miércoles, 16 de marzo de 2011

El último emperador

Ganadora de 9 Óscars ésta película de 1987 dirigida por el maestro italiano Bernardo Bertolucci es una de las más premiadas en la historia de los galardones americanos. La historia relata la vida del último emperador chino Aisin-Gioro Pu Yi (1906-1967), que no estuvo mucho tiempo en el trono, solamente tres años de 1908 a 1912, debido a la deposición que sufrió producto de la ascensión al poder de una nueva forma de gobierno conocida como la república. Su vida sin embargo estuvo llena de azares, privilegios y transformaciones que fueron especiales porque hasta 1949 estuvo considerado emperador aún sin realmente ostentar poder alguno salvo de 1934 a 1945 en Manchuria, conocida por los japoneses como Manchukuo, territorio chino que invadieron y en que lo colocaron al mando pero solamente en apariencia porque las decisiones finales eran tomadas por los nipones. Al perder el dominio verdadero de China continuó viviendo en un lugar conocido como la ciudad prohibida, el palacio imperial, rodeado de muchos súbditos, abundantes eunucos a su mando y un regimiento armado que lo protegía. Tuvo de instructor al inglés Reginald Johnston (Peter O´Toole) que le descubrió el mundo occidental al que adoraría.

La historia se cuenta desde que Pu Yi es arrancado de los brazos de su madre y es transportado a la ciudad prohibida a la edad de 3 años, es nombrado emperador y vive encerrado al cuidado de muchos sirvientes que le toleran todo hasta las ordenes más descabelladas como cuando obliga a un vasallo a beber tinta para confirmarle al hermano su posición real. En ésta parte él se muestra muy simpático al espectador, se hace querer de alguna forma, podemos comprender su soledad y aislamiento, tanto que incluso pierde a su nana porque consideran que ya no la debe tener y eso le produce aflicción porque era muy cercano a ella, la que lo mimaba como si fuera su verdadera progenitora dejando hasta de niño que lamiera uno de sus senos.

Aunque es el emperador y rige sobre su entorno tiene que seguir un estricto protocolo que dirige sus movimientos. Casi no tiene contacto con pequeños de su edad. En una ceremonia singular conoce a su mujer, la que le es escogida, de nombre Wan Jung (Joan Chen) que sería la emperatriz, a su vez se le concede una segunda consorte, Wen Hsiu (Vivian Wu), ambas de exuberante hermosura sobre todo Wu. Con Wan Jung hay un enamoramiento muy tierno, ambos comparten la pasión por occidente y ella es muy inteligente, moderna y dulce. Al final en una escena se meten a la cama los tres, Pu Yi con sus dos esposas siendo el primer encuentro con el sexo opuesto. El personaje del emperador es interpretado una vez que está por salir de la adolescencia por John Lone, en adelante hasta su vejez, lo cual no crea muchos cambios físicos aunque hay leves diferencias que permiten transitar efectivamente por ésta biografía basada en el libro del mismo Pu Yi llamado “Yo fui emperador de China”.

La historia se cuenta desde dos tiempos que van avanzando progresivamente, en uno estamos en 1949 en la prisión de Fushun desde que baja del tren e intenta suicidarse cortándose las muñecas. Es la era de la República Popular China y es enviado a la cárcel para recibir una instrucción que lo readapte en la doctrina del comunismo, está padeciendo pena por traición al haberse unido al gobierno japonés durante la ocupación de Manchuria. La otra es desde que se convierte en emperador y pasa por la ciudad prohibida hasta que es echado del lugar en 1924 yéndose a vivir como un hombre adinerado y libertino en la ciudad de Tianjin donde empezó a relacionarse con occidentales y la alta sociedad política japonesa. Durante esa época se separa de su tutor quien más tarde escribiría un libro de memorias sobre su estancia en China titulado “El ocaso de la ciudad prohibida” que será utilizado para culpar a Pu Yi de traidor porque se menciona en la obra que se une a los japoneses por voluntad propia y no como dice el emperador que se defiende alegando que fue obligado por ellos. En ésta parte del relato Pu Yi deja de ser el agradable joven de antaño que estaba inmerso en un título dignatario y que se emocionaba con una bicicleta, hacía correr a su séquito por el patio del palacio, ansiaba cambiar las rígidas normas del imperio o intenta arrojarse de un techo porque no lo dejan ver a su difunta madre, para dejarse seducir por la oportunidad de retomar su mandato a costa de ir contra su patria y apoyar al enemigo invasor, perder el amor y la lealtad de su mujer que lo dejará en el oprobio y a ella en la autodestrucción, quedarse lentamente solo abandonado por quienes lo quisieron, ser un títere de los japoneses que le exigen firmar papeles que implican reglas como imponer de idioma oficial al nipón en Manchukuo. También luce engreído en la cárcel aún sintiéndose especial, pero eso va a cambiar por los largos años de encierro hasta su salida en 1959 y gracias a la benevolencia del director de la prisión que le instruirá en la nueva identidad y forma de vida china, la doctrina maoísta, a la que finalmente se adherirá Pu Yi terminando siendo algo increíblemente distinto a su predestinado destino imperial.

Ésta película maneja efectivamente los diferentes escenarios y contextos que requiere la recreación, en la ciudad prohibida en especial lo hace con mucha majestuosidad, cantidad de extras y detalles culturales, aborda plenamente las distintas etapas del personaje principal en su calidad humana y dinástica, el reparto colabora adecuada y fielmente con el desarrollo de ésta reconstrucción cinematográfica, lo que demuestra la grave maestría de Bertolucci quien obtuvo el permiso del gobierno comunista chino para usar los lugares originales. La historia se hace próxima a quien la observa y no tan rígida como pudiera esperarse, fluye con frescura sin dejar de respetar los sucesos tal y como sucedieron. Se presenta a Pu Yi tanto favorable como desfavorablemente con relativa imparcialidad que hace más realista la película. Nos lleva sin concesiones por ese viaje que es la existencia del último emperador de China desde el principio hasta el fin, mostrando al ser humano en sus diferentes capas y acciones; aquel que se nos recuerda que guardaba un saltamontes en un pequeño recipiente dorado.