domingo, 27 de mayo de 2012

My joy

El director bielorruso criado en Ucrania Sergei Loznitsa compite en el 65avo Festival de Cannes con In the fog (En la niebla), una cinta que retrata la convivencia y supervivencia de un partisano ruso acusado de traidor por sus compañeros en medio de la segunda guerra mundial. Su anterior película es la crítica que he escogido para revisar su estilo, el que fue su primer largometraje de ficción convertido por el público en un filme de culto, una rareza siendo documentalista pero que como vemos le ha traído buenos resultados ya que actualmente es segunda vez que se presenta a luchar en la sección oficial del mítico boulevar de la Croisette.

Estamos frente a una trama dura que parece estar adscrita al género del terror ya que asemeja ese regadero de sangre, en la incomprensible ejecución de los hechos, aunque con base relativamente fácil de ubicar en la realidad, sólo que indiferente a las convenciones y es que los guardianes del orden, oficiales del ejército y la policía, pueden ser tan peligrosos como los asaltantes del campo o los mafiosos del mercado que presenta éste relato sanguinario y desmedido, repleto de asesinos despiadados escudados en sus uniformes quienes disparan para robar o encubrir atropellos, una violencia incontrolable que pone a la muerte muy próxima de cualquiera, en una pesadilla que invierte los estatutos de lo que debería civilizar. Ni siquiera la filosofía acomodadiza de un camionero pacifista de que simplemente no hay que estorbar y ser sumiso te equivale a sobrevivir, salvando la locura de volverte un depredador con ese tipo de anarquía en que debes matar primero antes que te maten, o perder el sentido de la realidad.

Los pobladores del medio rural que es el contexto del filme desconfían de sus autoridades o fuerzas armadas, dentro de una Rusia post-comunista, en donde no se teme eliminar a un mayor que se resiste a un abusivo arresto dirigido por subalternos desquiciados. Sin embargo de nada sirve tomar precauciones en el pesimismo de una tierra sin ley en que el terror se da en toda tranquilidad. Loznitsa es implacable con esa imagen creando un aura entre la incredulidad y el impacto, de cara a tanta brutalidad.

La historia central empieza como una atrapante, saludable y lentamente desconcertante road movie para luego ir a negro como en un abismo pasando a habituarnos a un pequeño pueblo aparentemente perdido en medio de la nada, que atisba a sólo enseñar alguna bandera de Rusia en algún traje policial. Llega el giro, enorme, pero seco, mientras quedamos con el asunto en stand by. No obstante ya no hay vuelta que darle, estamos conscientes de que éste es el infierno. Georgy transporta harina al interior del país mostrándonos la idiosincrasia del territorio, niñas prostitutas, iniquidades y venganzas entre compañeros de armas (una matrioska estupenda) o vagabundos que asaltan caminos, hasta que su vida da un vuelco imprevisible que nos lleva a perderlo de vista y reencontrarlo transformado.  

Uno puede creer que hay un personaje principal pero lo más importante más bien es lo que se padece en ese ambiente, la injusticia y el asesinato, que reina sobre todo. Es la ambientación la que ejerce de primer plano y es una salvaje narración que infringe miedo en una sociedad alternativa, fuera de su funcionamiento normal, un discurrir demencial en que al instante se arrebata la existencia. No cabe el efecto de la bondad ya que siempre el desenlace es trágico, no hay hombre que se sostenga en ese medio. Loznitsa lo deja muy claro con varios ejemplos, el maestro explicando el no defenderse incluso en la guerra ya que matar no es una opción para él, el viejo compasivo que recoge al retardado o el mismo minusválido que antes se encomienda torpemente a sus semejantes cayendo en el rechazo y el daño personal.

En el apartado técnico se destaca la constante proximidad de la cámara y secuencias que siguen a distintas personas pasando de una para seguir a otra equivaliendo un personaje secundario a otro protagónico y dándole cabida a diferentes pequeñas historias, a un observar y detenimiento variado que persiste sobre alguien por un rato para pasar a otro que nace y muere en la permanencia y fluidez, o articulando una individualización que agrega más de lo mismo, un caos frenético indisoluble que acarrea negatividad, en que nada mejora, sino se hace más insoportable, más claustrofóbico, desquebrajando toda esperanza para terminar en un callejón (exhibicionista) sin salida, cutremente inverosímil por macabro e inadmisible pero basado en lo que sería un entorno identificable, una crítica implacable de aspecto radical, notoriamente sobredimensionada, focalizada en la nueva forma de gobierno, que funciona mejor o perfectamente como relato de miedo, sin sobrevivientes ni héroes.