lunes, 16 de enero de 2012

El silencio de un hombre (Le samourai)

El director de ésta película, el francés Jean-Pierre Melville, es uno de esos destacados creadores que fueron como el mismo personaje de ésta obra cinematográfica, un lobo solitario, no obstante fue un precursor para esa famosa corriente denominada nouvelle vague, luciendo como un ejemplo a seguir, tan parecido a un padre para sus hijos en lugar de uno más del grupo, sin que eso signifique ser un outsider sino un modelo de independencia que trabajaba para los demás en su propia cosmovisión del séptimo arte.

Grande entre los grandes, aunque pertenece de alguna forma a esos cineastas algo ocultos y que trabajó sin embargo para el público, notando que ésta realización está en la estela del mítico Hitchcock, un cine para todos pero de vasta calidad y que se puede entender con facilidad mientras pasas un momento entretenido.

La cinta tiene a una de esa icónicas leyendas del cine francés, Alain Delon, en la caracterización de Jef Costelo, un asesino a sueldo que vive solo con un canario en un pequeño apartamento y que únicamente cuenta con un nexo en el mundo, una mujer mantenida a costa de ciertos favores sexuales para con otro hombre, pero que ama a Costelo sin pedirle nada a cambio, aunque él por naturaleza es indiferente a las relaciones humanas; contexto que se trastoca al quedar seducido por una guapa fémina de color que toca el piano en un bar al que va a cumplir un lúgubre negocio y que a razón de éste más tarde contraerá una especie de deuda secreta para con esa dama.

Ese vínculo será tan fuerte que decidirá su futuro y su decisión de redimirse a último momento, corrompiendo el accionar del samurái que no piensa nunca por sí mismo sino siempre cumple con su deber sin protestar, para el caso matar a quien el dinero escoja, sin embargo acorralado por una policía implacable, en un jefe de criminalística que dice sarcásticamente que no piensa sino actúa y que no resulta verdad porque lo persigue como un sabueso astuto creyéndolo culpable, hará un seppuku digno que salvará su alma y una honra que no le importa.

Valeri será la musa que haga trastabillar ese corazón impenetrable y duro de ese hombre que no teme morir ni le asusta enfrentar al hampa, que no tiene jefe, y que se mueve como un ronin salvaje que herido puede ser peligroso incluso para sí mismo.

Melville utiliza poca complejidad en su película, y más busca la intensidad de sus bien desplegados personajes, en un definido filme de crimen que sabe manejar con destreza sus pocas piezas que se asientan con solvencia creando personalidades marcadas que a medio camino de conocerlos se nos tuercen voluntariamente y se nos hacen impredecibles; la dama faltando a su cita o el samurái provocando la sorpresa en su decisión final, salvo el oficial que se debe a su trabajo y no tiene otra meta que atrapar a su presa.

Desde el principio el dardo apunta a Costello y su sentencia es asunto de tiempo, una genialidad que juega a favor de la caza del gato sobre el ratón, sin embargo el asesino también va tras otras personas, no es un ente estático y despliega sus fichas con ingenio aunque sabe que tiene la soga al cuello, lo que no lo altera sino lo hace definir su situación, ordenar su ideas y sacudirse el polvo, despedirse de todo saldando cuentas.

Su principal sentimiento es el odio y no le rehúye a la venganza, un frío semblante lo describe perfectamente a ese ser de poco diálogo y propio de la actitud en los hechos; Delon está sumamente creíble en su perfil serio y filoso de donde nunca se doblega sino se hace mucho más agresivo pero sin perder la compostura. Su estilo es elegante y meditabundo; también aunque no pareciera demuestra una voluptuosidad sensual de cariz siniestro y extraño, una pasión oculta a la que rinde culto de acuerdo a su condición y que no aflora melodrama en el filme sino se difumina en ese silencio que define la traducción al español.

El filme es la voz de un samurái en su código de vida roto inesperadamente en el fondo más no en la forma gracias a aquel favor ajeno de la dama en que parece le ganó su voluntad afectiva. Bella trama de honda simpatía que se presenta sencilla y que minimalista multiplica sonrisas en el espectador, se engrandece con sus pocos recursos, explota su audacia como el maestro de escuela frente a los niños abiertos a descubrir la enseñanza de manos de la buena fe, de la alegría de compartir o del esfuerzo de trasmitir un momento mágico, todo ello son virtudes en Jean-Pierre Melville que parece el artesano del mejor entretenimiento que brilla humilde aunque glorioso para cualquiera que sepa apreciar un cine clásico de magnifica factura.