jueves, 4 de mayo de 2017

La morgue (The Autopsy of Jane Doe)

En una casa en un pueblo de Virginia se hallan 4 cuerpos destrozados, y todo indica que intentaron escapar, y no que haya entrado alguien, las puertas están cerradas por dentro. El panorama luce extraño y misterioso, más cuando hallan en el sótano el cuerpo de una bella joven (Olwen Kelly) a medio enterrar. El policía local transporta el cadáver de la muchacha, una NN, de ahí que se le atribuya el nombre de Jane Doe, como John Doe es para los hombres, que significa lo mismo en inglés, un cuerpo anónimo, a la morgue y crematorio Tilden, que es un local que ha pasado de generación en generación y ahora le pertenece a Tommy (Brian Cox) y a su hijo Austin (Emile Hirsch), dos forenses locales.

En la morgue el cuerpo empieza a ser diseccionado por padre e hijo, como si fuera una rutina científica más, sumado un aire de frescura musical, de entusiasmo generalizado, mientras van explicando qué van haciendo, y vamos viéndolo con pelos y señales, un festín gore de medicina forense para deleite del amante del terror. Todo luce perfecto, gimnástico, cuando de pronto empiezan a hallarse cosas novedosas y extrañas, y a la vez empieza a afectarse la sala, en medio del cuerpo inerte de expresión fría en unos ojos grises de Jane Doe, mostrando la apagada atracción por el cuerpo desnudo en medio de algo de repulsión general frente a la extirpación de órganos mezclado con la contradicción de la belleza de Jane Doe. El filme es una maravilla por entonces, esa combinación entre el cadáver visto desde varios ángulos y pequeños sucesos acaeciendo alrededor.

Finalmente llega al WTF, ya es demasiado, y empieza abiertamente el terror, lo paranormal, en medio de algún buen momento de confusión –cuando regresa a medianoche la novia de Austin- y un cajón de sastre de pequeños sustos, como el uso clásico y efectivo de una campanita. El filme entonces se dedica a explicar a qué se debe lo paranormal y empieza a perder gracia, aunque ate cabos con la forma de muerte de los primeros cadáveres, pero más es palabrería, ya que uno se pregunta, por más inteligentes que sean, ¿de dónde proviene la exactitud de las deducciones? Tranquilamente se han podido ahorrar las explicaciones pormenorizadas y quedaba mucho mejor. Una vez que se desata la locura de lo sobrenatural el filme decae pero aún mantiene cierto interés. El engaño de la puerta de salida tiene su ingenio, los fantasmas pueden ser irónicos. El filme cierra banalizando los recursos, con el cuerpo de Jane Doe haciendo guiños, pero el noruego André Øvredal ya nos ha entregado una buena película, sobre todo, claro, el momento forense, la atmósfera y el misterio.