viernes, 1 de mayo de 2015

El viento se levanta

Éste es el último filme y despedida del genio de la animación Hayao Miyazaki que ha decidido retirarse, y deja obras maravillosas en su filmografía; épicas, como Nausicaä del Valle del Viento (1984), La princesa Mononoke (1997), la multipremiada El viaje de Chihiro (2001), y El castillo ambulante (2004); otras más pequeñas, intimas si se quieren, conmovedoras y aventureras (que en realidad es su esencia general), como Mi vecino Totoro (1988), Nicky, la aprendiz de bruja (1989), Porco Rosso (1992), que en algo nos recuerda a la presente, y Ponyo en el acantilado (2008); otras menores pero no exentas de cierto encanto y entretenimiento, El castillo de Cagliostro (1979) con el pícaro ladrón Arsenio Lupin III; y El castillo en el cielo (1986), que poco tiene que ver con El castillo ambulante.

El viento se levanta (2013) es una película que aparenta no tener un aspecto fantástico (aquello se maneja si se quiere con los sueños del protagonista, que puede invocar a su modo luminoso los derivados oscuros de inventar aviones, sobre todo en tiempos convulsos), sino realista a un punto, ya que articula mucha imaginación, habiendo abundantes licencias históricas. Y ahí entró a tallar una polémica con una parte de la crítica, ya que la película remite a la biografía de Jiro Horikoshi, quien diseñara los más letales aviones bombarderos de la segunda guerra mundial del lado del Imperio japonés que ocasionó tantísimas muertes en muchos países, pero en la historia se le idealiza, se le provee de un lado romántico y hasta humanitario como persona, y es que la propuesta busca asumirlo desde el ingeniero talentoso y apasionado que es, que quiere crear aviones hermosos, y la guerra le viene de contexto como una estampa inferior o coyuntural a su vocación (en sus sueños hay lugar para aviones comerciales, y se habla de crear aviones más perfectas que para ello no dispongan de armamento por ser más ligeras), si bien está claro que no parece así en el plano histórico, y uno entiende que está definido como parte indisoluble de la gran guerra, sin embargo Miyazaki quiere retratar con honores a un inventor y genio de su país (del que se debe a él poner a Japón a la altura del país punta en Alemania, en cuanto a la avanzada ingeniería aeronáutica, cuando su nación es pobre y recurre a materiales y mecánica atrasada en 20 años al resto, como el uso de bueyes como transporte de maquinaria), y lo dota de un aura de suma nobleza desde la infancia, habiendo mucho espacio para que lo demuestre, incluso su matrimonio se rige a un acto de ayuda, y en si se le exhibe como un hombre que vive su profesión en toda fijación, envolviéndose en sueños, donde se pueden ver desastres aéreos y combates como en aquella mención de las pirámides donde la grandeza acarrea destrucción. Pero cómo vivir sin ese tipo de belleza; como reza el título del filme que invoca un verso del poema El Cementerio Marino, de Paul Valéry, el viento se levanta, hay que intentar vivir.

El objeto de inspiración de Jiro Horikoshi es un inventor que existió también, el  ingeniero aeronáutico italiano Giovanni Caproni, que conversa con él cuando sueña. Ese es el punto de emanación de la historia, crear en base a una pasión, y el mensaje es distinto al contexto violento y sangriento de la guerra, que queda como en segundo plano, dándole incluso forma a un romance que parece inspirado en La Montaña Mágica de Thomas Mann, que además es mencionada, sobre la tuberculosis y el amor en medio del deber, si bien Jiro trabaja por afecto a lo que lo entusiasma desde niño, y es que todo gira sobre el simple e independiente objeto, el avión. Lo histórico viene como fragmentos, y más es seguir la carrera de este ingeniero, todo muy por encima, como entretenimiento, recurriendo al sentimiento y a los valores, en lo que parece un filme poco novedoso como narrativa aunque no deja de ser simpático, salvando que retrata a un ente determinante en la historia, que a su vez tiene de curioso, por un lado, ostentando su cierta madurez en el retrato, aunque es una película opacada finalmente por la recurrente fácil y muy vista sensibilidad, tanto como por la simplificación, en especial en la tercera parte del filme que lo aborda como pareja. La presente obra pudo tocar un lado más oscuro, pero ese no sería Miyazaki, que suele ser luminoso, y es así como toca la fibra de muchos, pero en mi parecer son los destellos de los desastres y la figura central protagónica en sí los que más albergan complejidad y alcance, en lo que parece una obra abiertamente menor en intenciones, que no llega a confabular íntimamente, aunque lo intenta con poco, como lo hacen otras obras suyas, y mucho menos tiene de épica ni de nutrida creatividad visual, pero como bien dice un diálogo, son 10 años de efervescencia imaginativa, y luego uno debe retirarse, como se siente que le habla al espectador, y así mismo el idolatrado autor. De ésta manera nos deja éste maestro de la animación, bajo un gran legado.