miércoles, 25 de diciembre de 2013

Fango

Fango (2012), del argentino José Campusano, es radical, alternativa, independiente, subterránea, un cine de muy bajo presupuesto, pequeño e imperfecto, irreverente a un punto en mostrar la parte complicada de Buenos Aires en una ficción que tiene mucho de verdad como su lado de fantasía –en su acción dramática trepidante y extrema-, libertad imaginativa y violencia para entretener (aunque ya se ha recorrido mucho en el séptimo arte), todos alicientes para el entusiasmo de los cinéfilos, a su vez de mucha identidad y personalidad a pesar de sus limitaciones, que hacen de Fango digna de verse, aunque implique salir de nuestro lugar conocido, tener tolerancia con sus carencias y defectos (como cierta fealdad), pero que fácilmente logra entretenernos, mediante una capa contundente de realismo, convirtiéndose en una propuesta curiosa e interesante.

Fango tiene dos historias principales, que aunque forman un conjunto, más parecen paralelas, siendo en parte polos opuestos, teniendo su propia independencia, o se pueden leer bajo distintos anhelos de expresión, si se ve con sutileza, dentro de una obra que quiere contar mucho en poco espacio, sea dicho estando bien dosificada y finalmente fusionada, en que comparten su idiosincrasia urbana, su gente y sus particulares frustraciones existenciales, en una por medio de peligros, asesinatos, en otra no poder desarrollar nuestra vocación, no cumplir con nuestros sueños (que no es poca cosa), en un aire más común, a diferencia del otro mucho más libre y en calidad mayor de cuento.

Una de ellas es de superación, hallar el éxito en nuestra pasión (en la música), mediante la formación del camino de un grupo innovador que quiere mezclar el heavy metal con el tango, y construir algo que llaman tango trash, lugar donde converge la melancolía con la rabia, creando un sonido intenso, desenfrenado. Para ello el brujo y el indio, dos mejores amigos y músicos con trayectoria subte salen en busca de integrantes, encontrándose con genios de barrio, que aún no yacen reconocidos fuera de sus calles, no son populares a escala nacional o por requerimientos personales han tenido que abandonar la música, pero son la esencia del arte que los motiva. Su grupo se llamará como indica el título, Fango.  

La otra versa sobre una infidelidad que trae mucha cola, fatalidad, muerte, entre gente como dice el filme, difícil, de temer, entre pandilleros con poder y abuso en la cuadra que tienen un líder lleno de cicatrices, culturistas intimidadores de estilo punk paramilitar o ex delincuentes y compinches homosexuales y ahombradas. Todo parte desde que una robusta joven y lesbiana que estuvo en prisión, prima de una esposa y también muchacha a la que le engañan descaradamente, quiere alejar, luego darle una lección, y hasta secuestrar, siendo proclive a matar, a la tercera parte en discordia que aunque está también casada se da sus escapadas. Nada saldría de lo común si no fuera que ésta relación extramatrimonial se desproporciona por el tiempo y la frecuencia, el desinterés y la frescura conyugal por la contraparte desleal, y por la suya la convivencia liberal. Entonces, cuando se le pide ayuda a Nadia, ella se lo toma muy personal, no solo por el parentesco sanguíneo, sino por la pérdida del nacimiento del hijo de su familiar que la llama para que intervenga, y que es algo que la trastorna, le nubla y le hace hacer cualquier cosa en consecuencia. En adelante es como una bola de nieve, revanchas y contraataques, y es algo rocambolesco.

Ésta propuesta es un cuento brutal donde brilla el uso de las armas caseras hechas en la zona, como se podía ver en algunas escenas de Vil Romance (2008); también los enfrentamientos con cuchillo de carnicero, las palizas o combates a puño limpio, y los ajusticiamientos. Tiene un tono que da a entender el uso de mucha ficción, donde se crean matones particulares, como Nadia, que es la protagonista y gestora de tanta violencia, el as de la película, que como se dice, no puede controlarse, aunque el brujo sería el héroe, solo que yace más implicado en la historia de la banda Fango. Pero terminará asumiendo muchas pérdidas/derrotas en general. A la vera de Nadia se provee el filme de emoción, audacia, entretenimiento superfluo que atrapa, el que te saca una sonrisa cómplice, porque la historia no te la tomas en serio, si bien es un buen contexto -con su propia imagen- dentro del extrarradio de Buenos Aires.

El llamado conurbano bonaerense es importante en la presente película, es el reflejo de lo underground en Argentina (la limitación junto con la dificultad de sobrevivir, diría; y de ahí que se justifique la cierta precariedad formal del filme, no total porque está bien grabada a fin de cuentas). El legado artístico y cultural de Campusano incluye el no hacer uso de actores profesionales, aunque repite con Oscar Génova, el que hace del brujo, quien nos remite a la edad y la cercanía de la vejez, en la que está el director también. Campusano a sus 49 años lo sabe y lo hace bien, a su modo, mientras la historia es por su lado una decadencia/derrota abrumadora, pero un goce que da la gran pantalla ante todo. Campusano suele decir que sus "actores" se copian a sí mismos, y eso es algo que suena -si le tomamos la palabra- bastante curioso viendo la violencia y criminalidad que entendemos no literal pero representa lo que son sus no-actores. Sin embargo, como además suele decir el director argentino, no está para juzgar, sino para mostrar todas las caras humanas, hasta lo deplorable, siendo si se viera así una autocrítica de la ciudad y la esencia de la realidad misma, y hay una necesidad satisfecha. Las actuaciones tienen sus ratos deficientes, siendo por momentos vistosamente unidimensionales en su expresividad o que dejan ver asomo de risas involuntarias o hasta parecen estar haciendo memoria robóticamente. No obstante terminan funcionando en conjunto. Campusano tiene un estilo visual y una narrativa sencilla agradable, que seduce con su trama bien hilvanada, que hacen de sus formas poco agraciadas un arma de identidad.