lunes, 22 de febrero de 2016

La chica danesa (The Danish Girl)

Hay temas que suelen ser gancho de reconocimiento fácil en los premios Oscar y en algunos otros certámenes que buscan lo políticamente correcto, tanto como congraciarse con un público elemental, y estas temáticas suelen ser la esclavitud americana y la segregación racial, el autoritarismo y la omnipresencia castrante religiosa en sociedades islámicas, el holocausto, y la que nos compete ahora, la homofobia y la libertad homosexual o LGTB, donde en La chica Danesa viene a ser su mayor lastre ser tan obvia en su disposición de conmover y ser simpática con su temática a ese público cautivo de siempre, para ello utiliza lugares comunes, como una sociedad opositora  o aun sorprendida, con el travestismo, qué dígase una labor inocente en esta película mucha gente no los identifica tan raudamente –no obstante, Copenhague, Dinamarca, no es una capital del todo pacata, ni el centro artístico por el que se mueven los personajes es tan conservador, pero se entienden limitaciones, propias de no ahondar en la distinción sexual- y ver a la homosexualidad como una enfermedad o anormalidad, aquí propio del año en que se contextualiza, los 1920s, teniendo de protagonista a Einar Wegener (Eddie Redmayne), un tipo que descubre su inclinación gay, se siente mujer, quiere cambiar de sexo, y fue en realidad de los primeros en conocerse entregado a las operaciones pertinentes, aun siendo un hombre casado, pero que con el juego de disfrazarse de modelo femenino frente a los deseos de su esposa, la pintora Gerda Wegener (Alicia Vikander) que se profesaba rebelde y moderna, e irónicamente le rebota en contra, despertó en él un deseo reprimido de su niñez y crecimiento.

La chica danesa me recuerda a una mejor película, Laurence Anyways (2012), en ella un hombre quiere travestirse, no puede controlarlo, aunque aún guarda amor por su pareja y quiere seguir con ella a pesar de tal extravagancia, pero se hace imposible sostener una relación heterosexual con ese anhelo de ser o lucir como una mujer siendo varón, y llegan los inminentes conflictos, y la lógica e inevitable ruptura, tras muchos vaivenes, nuevas vidas y luchas de rigor, hasta que queda solamente un quehacer romántico y platónico lejano, de recuerdo, en el ambiente. En la presente, las cosas son más claras, Einar quiere romper con su esposa, sabe bien lo que quiere y debe dejar pasar para consolidarse (hasta el punto que se entusiasma conversando con Gerda pensando en que puede enamorarse nuevamente ahora como Lili), cuando Gerda aún lo ama y lo respalda casi como si fuera la Madre Teresa de Calcuta, aunque puede pensarse que ella quiere explotar su imagen en la pintura, que no llega a pasar, es solo un mero modelo propio de su amor.

Einar siente que, como una mariposa, ha mutado y es otro ser, ahora se ha convertido en Lili Elbe (que en su desdoblamiento inicial, ciertamente tenía de locura, que a uno le venía a la mente irónicamente Psicosis, 1960), y Einar es el pasado, ya no existe, no hay marcha atrás. Entonces toda su voluntad yace en convertirse en una fémina, de aquellas delicadas y clásicas, lo esperable, claro, y no en la calidad de tosquedad –llamada igualdad- que reina mucho hoy en día en muchas mujeres. Mientras Gerda tiene la posibilidad de reconstruir su mundo sentimental con el mejor amigo de infancia y actual soporte de Einar, en una ilustración endeble, que enseguida se apresura en convertirlo en pretendiente, a Hans Axgil (Matthias Schoenaerts), pero que tampoco se elabora, es puro relleno (Gerda a pesar de todo pretende un vínculo sólido hacia su marido), en una posible relación que adolece de mayor complejidad. Y ese es el problema general del filme, el director Tom Hooper no da forma a muchas cosas, falta profundidad, suele ser muy superficial en su exposición, donde en varios meandros peca de flaqueza, limitándose a proclamar el conflicto de identidad personal (de cara al matrimonio, que tampoco molesta), y luego el sueño de Einar de ser una plena Lili, puede que con ello haya esquivado híper dramatizar la problemática gay en la sociedad, pero igual existen otros momentos que lo desmienten, porque sí que quiere convocar la complicidad básica, aunque con algo de decoro, a través de una nobleza por doquier (salvo la paliza homofóbica clásica en estos menesteres, o el escape por la ventana a poco de intentar internarlo a la fuerza como esquizofrénico; o que se diga que lo que necesita Lili es un hombre “de verdad” y no un gay de pareja, ¡oh, sí!, bueno, todo el tiempo no es lo sutil que pareciera pretender en su contextualización de la Europa de los veinte o treinta), invocando una simpatía a toda prueba, en que nadie parece ser reprochable o ambiguo, en que todo parece resolverse con el cambio de sexo, la hazaña de la historia basada en hechos reales, el supuesto rasgo de originalidad, cuando todo huele a repetición a kilómetros de distancia.

Ni el amaneramiento o femineidad de un talentoso Eddie Redmayne, o una harto solvente Alicia Vikander, muy natural en cada emoción, llanto, melancolía, felicidad, sorpresa, picardía, risa y un largo etcétera, pueden distinguir a éste filme, aunque no es una propuesta mala, ya que tiene oficio, por algo Tom Hooper ha merecido el Oscar por El discurso del rey (2010), sin embargo el cine nice-naif y la corrección política pueden llegar a cansar hasta al más inocente o fácil de conmover, como ha pasado esta vez que La chica danesa solo ha obtenido nominaciones a la estatuilla dorada para Vikander y Redmayne, y dos apartados técnicos más.