empática, de
ambigüedad. Desde luego tiene sus momentos rescatables, más en el ring
donde el filme recuerda las recreaciones pugilísticas de Toro salvaje (1980), dentro
de su propio estilo, como con las marcas de las golpizas que tienen vasta credibilidad
e identidad. Es el hombre sufrido que brilla contra todo. La visión de las estadísticas del récord profesional implican un reduccionismo recriminable, por ser
demasiado didáctica, y sobre todo poco llamativa, creando indiferencia, tanto como
esos mambos de la banda sonora en los encuentros malogran la mínima solemnidad
que requieren las peleas, aun siendo esa fusión el leitmotiv del conjunto y
quien es el protagonista, un protagonista que muestra carencias en
la personalidad y el que aleja a quienes lo quieren, o escoge mal a su entorno, bien
representado en el vínculo afectivo con El ruso, que es el mismo al de su carrera, la política
y sus amores. Juan Moreira tiene relación conceptual con Nazareno Cruz y el
lobo, y Gatica el mono, pero es ésta el triunfo de lo que en las otras se logra
mucho menos; hay aventura, entusiasmo y cautivante entretenimiento.
Por último, Favio dijo ser muy libre –yo diría que demasiado-
con Soñar, soñar (1976), y se nota, ahí se ve que hace lo que le da la gana (lo
lleva al extremo, sin ningún sostén), rompe con todo convencionalismo y predictibilidad,
con una trama de continua frustración en el deseo de ser artista que deja una
crítica muy cruel. Lo hace en cierto modo tan arbitrario y vacío muchas veces,
aunque quiera ampararse en el sentido del humor, que poco valor consigue en
general, sin embargo hay que acotar que la actuación entregada del legendario campeón
de boxeo Carlos Monzón, en un ridículo mayúsculo e implacable (¡cuánto se le exige!),
hacen de éste filme uno impagable, y vale la pena echarle una ojeada.