martes, 19 de septiembre de 2023
El Conde
El Conde (2023), del chileno Pablo Larraín, es una sátira, una comedia de terror, sobre pensar a Augusto Pinochet como un vampiro contado partiendo desde la revolución francesa de donde el por entonces joven célebre dictador juró hacerse cargo de los revolucionarios y socialistas del mundo, como una cuenta que saldar incluso frente a su propio miedo. Pablo Larraín escribe el guion junto con su compatriota Guillermo Calderón, con quien es la cuarta vez que trabaja así en una película suya. Ellos pegan muy bien una historia de terror con revisar la historia e idiosincrasia de Pinochet, de cara a su mandato (que empezó tras el golpe de estado de 1973), al que se le acusa muy claramente de haber sido corrupto. Se dice que Pinochet durante su gobierno se enriqueció de la mano de empresarios nacionales. Se manifiesta que Pinochet aprendió a ser ladrón de la mano de los empresarios. En el centro o parte media del filme se vuelve muy explícito el análisis del gobierno de Pinochet, expuesto a grandes rasgos. Así mismo queda claro con la visita de los hijos de mediana edad de Pinochet, aparecen cinco, que estos dependen de la fortuna de su padre y van justamente en busca de que les entregue dinero; ésta es la crítica más endeble del conjunto, no obstante la película maneja cierto trazo grueso, en su humor negro, en especial con esto en que reincide, a través de rostros conocidos como el de Amparo Noguera y Antonia Zegers. Pero el filme es uno bueno, como terror (sin serlo del todo). En ello entra a tallar la visita de una monja exorcista, camuflada como una abogada y periodista, bajo una muy buena interpretación de Paula Luchsinger, que tiene un lado, sensual y aventurero, y otro, irónico y de denuncia. Pinochet dado por muerto está escondido en una isla, escondido algo parecido a El Club (2015). El filme tiene una potente, y un poco misteriosa, voz en off en inglés (puesto que implica personalidad propia) que acompaña en la mayoría de la trama, y que luego participa (se descubre) directamente y trascendental en la misma historia. Su inclusión es afín a lo histórico que hasta llega a sustentar su inclusión, que se mezcla como todo plenamente, con la fantasía vampírica agregando audacia autoral. Ésta propuesta gana mucho cuando uno la percibe como cine mudo, a lo Vampyr (1932), en ese sugerente blanco y negro que lo contiene, cuando lo visual toma la posta casi por completo, viendo que el idioma español chileno aporta el costumbrismo que también tiene lo suyo y genera la consabida identidad general. Visualmente la propuesta deslumbra, seduce, aunque hay mucha oscuridad por estética. El Pinochet que interpreta Jaime Vadell en el mundo que inventa Larraín está bastante logrado, con sus enormes corazones licuados como batidos proteicos. Alfredo Castro también está excelente como el mayordomo representando al aparato paramilitar o asesino del régimen. El personaje de Alfredo Castro, nunca mejor explotado por otro director que Larraín, sintetiza muchas ideas de los ajusticiamientos extrajudiciales a los que se les achaca a Pinochet, quien menciona ligero también gustar de matar y no solo dar las ordenes al respecto, pero que como líder máximo no era su lugar práctico. Curiosamente se entiende que Pinochet no era el único gestor del modo de comportarse de su gobierno sino atañía a muchos a su alrededor; por momentos parece que Pinochet se dejó llevar también por su entorno, aun cuando queda dicho que él tenía una especie de misión epifánica en su vida, deshacerse de los socialistas, de los revolucionarios. Las razones de que el país escogido sea Chile también se explican, con ironía. Como historia en sí, como cuento, es sencillo, pero competente, sobre todo visualmente, es tremendo deleite ver a Pinochet como un vampiro, o ver volar, jugar en el aire, a la monja guapa, que se permite también ser perversa y un poquito erótica. No es un filme muy gracioso, o es más de risa inteligente; su critica es flagrante, aunque éste Pinochet no se deja odiar del todo. Él mismo responde no tener al demonio dentro, sino sugerir más bien estar (y/o haber estado) más cuerdo que cualquiera, pero es bastante sólido como el vampiro que sale de la mente de Larraín y Calderón. Vadell se presta para muchos registros de la personalidad del dictador, aun cuando no lleva remordimientos, estila mucha naturalidad y relajo, trasmite mucha tranquilidad, incluso cuando puede ser torpe o un algo patético. Es una película que proyecta mucho en un mismo lugar, con pocos elementos, o solo algunos personajes. Jaime Vadell tiene en la vida real 87 años y ha hecho un gran personaje. La evolución de retroceder el envejecimiento, en su performance, está tratada con mucho ingenio y con especial cuidado, si bien el personaje al que asistimos en toda la trama es el de un vampiro viejo y en ese mismo lugar se ha creado una distinción como cine de terror. Atendemos a un compendio de un cúmulo de sucesos pasados en la historia que marcó a Chile y al mismo tiempo todo yace -aunque con algunas partes muy a la vista- dentro de una notable película de terror ligera, dentro de formas con cierto toque arty y a la vez subyugante visualidad, un regocijo para los sentidos.
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